Detrás de la «ballena azul»

Detrás de la «ballena azul»

RESUMEN

Este ensayo trata sobre la “Ballena azul”, el “juego” que agitó el panorama informativo a principios de año por su relación con el suicidio entre adolescentes. Registra la génesis y el derrotero informacional de la “Ballena azul”. En una segunda instancia recoge entrevistas a adolescentes uruguayos usuarios de redes sociales. Ya que no se ha podido demostrar un vínculo firme entre el suicidio adolescente y el juego, este ensayo busca probar que ese vínculo ha sido replicado en los medios masivos, por su público y por el público usuario de redes sociales, en forma acrítica.

INTRODUCCIÓN

La tecnología, aplicada a la vida diaria de los hombres y mujeres comunes, introduce prácticas y terminologías antes desconocidas. La imprenta de Gütemberg propició el nacimiento de los lectores de literatura popular junto a términos como tipos de encuadernación, prólogo, epílogo y también la reflexión sobre el medio en al menos dos novelas fundacionales: el Quijote y Madame Bovary. Lo mismo sucedió siglos después con la radio y la televisión: la tanda o “reclame”, el locutor o “speaker”. La transposición mediática añadió variaciones a viejos géneros: de la novela al radioteatro o la telenovela.
A mediados de los años 90 y gracias a la popularización de las computadoras personales de software no propietario (Windows y, años después, Android), la Internet pasó de ser apenas un “tablón de anuncios” (BBS) para iniciados a convertirse en un fenómeno masivo sin señales de detener su expansión. Por el contrario, la faceta más amigable con el usuario (basada en los protocolos hipertextuales y conocida como World Wide Web), ha pasado a ser sinónimo de Internet acostumbrando al público masivo a una nueva taxonomía: virus, malware, spyware, ramsonware, hoax, scam, spam, leyendas urbanas. Lejos de la experiencia habitual de un usuario está la Deep Web, que se estima compone el 95% de Internet. Allí conviven en un espacio no del todo cartografiado pedófilos, asesinos a sueldo, porno duro, terroristas, estafadores, servicios de inteligencia, inteligencia industrial y repositorios de documentos oficiales de carácter ultrasecreto.
Pero un usuario digital es alguien que, en la mayoría de los casos, usa las herramientas digitales para realizar búsquedas en la red y trabajos de aplicaciones que van desde la ofimática hasta la edición multimedia utilizando para ello códigos complejos que son desconocidos para él. La página web o cada perfil de usuario en una red social solo son la envoltura visible, el resultado de una silenciosa sucesión de apagones y encendidos en el corazón binario de la CPU para cumplir con los comandos introducidos en la interfase gráfica.
Lo que no se ve determina lo que se obtiene. Es un conocimiento del que las modernas interfases relevan al usuario.
Algo similar ocurre con la ingeniería social o minería de datos puestas al servicio de empresas (“third partys”) cuyo éxito en la Red depende muchas veces del engaño (fake), de la publicidad basura (spam) o del rumor (hoax), por citar apenas unos pocos términos de esta nueva taxonomía cibernética. De nuevo, si la interface gráfica/textual es suficientemente atractiva, escabrosa o intencionada, “alivia” al usuario de saber cuáles fueron los fines que anidan tras la página web que está leyendo.
Se intentará probar la hipótesis de que, en sus aspectos más populares (redes sociales, aplicaciones de mensajería y software para usuarios superficiales), Internet es apenas una prolongación de la radio y televisión tradicionales. Aunque existe mayor interacción de los usuarios respecto a éstos, el desconocimiento respecto de los procesos de composición y tratamiento de la información es igual o mayor. Incluso en el segmento de la población que usa más frecuentemente las herramientas informáticas.
El caso testigo que a estudiar es el de la «ballena azul» y los aspectos relativos a su difusión, propagación e interpretación en tanto hecho noticioso por parte de los medios, público en general y usuarios especializados, así como su veracidad.

MARCO TEÓRICO

A principios del siglo XX Harold Lasswell formuló los principios nucleados bajo el nombre de teoría hipodérmica (por analogía con el disparo preciso e irresistible de una jeringa inoculando una sustancia extraña en un organismo indefenso): «¿quién dice qué a través de qué canal a quién con qué efecto?» (Lasswell, citado en Wolf, pág. 14, s/f). Se pensaba en cada individuo como una unidad aislada, cuya respuesta dependía de la intensidad del estímulo de los medios hacia el receptor. Desde entonces, los estudios comunicacionales se han multiplicado casi al mismo ritmo que lo han hecho la variedad de medios que estudiaban. La discusión fundamental entre las dos grandes corrientes fundadoras de dichos estudios estuvo en qué hacer durante el «big bang» comunicacional de los años 20 y 30: estudiar su expansión en el tejido social a fin de analizar sus efectos (conductistas, funcionalistas), o ejercer una mirada crítica sobre la apropiación del tejido cultural por parte de la misma industria que armaba automóviles y heladeras (escuela de Frankfurt).
Para esta última los estudios sobre la comunicación pagados por el capital, finalizaban sirviendo como insumos que aceitaban los engranajes de una industria que se ocupaba de replicar envases vacíos, sin ánima (o «aura», en palabras de Walter Benjamin). La huída del grupo de Frankfurt de los peligros aparejados por el mito racial nazi a América los había dado de bruces con otro aspecto, equivalente en su manipulación del individuo al de las dictaduras europeas, de lo que para ellos era un efecto de la Ilustración: la bastardización del arte superior en copias baratas reproducidas a gran escala.
No es este el lugar para historiar la evolución de las escuelas y miradas sobre la comunicación pero, dado que se trata de un trabajo sobre Internet, probablemente sea pertinente traer a colación la teoría matemática de la comunicación elaborada por Claude Shannon en 1948. En ella se establecía un sistema con una fuente que enviaba información a través de un canal y esta llegaba a un receptor. La teoría además ya preveía la existencia de ruido en forma de interferencia durante el envío de la información, el que causaba deformaciones al momento de recibir el mensaje. Se hacía hincapié así, no sobre el receptor o el canal, dándole a estos la categoría de entidades omnipotentes, sino que se relevaba la importancia de la impredictibilidad como un valor a tomar en cuenta en la ecuación comunicacional. Esta entropía propia del mensaje (paquete de datos o interacción social) es altamente resistente, los algoritmos pueden disminuir sus efectos pero no eliminar por completo la distorsión.
Con el correr de los años, el centro de atención se fue desplazando nuevamente hacia el receptor pero esta vez no como sujeto inerme (teoría epidérmica) ni como engranaje masificado (escuela de Frankfurt) sino como habitante de una «singularidad» informacional. El término «singularidad», tomado de la física cuántica, denomina un momento o fenómeno a partir del cual o en el cual las leyes y comportamientos habituales dejan de cumplirse o son subvertidos. La singularidad informacional es el surgimiento y masificación de las computadoras personales, primero y fundamentalmente la masificación de las redes informáticas. Ello ocasionó un «big band» informacional cuantitativamente único en la historia y que se encuentra todavía en plena expansión.
Según Marc Prensky, fundador y director ejecutivo de una compañía dedicada a elaborar juegos electrónicos orientados al aprendizaje, toda persona nacida luego de 1980 es un «nativo digital» (Prensky, 2001) ya que son individuos nacidos en la cultura de las imágenes, de los videojuegos y para quienes ciertas características (el trabajo en red, la preferencia de los gráficos sobre el texto, la inclinación a desarrollar varias tareas al mismo tiempo, entre otras) los distingue de generaciones anteriores. Éstas estarían compuestas por «inmigrantes digitales» (Prensky, 2001): personas que debieron adaptarse en forma casi obligatoria al mundo digital y por ello aún conservan ciertos rasgos culturales propios de un mundo anterior a la Red. Estos rasgos remanentes constituyen lo que Prensky llama el «acento», los rasgos fónicos que un hablante nacido en un tercer país conserva de su lengua original.
Una de las críticas al criterio cronológico usado por Prensky para otorgar la ciudadanía digital, la aportó el lic. Gina Rocas, autor de varios libros de Big-Data quien ha señalado que la división tajante marcada por la fecha de nacimiento que señala Prensky no se ajusta completamente a la realidad. Muchas personas nacidas antes de esa fecha utilizan las herramientas digitales y las redes informáticas para hacer su trabajo y, por otra parte, gran porcentaje de los «nativos» digitales subutilizan las mismas herramientas a pesar de haber dispuesto de ellas desde su nacimiento. Rocas propone otra forma de «medir» la pertenencia o no a la nueva «raza digital»: no la cantidad de horas pasadas interactuando con herramientas digitales sino en qué medida qué porcentaje de ese tiempo ha estado relacionado con la solución de problemas o lograr objetivos (2008).
Está claro que esto es un diálogo sobre la tecnología de corte optimista. Estamos lejos de la problematización planteada en un principio por Adorno y los suyos en el sentido de crítica de la cultura de masas. Aún así, la reflexión crítica también puede venir desde la propia «industria» proveedora de acceso a los contenidos digitales.
Ofcom, el organismo regulador del mercado de telecomunicaciones británico, en noviembre de 2015 llevó a cabo una serie de pruebas para conocer hasta qué punto los niños y adolescentes podían reconocer la publicidad que de forma explícita o implícita se exhibe en las páginas que visitan en la web. Del análisis de los resultados se encontraron con que solo uno de cada tres adolescentes (entre 12 a 15 años) podían diferenciar un anuncio inserto en el resultado de una expresión de búsqueda típica en Google. Estas fueron algunas de las conclusiones a que arribó el estudio:
* Apenas un 31% de los adolescentes y un 16% de los niños supo reconocer enlaces patrocinados como publicidad.
* Un 53% de los adolescentes ignoraba que los bloggers pueden recibir mucho dinero por recomendar o mostrar productos y marcas en sus páginas.
* Un 55% de los adolescentes encuestados no sabía que sus webs favoritas les mostraban anuncios personalizados de acuerdo a sus historiales de búsqueda.
Una conclusión a extraer de esto es que, al parecer, los nativos digitales de Prensky usan las herramientas digitales desde antes de aprender a leer pero ello no significa que sean capaces de entenderlas críticamente. No pueden distinguir entre información, datos y publicidad o propaganda.
Pero otra forma de no conocer a Internet es detenerse en un mero análisis sobre la recepción de sus interactividades y estímulos fácilmente cuantificables. También es necesario comprender la red como máscara de la realidad pues es allí donde está su mayor atractivo. De la misma forma en que la información personal es recopilada secretamente mediante cookies e ingeniería social sin que el usuario lo sepa, hay una simulación de la realidad. La foto de una flor opera como una flor. La sombra es el objeto que produce la sombra. De hecho, la sombra es aún más atractiva que el objeto real y por ello nos conformamos con ella. «Simular es fingir tener lo que no se tiene. Lo uno remite a una presencia, lo otro a una ausencia.» (Baudrillard, 1978, pág. 8) Lo único inaceptable es el vacío de sentido. El ser humano no soporta la intemperie metafísica, necesita ignorar que ignora. El simulacro llena al vacío de sentido. Es la imaginación servida por los aparatos mediáticos puestos al servicio de las necesidades psíquicas de las «masas silenciosas».
Dicha hiperrealidad funciona gracias a bases físicas que demandan recursos y especializaciones; requiere de la producción de contenidos y de la instalación de canales de distribución así como de traductores (dispositivos) de los impulsos eléctricos sobre los cuales viaja la información. Opera por lo tanto a partir de costos y de una lógica de mercado. Para Deleuze y Guattari (1985) tal lógica tiene naturaleza axiomática, es indiscutible.

La verdadera axiomática es la de la máquina social misma, que sustituye a las antiguas codificaciones y organiza todos los flujos descodificados, comprendidos los flujos de código científico y técnico, en provecho del sistema capitalista y al servicio de sus fines. (…) En resumen, allí donde los flujos están descodificados, los flujos particulares de código que han tomado una forma tecnológica y científica son sometidos a una axiomática propiamente social mucho más severa que todas las axiomáticas científicas, pero mucho más severa también que los antiguos códigos o sobrecódigos desaparecidos: la axiomática del mercado capitalista mundial. (ps 240-241)
Dicha lógica privilegia el beneficio económico antes que el beneficio de compartir el conocimiento para el progreso colectivo o el espíritu libertario que muchos idealistas vieron en la red, opera a cartas abiertas, a la vista de todos. Usa los mecanismos psicológicos heredados de la televisión o la radio y la ingeniería social para acceder a los datos personales de los usuarios. Así , éstos aceptan dar sus datos a un sitio del cual solo interactuarán con su aspecto externo, como sucede con las páginas que piden los datos personales como requisito previo antes de permitirle el acceso a su contenido o usan el almacenamiento de «cookies» en la computadora personal del navegante de tal forma que sea más fácil obtener un historial de su derrotero cibernético. El colmo se alcanza cuando el material por el que se intercambian los datos personales es un manual o un texto que promete develar las ocultas intenciones detrás de las figuras más reconocibles por el usuario medio, como es el caso de aquellas webs que tejen oscuras relaciones entre Bill Gates y los Illuminati; Zuckerberg y el club Bilderberg, Rockefeller y el MIT, Soros y las agendas de derechos, etc.
El simulacro también es posible gracias a la masa que le da aliento. Ninguna sustitución de la realidad puede tener éxito si no es adoptada por la masa en su doble papel de adoctrinada y/o adoctrinadora. Si una información sin chequear es emitida a través de los canales de comunicación habituales es tenida por cierta entonces, sin importar si ésta es falsa o no, será tenida como versión fidedigna de lo que pasó o está pasando.
Luego de la masificación de Internet, uno de sus usos más execrables ha sido el ciberbullying: la demolición virtual de personas con consecuencias a menudo letales en la vida real, basándose en datos falsos o la exposición de fotos íntimas. El cuerpo social, lejos de solidarizarse con la víctima del acoso, usualmente contribuye difundiendo aún más el mensaje, construyendo así un hiperrelato del que la persona real no puede escapar ni aún mudándose de ciudad pues la red es, sobre todo, omnipresente. Es el equivalente cibernético a la letra escarlata con que marcaban a las adúlteras en el noreste estadounidense en el s. XIX. «Si las personas definen las situaciones como reales, éstas son reales en sus consecuencias» (Thomas,1928, p. 572). Este teorema, originalmente enunciado por Thomas para analizar temas relacionados con la intimidad y la educación, permite ver de qué manera el juicio personal puede verse afectado por el grupo y es también la explicación de por qué algunas personas se convierten en profecías autocumplidas, encarnando en ellas los valores o defectos que la comunidad les atribuye o espera de ellas.
Harry Frankfurt es un filósofo de la Universidad de Princeton que en 2005 publicó un ensayo titulado «On bullshit». «Bullshit» es un término que, usado en un sentido no vulgar, refiere al habla engañosa o sin sentido. Es una falla del razonamiento, como sustentar la validez de un argumento con premisas que no tienen relación o consecuencias lógicas entre sí. Según Frankfurt, «es imposible que alguien pueda mentir a menos que conozca la realidad.» En cambio, utilizar un falso razonamiento no requiere tal conocimiento.
Un mentiroso se relaciona con la realidad, al igual que un hombre honesto. Cuando éste habla responderá lo que piensa que es cierto, mientras que el mentiroso lo hará sabiendo que lo que dice es falso. El razonamiento falaz, por su parte, no se encuentra en ningún momento en relación con la verdad. Quien así razona ni siquiera toma en cuenta los hechos más que para construir su discurso. No le importa si lo que describe es correcto: tan solo seleccionará o inventará aquello que mejor le sirva a su propósito.
En 2015 un grupo de expertos en psicología cognitiva dirigidos por el psicólogo Gordon Pennycook, realizaron en la Universidad de Waterloo una batería de pruebas tendientes a descubrir por qué algunas personas están más dispuestas que otras a aceptar como verdades plenas de sentido ciertas manipulaciones de la realidad presentes en las redes. Las conclusiones fueron que las personas con una tendencia natural a adoptar esta clase de discurso presentan o desarrollan carencias a nivel de su inteligencia y capacidades verbales, al tiempo que son más propensas a creer en teorías conspirativas: «… las personas están más expuestas que antes a encontrarse en su vida diaria con manipulaciones de la realidad … La manipulación de la realidad no es solamente algo común; también goza de gran popularidad. Usar vaguedades o ambigüedades para disfrazar la falta de sentido es algo común en la retórica política, en el marketing e incluso dentro del ámbito académico.» (Pennycook et al., 2015, p. 561).
No se trata entonces de un sujeto indefenso ante la «bala» informacional que le llega desde el «emisor» sino que éste se convierte, gracias a las posibilidades de retroalimentación interactiva de la tecnología de redes, en un agente que se activa y replica acríticamente el mensaje. Éste dialoga con su psicología y pautas culturales haciendo la réplica más aceptable al interior de la comunidad cultural a la que pertenece el ahora emisor. Ante ese conjunto de variables Eco proponía:
La batalla por la supervivencia del hombre como ser responsable en la Era de la Comunicación no se gana en el lugar de donde parte la comunicación sino en el lugar a donde llega. … nos espera un destino paradójico y difícil, a nosotros, estudiosos y técnicos de la comunicación … nosotros deberemos ser capaces de imaginar unos sistemas de comunicación complementarios que nos permitan llegar a cada grupo humano en particular, a cada miembro en particular, de la audiencia universal, para discutir el mensaje en su punto de llegada, a la luz de los códigos de llegada, confrontándolos con los códigos de partida. Estoy proponiendo una acción para incitar a la audiencia a que controle el mensaje y sus múltiples posibilidades de interpretación. La amenaza para quienes the medium is the message podría entonces llegar a ser, frente al medio y al mensaje, el retorno a la responsabilidad individual. (Eco, 1985, ps. 8-9-10)
ANÁLISIS

El origen

Rina Palenkova era una adolescente profundamente deprimida y con problemas de relacionamiento (de acuerdo a lo que ella misma publicaba en sus publicaciones) que usaba VKontakte, el Facebook ruso. En noviembre de 2015 se fotografió al costado de las vías del tren para luego saltar a ellas, no sin antes publicar su foto con la leyenda «adiós». Su muerte, en un país con un alto porcentaje de suicidio adolescente, no pasó desapercibida para tres actores que serían agentes fundamentales en la propagación del mito de la «ballena azul»: la prensa, los administradores de redes y los propios adolescentes inclinados a coquetear con la idea de la autoeliminación. Éstos últimos harían de Rina una figura de culto, replicando sus fotos y publicaciones en grupos cerrados pro-suicidio accesibles únicamente por invitación. En ellos fue donde primero empezó a viralizarse el rumor (hoax) de que su muerte estaba vinculada a una secta de suicidas. Uno de esos grupos se llamaba «Mar de Ballenas». La proliferación de grupos pro-suicidio rusos no es algo tampoco insólito pues, aún en un mundo donde se suicidan 3000 personas por día, Rusia se destaca por ser la tercera nación en cantidad de suicidios adolescentes, aún sin contar los suicidios fallidos o los suicidios calificados como accidentes.
Sin embargo, el suicidio de Rina Palenkova ya había ingresado a otra esfera. En mayo de 2016, el sitio «Novaya Gazette» publicó un extenso reporte donde afirmaba que existía un juego pro-suicidio inspirado en el libro «50 días antes de mi muerte», el cual ya habría causado 130 muertes en Rusia y al que se ingresaba por invitación en la red VKontakte. Le llamaron «ballena azul», el nombre con el cual luego sería conocido mundialmente. Dicho informe fue criticado debido a la metodología empleada en su elaboración (el psicólogo citado en el artículo era hijo de uno de los autores; éstos en ningún momento se habían comunicado con los administradores de la «ballena azul»; entre otras cosas) y motivó que su redactor responsable fuera suspendido. Otro medio, Lenta.ru, sí pudo contactarse con los administradores del grupo «Mar de Ballenas» (al que «Novaya Gazette» había rebautizado como «ballena azul») y verificaron que el interés principal de More Kitov, el administrador del grupo, no era aumentar el número de suicidios adolescentes sino atraerlos ya que de esa forma aumentaba sus ganancias asociadas a la publicidad inserta en las páginas del grupo. En realidad, ni siquiera era una idea original suya sino de otro creador de grupos llamado Filip Lis, quien había clonado las publicaciones, fotos personales de Rina y de su tumba, para crear una comunidad en VKontakte llamada «f57» con el mismo fin: el beneficio económico generado por la publicidad. El morbo adolescente más la exclusividad de pertenecer a una secta que en realidad no existía hicieron el resto.
Al igual que Facebook, la red VKontakte permite generar enormes ganancias económicas a partir de la publicidad. Kitov, entonces, copió la idea de «f57» para crear un grupo que tomó la figura de las ballenas («Mar de ballenas») y el «Novaya Gazette» le rebautizó la idea como «ballena azul» conservando algunas de sus características. Fundamentalmente, la de ser una secta destinada a fomentar el suicidio entre adolescentes mediante el cumplimiento de 50 pasos. Este rasgo idiosincrático ruso hubiera quedado allí si no fuera que la fusión de medios había creado vasos comunicantes entre Rusia y Occidente: Alexander Lebedev, el propietario del «Novaya Gazette» también poseía medios en Inglaterra. El «Evening Standard», el «Independent» y el tabloide sensacionalista «The Sun». Este último publicó a partir de abril de 2017 en grandes titulares que la policía y las escuelas estaban en un alerta «escalofriante» pues temían que el juego «ballena azul» se estuviera «dirigiendo» («heading») hacia el Reino Unido. El temor, añadían, se debía a que estaba creando (inequívocamente, de creerle al tabloide) suicidas adolescentes. En los días posteriores «The Sun» continuó con titulares del mismo calibre, empleando términos como «muerte», «enfermedad», «peligro», «jóvenes». Incluso citaba como fuente al ya descalificado «Noyava Gazette»: «el «Novaya Gazette» informó: «Hemos contado 130 suicidios de niños que ocurrieron entre noviembre de 2015 a abril de 2016». Junto a estas afirmaciones también se había «levantado» una entrevista a Phillip Budeikin, 21, supuesto creador del juego, que aparentemente había confesado tener el propósito de eliminar gente que eran apenas «desperdicio biológico». Toda esta información se podía encontrar apenas en un solo sitio («saint-petersburg.ru») pero, sin cumplir con la regla básica de triple confirmación de la fuente, la misma fue luego replicada por la prensa de todo el mundo.
Incluyendo, claro está, a la prensa uruguaya.

Ballena en Rivera

El 26 de abril de 2017 los noticieros televisivos y medios gráficos de nuestro país informaban que en el departamento de Rivera una adolescente había sido internada en el hospital con cortes en los brazos. Dichas heridas obedecían a uno de los pasos de un «juego» originado en Rusia conocido como «ballena azul». El nombre, explicaba un sitio web, había sido elegido por analogía con la periódica aparición de cetáceos muertos o agonizantes en las playas de todo el mundo. El juego en sí era un programa al estilo de las rutinas para dejar de fumar («12 pasos para dejar el cigarrillo») pero en este el número de pasos eran 50, y con el último de ellos el participante abandonaba de forma más o menos voluntaria la vida.
La existencia en las redes de una estrategia dirigida a provocar el suicidio de adolescentes provocó las inmediatas reacciones de las autoridades. Horacio Porciúncula, Director de Salud Mental de ASSE, brindó declaraciones asegurando que estaban ocupándose del caso debido a la «vulnerabilidad psicológica de la implicada». El jerarca reforzó la versión periodística de que existían lazos entre las lesiones y el juego «ballena azul» e incluso afirmó que en Rusia «había provocado la muerte de más de 100 adolescentes». Ese mismo día ASSE publicaba sus «Recomendaciones para pacientes y familiares en situación de riesgo suicida» que, más allá de intentar mostrar la rapidez y el celo de las autoridades ante nuevas problemáticas, en verdad se trataba de la misma guía para prevenir suicidios realizada por el organismo un tiempo atrás. Reforzando la protección desde el estado, el ministro del Interior envió el caso de la adolescente de Rivera a Interpol en un intento de localizar al «curador» o, dicho de otro modo, la persona que captaba a los adolescentes e incitaba a que éstos participaran del juego.
El ministro por entonces no parecía contar con datos muy precisos ya que según sus fuentes tal «curador» podía estar en Bolivia o en Uruguay aunque, a pesar de tratarse de un hecho nuevo en el país, el jerarca afirmaba con seguridad que «…el juego es del manipulador, que tiene éxito cuando el manipulado se suicida. Por eso inducen al suicidio a adolescentes o personas con depresión psíquica…». Ergo, todo adolescente deprimido era un suicida en potencia. Probablemente muchos padres y madres de adolescentes se preocuparon esa noche (quizás por primera vez) sobre qué sería lo qué verían sus hijos en las pantallas de sus computadoras y smartphones durante tantas horas. Al fin de cuentas y atando cabos, ese desgano y cambios repentinos de carácter podían obedecer a algo más serio que el pasaje por una edad difícil.
Las agencias de noticias mientras tanto tenían su generador de contenidos trabajando al máximo, ocupadas en brindar detalles (¿instrucciones?): algunos de los pasos consistían en «dibujar ballenas en un papel, cortarse los labios, hacerse un agujero en la mano, tatuarse una ballena en el brazo o pasar 24 horas sin dormir viendo películas de terror» y otros detalles igualmente horrísonos. Todas las fuentes concordaban en que el juego había nacido en Rusia y luego se había viralizado en Brasil, donde los dos primeros casos fatales habían ocurrido en el estado de Paraíba. «Presuntamente», agregaban, por causa del juego. Citaban el caso de una chica cuyo cuerpo fue encontrado en una laguna de Mato Grosso. El vínculo con el juego se estableció a posteriori del hallazgo, al encontrar marcas de corte en sus brazos. La información no especificaba el número de víctimas, la dispersión geográfica ni si estaba verificada la relación entre el juego y sus muertes. Sin embargo, en una nota publicada ese mismo día, el psicólogo uruguayo Roberto Balaguer («especialista en redes sociales» según agregaba el periodista) afirmaba que «existen millones de ballenas azules».
Millones.
Al día siguiente, los casos uruguayos vinculados a la ballena azul ya se habían expandido a cinco departamentos. El suelto donde se brindaba la noticia es una gema de información emitida antes de ser confirmada: «Por el momento son seis adolescentes involucrados. De todos modos, el director de Salud Mental … dijo … que hay más casos en revisión, si bien no precisó cuántos.» A pesar del pedido del jerarca en el sentido de que «lo más importante es conversar con los menores» pues eso implica que «los padres pongan una mirada más profunda en qué les pasa a sus hijos», los titulares insistían: «Policía logró que se cerrara un grupo de Facebook que contactaba a víctimas de la Ballena Azul»; «Investigan cuatro casos de jóvenes que participaron del juego en Uruguay».
La información era ampliada momento a momento: jóvenes con heridas en los brazos eran sospechosos de estar participando del juego y por lo tanto eran sin más demoras pasados a la «protección» del Estado. Se decía que incluso aquellos que pretendían abandonar el juego eran amenazados por sus «captores» pero como los adolescentes habían borrado toda conversación con éstos, no era posible rastrearlos (ni encontrar pruebas de que se estaba ante una vinculación real y no ante una profecía autocumplida). Apenas 24 horas más bastaron para que las denuncias relacionadas con el juego treparan a 15. Como si se estuviera ante una crisis sanitaria o una amenaza biológica perpetrada por saboteadores, el INAU instrumentó una «Línea Azul» para realizar consultas sobre el tema y la Policía nacional solicitó de la población que ante cualquier caso sospechoso se hiciera la denuncia ante la Seccional más próxima. Ya la apelación por parte de las autoridades se formalizaba con acento grave y urgente pues un titular afirmaba que «Cuatro ministerios trabajan para combatir juego de la Ballena Azul» y un protocolo elaborado por el MSP y el MEC aconsejaba vigilar a sus hijos por si «los menores disfrutan menos de las actividades cotidianas, además de si solo se relacionan con personas a través de las redes sociales y tienen dificultades para dormir.» En síntesis: si su hijo adolescente se comporta como tal entonces está en problemas.
Por entonces, la ministra de Educación calificaba como «realmente atroz» lo que lograba el juego y de ser «tan manipulables», a los adolescentes que participaban de él.
El 29 de abril fue sábado. La prensa no reportó ningún caso nuevo. Ni tampoco al otro día. El lunes la semana comenzó con los festejos por el Día del Trabajador. Las ballenas se habían ido a otras costas.

Entrevistas a usuarios uruguayos de redes sociales

Para este trabajó se usó la metodología de la entrevista con adolescentes uruguayos cuyas edades oscilan entre los 15 a 19 años. Se trata de 6 entrevistados que comparten dos características en común: pertenecieron a un grupo de amigos que luego fue disgregándose a medida que sus familias se mudaron de barrio y hacen uso diario de las redes sociales.
La hipótesis desde la que se partió es que, por tratarse de nativos digitales, éstos podían interponer ante la andanada mediática que los tenía como protagonistas, una actitud más crítica, distinta a la de las autoridades y especialistas que durante el pico de aparición del caso en los medios habían actuado sin corroborar la fuente de la información o su veracidad.
Conviene agregar que para la época en que dicha información apareció en la prensa uruguaya, ya el sitio snopes.com, especializado en analizar información dudosa aparecida en Internet, le había otorgado el status de «no probado» al vínculo entre los suicidios adolescentes y el juego «ballena azul».
Las preguntas enviadas vía chat a los entrevistados fueron: 1.- ¿Escuchaste hablar de la «ballena azul»?; 2.- ¿A través de qué medios (televisión, redes sociales, etc.) te enteraste de la «ballena azul»?; 3.- ¿Podrías describir brevemente en qué consiste el juego de la «ballena azul»?; 4.- ¿Qué piensas respecto del juego?; 5.- ¿Tus padres te hablaron de la «Ballena azul»?; 6.- ¿Conoces a alguien que lo haya jugado, aunque sea en parte o que esté interesado en jugarlo?
Se analizaron las respuestas a las preguntas 2, 4 y 6 pues estas permiten conocer los medios a través de los que llegó la noticia al entrevistado, qué valoración tiene sobre el juego y si tuvo de fuente directa alguna confirmación del vínculo entre suicidio y el juego, respectivamente.
En la transcripción de las respuestas se ha respetado la grafía original:
Daniel, 19 años: 2.- A través de un foro llamado «Reddit»; 4- Me parece un tema un tanto delicado, es más complejo de lo que parece a simple vista, involucra manipulación emocional entre otras cosas. ; 6- No, conozco personas que han investigado sobre el fenómeno pero ninguna con interés en formar parte de ello»
Josefina, 17 años: 2.- Redes Sociales y amigos; 4- Que no tendría q existir para nada; 6-No
Carina, 18 años: 2.- Televisión y por lo que se habla en persona con familia y amigos; 4- Que tuvo que haber sido detenido a tiempo y no se trato correctamente porque se permitió su expansión.; 6- No.
Elena, 15 años: 2.- redes sociales y compañeros de clase; 4- me parece horrible, y peligroso; 6- no
Martina, 17 años: 2.- me enteré de esto en internet; 4-me parece una estupidez, pero una estupidez grave, ya que se ha llevado las vidas de muchas personas; 6- Por suerte, no
Micaela, 16 años: 2.- redes sociales, Facebook; 4- que los que lo crearon no son los locos sino los que lo juegan, son personas desesperadas por pertenecer a algo además de suicidas con una visión de diferente de la muerte que la de una persona promedio.; 6-no
Lo primero a destacar de lo aportado por los entrevistados es que se enteraron de la «ballena azul» por las redes, pero ninguno duda de la existencia de un juego destinado a provocar el suicidio de adolescentes. Todos ellos usaron expresiones que refuerzan tal relación: «manipulación emocional»; «no tendría que existir»; «tuvo que haber sido detenido a tiempo … se permitió su expansión»; «horrible, y peligroso»; «una estupidez grave»; «personas desesperadas por pertenecer a algo además de suicidas».
Dicha relación no fue puesta en duda por el hecho de que ninguno conoció persona alguna que haya jugado o demostrado interés en jugar a la «ballena azul».

CONCLUSIONES

La principal enseñanza que debería dejar el estudio del caso de la «ballena azul» (y cualquier otro caso por el estilo) es que la gente se encuentra en una situación similar a la de una liebre encandilada ante los focos delanteros de un auto.
Existen usuarios expertos que pueden usar la red saltándose regulaciones, enmascarando sus IPs para no ser ubicables y así mantener vivo en Internet el espíritu libertario que se esperaba fuera su motor principal. Para la gran mayoría de usuarios, Internet en cambio es algo con lo que no pueden hacer otra cosa más que operar a un nivel básico, demasiado absortos ante el fluir oceánico de la información como para elaborar alguna estrategia. Reaccionan por instinto.
Ante el mismo hecho, teóricos procedentes de diversos marcos han elaborado teorías y acuñado terminologías para diseccionar esta singularidad informacional pero sus trabajos apenas tienen el alcance máximo permitido por el éxito que tengan sus publicaciones y las influencias de éstas dentro del mundo académico. Aunque la industria cultural tome su discurso reflexivo como insumo (en el mejor de los casos), éste no llega a la mayoría del público usuario de las redes.
Todavía éste sigue sin poseer herramienta teóricas que le ayuden a decidir a quién creerle, saber cómo se arma una agenda noticiosa, qué riesgos son aceptables correr para acceder a un contenido, como evitar los peligros de la sobreexposición de los datos e imágenes personales en un ambiente que es básicamente el equivalente digital de la calle.
Además, las prácticas culturales que apoyan cierta tipo de pensamiento mágico o falaz crean mentalidades conservadoras, apegadas a la clonación sin criterio racional de información no comprobada antes que a la argumentación o por lo menos a una etapa previa, personal, de evaluación crítica anterior a la viralización que muchas veces tiene consecuencias letales en la vida que se desarrolla en el mundo físico.
Si lo que nos muestran los estudios sobre lo que está sucediendo con el comportamiento en las redes actualmente continúa sucediendo, se establecerá entonces un desequilibrio entre cantidad y calidad de la información. La red dejará de comunicar y tan solo informará, más allá del valor o la veracidad de dichos paquetes de datos. Internet será entonces la biblioteca más grande jamás creada por la humanidad pero la mayoría de sus libros serán compendios de dudosas reflexiones seudocientíficas o seudofilosóficas, manifiestos de odio en todas sus variantes (sexismo, racismo, nacionalismos, chauvinismos, etc.) y todo tipo de patologías del pensamiento. Como además la integración entre la esfera privada y la estatal es total respecto a la información sobre los ciudadanos (hábitos de consumo, fundamentalmente pero también preferencias políticas desde que éstas son insumos para agencias de publicidad y jefes de campañas), posiblemente esa nueva edad oscura se caracterizará por una omnisciencia en la que la esfera de lo privado haya desaparecido por completo, sin que se oiga una sola voz en protesta.
El porcentaje de la población mundial que tiene acceso a Internet en forma regular ronda apenas el 49.7 %, la mayoría de ellos en países «centrales» o en «vías de desarrollo», para usar el eufemismo aplicado a países como el nuestro. En Uruguay, el acceso a Internet en forma masiva es un tema casi resuelto. Tenemos un ancho de banda cuyo promedio está entre los más altos de la región, e incluso el tramo que va desde el tendido público hasta el módem interno que distribuye la señal al resto del hogar es de fibra óptica cuando incluso en los países centrales para dicho segmento continúa usándose alambre de cobre.
Tenemos además otros dos indicadores que son potencialmente favorables: la cantidad de dispositivos (computadoras personales, laptops y teléfonos móviles) capaces de brindar acceso a Internet y una tasa de alfabetización que aún se mantiene dentro de parámetros aceptables. La sinergia de estos tres factores combinados hace que los uruguayos estemos potencialmente en condiciones ideales para ejercer nuestra ciudadanía digital.
No hay sin embargo una correlación entre la disponibilidad material y la preparación para usar dichos medios de forma adecuada a lo que la naturaleza del medio exige, si es que no deseamos repetir el esquema tradicional que se ha vivido con la radio y la televisión tradicional. No se trata de que ahora el televisor tenga acceso a Internet y gracias a eso puedo ser mi propio programador de contenidos. Es que no existe en la agenda de gobierno ni en los programas educativos de los organismos desconcentrados del CODICEN asignatura alguna dedicada a la adecuación crítica respecto de los nuevos medios.
Así como se enseñan los conocimientos básicos sobre nuestras características como país, el Estado debería educar sobre este otro nuevo territorio digital cuyas fronteras quizás nunca terminen de ser cartografiadas por completo. Es un territorio formado por nodos y carreteras, sin una autoridad central ni leyes que regulen su funcionamiento por más que las legislaciones puedan alcanzar algunos de sus efectos. La ontología del medio es esencialmente anárquica. Al principio de este trabajo hablábamos de los nuevos términos que las tecnologías incorporan junto a su irrupción. Hoy ya casi nadie ignora qué significa el término «chat» pero otros términos como «grooming», «datamining» o «sexting» necesitan ser explicados para que las nuevas generaciones puedan ejercer cierta profilaxis a fin de evitar caer en el lugar de víctimas de la tecnología. La educación debe tomar este asunto pues el panorama informacional, que ya inunda nuestra vida, tendrá formas aún desconocidas pero su intensidad no hará otra cosa que crecer.
Eco hacía una llamada a la guerrilla a los comunicólogos. Nos convocaba a una lucha casa por casa pero quizás la misma sea mucho más efectiva si se libra desde las aulas. La Academia y dentro de ella la licenciatura en Comunicación tiene ante sí una responsabilidad y también una oportunidad: integrarse a la elaboración de los programas del CODICEN, pelear para crear una asignatura en ellos y por que la licenciatura a su vez tenga una opción para la docencia en tales ámbitos, incorporando a su currícula materias como pedagogía y didáctica.
Es una posibilidad imposible, si se me permite el oxímoron, para muchas autoridades, pero también es una necesidad que será cada vez más urgente pues de otra forma no tendremos nativos sino generaciones de esclavos digitales.

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