Tres clases de amor: Ovidio, el amor sacro y el amor cortés

Tres clases de amor: Ovidio, el amor sacro y el amor cortés

El amor es una expresión sentimental privada, pero no escapa a la influencia que la cultura en la que se desarrolla ejerce sobre él. La literatura lo tiene como uno de sus temas predilectos a lo largo de toda su historia, y cada expresión literaria recoge la concepción dominante de lo que se entiende por “correcto”, de acuerdo a lo que los usos populares y la intervención del poder político consideran conveniente. Cambian los métodos respecto a cómo provocar, atraer, celebrar y se mantiene así una tradición que relata las consecuencias en caso de no atender a dichas regulaciones sobreentendidas. Ovidio, en su Ars Amandi, brinda una serie de consejos respecto al trámite amoroso. El amor ovidiano es uno cuyo objetivo es la consumación carnal, y en tal sentido es explícito al punto de enumerar diversas tácticas de aproximación y asedio a la dama en cuestión. Aún así, lo hace sin violar los preceptos del Derecho Romano, y por ello nada dicen sus consejos respecto a la seducción de casadas y matronas, ya que de hacerlo incurriría en falta grave. Los objetivos permitidos son las esclavas, las libertas, las prostitutas. Jamás una ciudadana romana.

El corpus ovidiano sirvió de inspiración al Pamphilus de Amore, escrito en un estilo bajo (sermo humilis), donde se cuentanlos esfuerzos de Pánfilo por conquistar a Galatea y su pedido a una alchahueta para que interceda por él a su favor. El episodio está parodiado en el Libro del Buen Amor, en el que el Arcipreste de Hita lo utiliza como base para el episodio de Don Melón y Doña Endrina para ilustrar un ejemplo de mal amor, un amor pecaminoso, basado en lo estrictamente sensual. Tanto Pánfilo como Melón se aprestan a acometer sus respectivas empresas bajo el influjo del consejo de Venus, que, en el contexto del Libro del Buen Amor, deja en claro las intenciones de Melón: es el cuerpo de Endrina lo que desea aunque para ello se sirva de las reglas del amor cortés. El episodio se desarrolla luego que los consejos de Amor, refrendados por Venus, entusiasman al protagonista (que no está claro si es el Arcipreste o Melón, su alter ego) para que vaya al encuentro de Endrina, el que ocurre en la plaza del pueblo, a la vista de todos:

653 ¡Ay, Dios!, ¡e quán fermosa viene doña Endrina por la plaça!

¡Qué talle, qué donaire, qué alto cuello de garça!

¡Qué cabellos, qué boquilla, qué color, qué buen andança!

Con saetas de amor fiere, quando los sus ojos alça.

Los detalles en los que repara Melón son todos físicos; sin embargo, se acerca de forma discreta a ella –el pueblo los observa-, a confesarle un amor que ella no acepta pues Melón en su apresuramiento no respetó uno de los códigos del amor cortés. No fue discreto, su conducta hace imposible el secreto. Pero tampoco lo rechaza. Melón acude –como antes Pánfilo-, a solicitar el auxilio de una alcahueta, la Trotaconventos. Ella, con historias (la fábula de la avutarda y la golondrina) y consejos (762: “Qué os aprovecha vestir este negro paño,/andar avergonzada y con mucho menoscabo.”) consigue que la viuda, mientras todos en el pueblo están comiendo, la acompañe a su casa. Allí, Melón, con quien monta una escena en la que este, desde el exterior, acosa su morada desde donde Endrina ya no tiene cómo escapar, y amenaza contirar las puertas, por lo que la alcahueta se aviene a dejarlo entrar (875: “¡non quebrantades mis puertas!, que del abad de Sant Paulo/las ove ganado, non posisteis aí un clavo.”). Las puertas son el fruto de un trabajo previo que la alcahueta le hizo al abad.. Una vez dentro, y aunque existe un vacío en el texto, es de suponer que Melón viola a Endrina, ya que luego recibe el reproche de la vieja (878: “Cuando yo salí de casa, ya que veías las redes,/¿Por qué quedasteis sola con él, entre estas paredes?), en un claro intento de exculparse. Según Louise Haywood “el autor matiza su versión del Pamphilus con inversiones de los preceptos de Capellán a lo largo de sus 14 episodios. Que el autor sea caústico respecto al amor aumenta la sátira social y eclesiástica.”

En efecto, el Arcipreste es muy irónico respecto a la institución del amor cortés ya que luego Melón enmienda –según la moral de la época-, su crimen casándose con Endrina. Con ello desmiente dos características del amor cortés: el amor no debe consumarse, el amor cortés no tiene como finalidad el matrimonio. El autor cuestiona la sinceridad del amor cortés como “buen amor”. Por debajo de las formas cortesanas, se ocultaba la sensualidad pagana y otros motivos que distraían al hombre del verdadero buen amor: el amor a Dios.

Históricamente el amor cortés fue una variante a medio camino entre el amor sensual de tipo ovidiano y el amor “correcto”, dictado por la Iglesia. Nació en las recién creadas Universidades, al calor de las ideas aristotélicas. Lo practicaban las clases altas, más que nada en un plano ideal, y alimentó las fantasías de damas y caballeros medievales de la misma manera en que, siglos más tarde, lo harían las novelas románticas. Alborg considera que el Arcipreste, “se instaló dentro de las formas didácticas medievales” como subterfugio para verter su ácida mirada mediante el uso de un texto “pagano” sin atraer sobre él la furia eclesiástica. Por otro lado, Diego de San Pedro incia su Cárcel de Amor de forma alegórica. Según Whinnon es una “alegoría perfecta”, en el sentido de que no hay ninguna huella léxica “que le aporte sentido a la escena”. La primera parte discurre entre ideas puras: el Deseo atrapado en una cárcel de amor. Recién en el segundo capítulo se explicarán los significados de la alegoría. La historia de Leriano y Aureola sí se rige por los principios del amor cortés, de principio a fin: hay contacto sexual pero también se conquistan el corazón, al punto de que Leriano tiene una muerte noble por cuidar la “fama” de Laureola. Esta “fama” es una característica de la literatura castellana, equivale al “buen nombre” (el lugar de la dama frente a la sociedad), de la dama. Por esa causa, la muerte de Leriano merece que “sus honras fueran conformes a su merecimiento” (p. 176).

Otro tipo muy distinto de amante es Calisto, el apurado pretendiente de Melinea en La Celestina, de Fernando de Rojas. La descripción de la amada no puede ser más grosera: “… la redondeza y forma de las pequeñas tetas, … que se despereza el hombre cuando las mira.” El objetivo de Calisto es claro desde que traspasa el locus amoenus del huerto, donde comienza la historia, en busca de su azor. El h uerto es el cuerpo de Melinea, un lugar para el amor, y el azor de Calisto es como su amo: busca siempre las mejores presas. Todos los personajes de La Celestina viven en el mundo, a diferencia de Cárcel de Amor. Calisto, Melinea, Sempronio y Lucrecia son presas de la sensualidad carnal; Pleberio, padre de Melinea, obtiene el goce de la acumulación de riquezas. Gracias a los oficios de la Celestina, Calisto logra consumar su propósito con Melinea no una sino varias veces. Su grosería llega al punto de permitirse tener sexo con ella delante de la servidumbre, su lujuria accede a que la criada de Melinea lo manosee, su apresuramiento en retornar al hueco cálido de Melinea lo despeña. Muere de una forma indigna. La aquiescencia de Melinea respecto de los requerimientos de Calisto también la condena y, después de todo, es la que desencadena la tragedia. En lo formal, el realismo con que están relatados los acontecimientos y la contradicción de sus personajes han hecho de La Celestina un ejemplo temprano de lo que Cervantes luego mostrará en Don Quijote de la Mancha: la locura de sus personajes, atrapados en unos códigos de conducta irrealizables en la práctica.

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