El colectivo

El colectivo

Asier

16/10/2019

De haberse visto el camino de ida a bordo del colectivo una mañana primaveral al lado del asiento que da a la ventana y que, no obstante, dejaba traslucir poco el exterior debido no a la suciedad de la misma, sino a la opacidad de la antigüedad del vidrio, se habría visto poco de igual forma, pues uno tenía que estar pendiente del boletero que hacía amagues de acercarse a cobrar el pasaje, pero que era sorprendido por un pasajero intempestivo que alzaba la mano grácilmente, y hasta con cierta elegancia desdeñosa, como si se le debiese un trato especial para con él, cuando en realidad, puesto que se podía observar la misma escena repetirse estando una vez sentado, ocurría así con cada persona al subir; entonces el boletero tenía que regresar, si es que estaba a medio paso de la persona a cobrar, lo cual ocurría como el estado natural de las cosas, y accionando un mecanismo simple pero vedado al pasajero común abría las compuertas del colectivo y dicha persona, con aires de presunción otorgadas por una puntualidad misteriosa, subía y ocupaba su lugar.

De esta forma, uno no podía estar pendiente del exterior con esta clase de cosas ocurriendo alrededor suyo, a lo mucho, como ya Alonso había dispuesto, tenía el sencillo necesario para realizar el pago al boletero en una de sus manos, la cual ocultaba con celo en un bolsillo de su pantalón; de este modo, con estas preocupaciones inofensivas pero desgastantes, transcurrió todo el viaje de ida a su destino. El nombre de las calles, las figuras de las plazas, el vestir de las gentes en las afueras y los puestos al paso se le escapaban como los boletos que ahora sí, aprovechando el tráfico en una intercepción donde ningún peatón pudiese abordar de forma inesperada, el boletero repartía como un bien a cada una de la personas sentadas, pues a las que iban de pie, al estar más cerca del boletero, se les había cobrado facilidad y prontitud.

Tan pronto el boletero llegó al asiento doble donde estaba Alonso, Eder, a su lado, le hizo una seña para que se levantase y, luego de haber pagado por ambos, lo incentivó a bajar al exterior por esas compuertas herrumbradas ahora dispuestas de par en par por su accionar; a su espalda, aún con los boletos en mano, que por el apuro de Eder y por la inutilidad de los mismos ahora que emergían al exterior no habían llevado consigo, el boletero los seguía portando con semblante descorazonado y se los extendía con el brazo para que Alonso los tomase, pues se había resignado de que así ocurriese con Eder, pero cuando Alonso se estiró para tomarlos, estaba inclusive meditando unas palabras reconfortantes para el boletero, Eder le bajó el brazo con una reprimenda y dejó que el colectivo retomase presuroso su recorrido.

Ya en las lejanías aún se podía distinguir el brazo del boletero sobresaliendo de la puerta con todos los boletos en mano, incluso los suyos, que estaban apartados en el meñique, y Alonso sintió cuanta falta le hacían esos boletos.

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