La inspectora Grey, de Ciber-Delitos, no podía evitar disfrutar de esta parte de su trabajo. Se sentía, un poco, como una “superhéroe” de comic.
Estaba tomando unas copas en el Story Nightclub, de Miami Beach, frente a un bichejo más, salido de las cloacas de intenet.
Era experta en perfiles criminales, y para obtenerlo debía meterse de lleno en su papel. Por eso le miró con ojos tímidos y una dulce sonrisa en los labios. Y a cambio recibió una amplia sonrisa que dejó al aire unos caninos por los que parecían deslizarse, a cámara lenta, unas diminutas gotas de saliva.
La cosa empezaba bien. No le cupo duda de que al “caballero” le había gustado la estampa de la dama.
Y la partida se inició.
Y mientras él desplegaba una intencionada seductora verborrea desgastada por el uso y el abuso, pero aun así divertida, ella empezó a estudiarle y realizar su perfil.
Teniendo en cuenta que el mozo había superado la cincuentena, que el pelo aún tapizaba su cuero cabelludo y que no tenía esa que llamaban “barriguita cervecera” o “curva de la felicidad”, era mas que probable que el galán” estaría acostumbrado a “cortar dos orejas y dar la vuelta al ruedo” entre sus conquistas.
Ahora tocaba averiguar qué estaba buscando en esta ocasión el señor; si solo un simple escarceo amoroso consentido o algo mucho mas inconfesable.
Las ratios de los ordenadores le habían incluido dentro de los sujetos susceptibles de especial atención por su intensa actividad sexual en las redes.
Y nada mejor que una charla intrascendente y banal, con una chica bonita y tontita, para que se pudieran manifestarse esos insignificantes detalles que algunos indeseables deseaban mantener ocultos.
Y así, entre palabras, miradas y sonrisas, empezó a asomar que el “figura” escondía algo, o, quizás, se escondía de alguien. Aunque era evidente que él estaba más que seguro de disimularlo.
La inspectora agradeció esa masculina vanidad que circulaba por su venas, porque estando seguro de su poder de atracción sobre las féminas, se relajaría y bajando la guardia, le mostraría esos pequeños trazos, que ella necesitaba, de lo que pasaba por su mente.
El tiempo iba transcurriendo, empezaba a agotarse y él empezaba a ponerse nervioso. Era evidente que no estaba dispuesto a renunciar a hacer suyo ese cuerpo de mujer. Y acercándose a su rostro le susurró lo hermosa que era, mientras con delicadeza acariciaba su mano. Sabía que la adulación con la mujer siempre funcionaba, anulaba sus defensas y le desarmaba. Nunca había conseguido comprender porque la mujer adoraba sentirse bella ante el hombre. Aunque tampoco le importaba nada.
La hiena que se escondía en ese cuerpo de hombre estaba empezando a crecerse ante su trozo de carne y la inspectora tuvo que agarrarse a la silla para no saltar sobre él y arrancarle los pelos de su vacía cabeza, cuando le oyó decir :-“Ojalá dure mucho mis ganas de adularte”, mientras veía el desprecio que destilaban sus palabras y que brotaban bajo una sonrisa condescendiente y arrogante.
!Maldito imbécil!, se tragó.
Para la inspectora fue evidente que el muy macho no se conformaba con intentar manipular, mentir y dañar a las mujeres a las que elegía como piezas de caza. Además y como siempre, en un colmo del absurdo, el descerebrado malinterpretaba que la confianza y credibilidad que se le regalaba, era solo debilidad de mujer. Y disfrutaba humillándola. Otro narcisista.
Afortunadamente, este bicho solo era un pardillo más que, sin saber tener cerrada la bragueta del pantalón, solo pretendía sentirse hombre, engañando a cualquier mujer , que se le pusiera a tiro, para llevársela a la cama.

Y aliviada, la inspectora volvió a agradecer que la vida, a veces, fuera tan básica.

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