Abrazo a mi hijo con el estremecedor sentimiento de que puede ser el último….

sé que están cerca. Oigo el estruendo de las armas y el silencio de la muerte. Acurrucados en una esquina de los despojos de lo que no hace mucho tiempo era un hogar, esperamos nuestro momento engullidos por una amarga sensación de resignación…

“Papá ya llegan los malos…”- gimotea mi pequeño con los dedos incrustados en los oídos, acompañando con un leve espasmo de su pequeño cuerpo cada estrépito provocado por las armas.

No sé que decirle…contengo a duras penas las lágrimas mientras miro sus pequeños ojos bañados en miedo…

“No te preocupes. Estaré contigo siempre…”- El futuro dolor que me depare la muerte no podrá superar el de este momento. Es una certeza que en ese momento tengo con absoluta nitidez. Y pensar que hace tan, tan poco…éramos tan felices…Porque hasta hacía poco, hasta la llegada de aquellos seres, vivíamos en paz. Si cierro los ojos por un momento, aún recuerdo como mi ser entero se llenó de una extraña mezcla de emoción, excitación y temor el día de la noticia: “No estamos solos”. Había llegado la primera nave, los primeros visitantes del recóndito espacio exterior.

Pero bajo una falsa apariencia de bondad y búsqueda de paz, aquellos miserables seres ocultaban un profundo odio y sed de destrucción. Pronto su superioridad tecnológica se impuso y una breve guerra en la que apenas pudimos oponer resistencia pronto derivó en una cruel matanza sin sentido…

Un estruendo seco. Han entrado. Miro a mi pequeño y le marco silencio con un gesto…” No te muevas” …le susurro. Presto atención y escucho el pesado golpear de las botas de los pesados trajes que acompañan a las tropas hostiles. Es solo uno. Tendremos una oportunidad. Se acerca e insisto nuevamente a mi pequeño con un gesto que no haga movimiento alguno….

Sé cuál es el único punto débil. Ellos no soportan la temperatura de nuestro planeta…Durante el día las altas temperaturas son igual de letales que el frío de nuestras noches…Por ello necesitan un equipo aerotérmico que mantenga una temperatura de soporte vital en el interior de sus trajes. Y ese sistema de climatización lo llevan a sus espaldas. Así que, con un movimiento rápido, busco su espalda y arranco el tubo que conecta el sistema aerotérmico al interior de su armazón…Veo la sorpresa y el terror en sus ojos…y esa sorpresa y terror es la que me ofrece una pequeña fracción de segundo para arrebatarle el arma…No dudo y disparo. Al rostro. Sin compasión ni duda. Veo saltar los cristales de la máscara de su casco y la explosión de sangre que se abalanza sobre mi rostro…Mi hijo grita. Y fuera también. Voces de alarma.

Corro hacia mi pequeño, lo agarro en brazos y salgo corriendo por la parte de atrás de mi hogar. Le aprieto tan fuerte a mi pecho, que tengo el convencimiento de que incluso puedo estar haciéndole daño. Corro con todas mis fuerzas, aún a sabiendas que es una carrera sin meta, perdida desde antes de su comienzo. Y así es.

Primero se oye el fogonazo.

Luego sientes el latigazo de dolor de la carne al abrirse, incluso te parece que el olor de esa misma carne quemada lo capta tu sentido del olfato una milésima antes…Y de inmediato; notas como la tibia sangre empieza a brotar en trémulos borbotones…

Caigo al suelo y veo como mi pequeño escapa de mis brazos y cae un poco más adelante de mí…Se incorpora y se queda sentado. No gime…no llora…solo me mira. Yo puedo sentir como la vida me abandona…las nimias fuerzas que me quedan no me permiten articular palabra alguna, solo alcanzan para trasladar con un movimiento de labios un “te quiero hijo” a mi pequeño. El lo lee en mis labios cubiertos de arena y sangre y lanza una mirada compasiva. Con una sonrisa rebosante de inocencia infantil me dice “Y yo a ti” justo antes de que su cabeza realice un violento giro producido por un disparo….

Quiero morir ya. El dolor de mi alma es insoportable.

Giro sobre mi cuerpo y me quedo mirando al cielo mientras el cañón del arma, aún humeante, se aproxima a mi sien…Contemplo las tres lunas de Kjaardán por última vez y justo antes de que un fogonazo me lleve a la oscuridad unas palabras recorren mi mente:

“Venimos en son de paz. Venimos…del Planeta Tierra”.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS