No respeta mi dolor. Llega una vez ha pasado la hora del almuerzo e impone sus deseos con una insensibilidad que en primera instancia me enfurece y luego, en frío, me aterra, alega que lo hace por mi bien y, luego de la confrontación, una donde ha sacado lo peor de mí, me reclama insensatez y desagradecimiento. Lo peor es que tiene razón, pero ello, cosa más allá de mis constantes faltas, no es motivo para que pase por mi encima y me imponga su voluntad, aun cuando lo haga con la mayor buena fe del mundo.

Esta situación no ha terminado, diríase que es cíclica y se repite muchas más veces de las que me corresponde justificar, cada batalla nos hiere en demasía, ninguno sale ileso de ella; decir a quién le corresponde más razón y más dolor es deleznable, pero en definitiva, debido a la fragilidad de las insatisfacciones cotidianas, es el contrario el que sufre más estas disputas; así espero que finalice (o se aplace momentáneamente) este vínculo que nos une y que la razón de ello no sea la muerte de uno de los dos.

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