Yo cuidaba ese parque más que a nada, le daba pan a los patos, arroz a las tortolitas y recojía el excremento de los perros, era un lugar lindo y aseado.

Había columpios y carros de helado, pero la principal atracción era un tobogán de noventa grados de inclinación, con una caída de cincuenta metros hacia una piscina vacía, la gente pagaba y hacía largas filas para tirarse, yo me tiré tres veces.

Arriba de la enfermería quedaba la terraza (fantasmas reales fueron captados por telescopios allí) tenía también una gran plazoleta con una fuente en el centro, por las tardes había shows de títeres, piscina de pelotas para adultos, lanchas de carreras y banquitas para sentarse debajo de los arboles, yo cuidaba ese parque.

Tenía hormigueros y panales, con hormigas africanas voladoras que zumbaban, que mordían y chuzaban, porque estaban custodiando una puerta con cadenas y candados, detrás de esa puerta quedaba el cuarto principal de controles.

Alguien visitó el parque para realizar travesuras, descargó la aplicación para hipnotizar hormigas, consiguiendo que le entregaran las llaves y cruzó la zona restringida, apagó algunos botones y puso combustible en los aspersores que rociaron gasolina toda la noche.

También se le ocurrió dejar una bomba de tiempo oculta entre las flores y se alejó lentamente, esa mañana recuerdo que estaba haciendo la fila para el tobogán cuando volé en pedazos.

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