Amo a mi perro

Paré en casa de María, un habitáculo con altillo, perfecto para practicar la postura de la araña. Vivimos en el nuevo Japón europeo de la Costa del Sol.

María no tiene perro, si tuviera perro tendría que ser tan pequeño como una hormiga. Yo tampoco tengo perro, aquí cerca sólo hay gatos. Mi vecino tiene un pato al que hace meses que no veo y mi vecina de al lado tenía tres gatos, uno de ellos murió atropellado a los pocos días de mi aterrizaje.

Mi llegada fue todo un éxito, unos mariachis tocaban tecno rumba, brindábamos con licor café y nos reuníamos hasta 20 personas en unos 5 metros cuadrados.

María me invitó a un menta poleo, intentamos descifrar su nueva Smart Tv mientras tomábamos unos kikos. Desistimos poner la telebasura en este nuevo invento, tras varios intentos, convirtiéndonos en nuestras propias colaboradoras. Terminamos hablando del documental que habíamos conocido por Tinder, tras bloquear la aplicación de nuevo. Lejos quedaba Netflix y Youtube se había instalado por si sólo.

Habíamos quedado un día a la semana, de algún día del año en un mes no definido para rodar nuestra propia película. El césped quedaba cerca, teníamos una cámara e historias que contar. Simples, como que María si que tiene perro, pero no está.

El perro de María no canta flamenco, pero en Navidad lo visten de gala. En estas fechas los perros son mas felices porque les traen regalos y los llevan a ver a la familia, para los gatos, sin embargo, es diferente.

Mi perro aprendió a cantar flamenco cuando era joven, no practicó demasiado, siendo este su mayor problema. Si hubiera continuado sus ensayos, nos habría sacado de la ruina.

Tengo un amigo que es un ruinas porque siempre dice .. «ná mas que ruina, Cris, ná mas que ruina» .. entonces, me mira y me sonríe … y yo me quedo pensando como si se tratara de puntos suspensivos.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS