Sábado, 5.00 p. m.

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Asier

14/10/2019

Me ofrecieron un trato en apariencia beneficioso antes de entrar a casa y girar el pestillo; esta gente, la que aparece de improvisto, casi por descarte de algún encuentro azaroso muchas veces repetido, es muy persistente, también es astuta y conocen lo que por insistencia les lleva años aprender a la gente común. Por eso, ante tanta disparidad, decido reunir todas mis fuerzas y echarla con una rotunda negativa, pero para entonces ya, esta gente ahora personificada en una persona cualquiera, se encuentra en mi casa, sentado en el sillón y esperando vomitar todo lo que tiene que decir. Aún no salgo de mi asombro cuando mi familia ya se ha congraciado con el invasor, hablan enérgicamente sobre temas absurdos y cuando hace el ademán de levantarse, quizás para conminarme a prestarle la debida atención que debiera tenerle, mi familia, mirándome como si de un reproche se tratase, me invita, tácitamente, a acércame, mientras mi madre distrae al sujeto con una pregunta fácilmente obviable. Mi hermano se acerca y me toma del brazo, casi samaqueándome, hasta llegar a la altura de este señor impaciente que tamborilea sobre las asaderas del sillón. Al estar frente a él mi familia se ha ido, ya no percibo impaciencia de su parte. Está a punto de agitar las manos en un gesto en apariencia muchas veces usado para iniciar un discurso cuando me doy cuenta de algo.

—¿De quién es ese sillón en el que se sienta tan campante? ¿Es, acaso, suyo? Porque mío, como me doy cuenta ahora, no es. Por ende, señor, usted no es un invitado mío o de mi familia, está usted en un lugar que no es mi casa, y no tiene más trato que ofrecer que a los ocupantes de ella.

Al cerrar la puerta antes de salir de la habitación, que ahora me resulta ajena, apago las luces del lugar como si hubiese estado solo desde un principio. La última imagen que me bota el resquicio de la puerta cerrándose es la de ese hombre sentado sin ocupar todo el sillón, rozándolo apenas, y la de ambas manos tapándole el rostro como si la oscuridad no la ocultase del todo.

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