¡CON LOS LABIOS SELLADOS!

Era un día cualquiera, a una hora cualquiera. Iba en un medio de transporte masivo, en la Ciudad de Bogotá, por la carrera décima, rumbo al sur de la Ciudad.

Cómodamente sentada, veía por la ventana, el carnaval de la vida, que ofrece a nuestras miradas, un abanico de situaciones, que muchas veces, resultan impredecibles y poco creíbles.

A lo lejos, una mujer de unos cuarenta años, vestida de negro y una pañoleta del mismo color, que cubría su cabello y parte del rostro, hizo señas al conductor. Al cruzar la registradora, vi con meridiana claridad, la palidez en su rostro. Imaginé, que estuvo o estaba enferma. Se acomodó a mi lado. Llevaba varios paquetes en bolsas plásticas blancas.

El intelecto abrió en mí, una aureola de inquietud. ¿Porque tan cerca, estando el autobús casi desocupado? Sentí un leve frío que subía y bajaba por mi cuerpo y alma, de manera paulatina.

Diez minutos después, el semáforo marco rojo, y el vehículo se detuvo. En este lapso de tiempo, que fue solo un instante, ingresaron a la fuerza, cinco individuos, saltando la registradora, intimidando al chofer y a todos los pasajeros.

La dama, que minutos antes, se había sentado cerca, vociferó en voz baja, casi que a mi oído

“Tranquila”

Cuchillos afilados apuntaban a la gente. Sentí miedo. Las demás mujeres, a excepción de ésta dama, fueron presa del pánico. Lo curioso, en ese momento, me inspiro seguridad.

¡El mundo, que minutos antes se miraba como un carnaval, se convirtió, en esfera candente que apretaba mi garganta!

Un individuo de tez blanca, pelo chuto, alto de estatura, con la camisa desabrochada, y un escapulario blanco colgando de su garganta, puso a la espalda del chofer, un cuchillo carnicero. Los demás, se dirigieron a lado y lado del vehículo, amenazando con sus armas blancas. Uno de ellos, la puso muy cerca de mi corazón, gritando enloquecido: “reloj, anillos, dinero y el bolso” Mis manos temblaban. Quise sacarlos, pero, la dama de negro sentada a mi lado, levantó un tanto su mano izquierda, pidiendo calma y no hacer nada, sin que el individuo se percatara.

La dama de protección como le llamo, se hizo invisible a sus miradas y maldad. En ella nadie reparó. No obstante, que llevaba varios paquetes.

Fijaron la mirada, en un tipo con una chaqueta de cuero negro. Este individuo, mayor ya, de forma feroz, se interpuso al asalto; uno de ellos, clavó en su espalda, sin misericordia, el arma blanca, en varias oportunidades. Un hilo rojo espeso, no se hizo esperar. Bajo por su espalda directo al piso haciendo un charco. Una mujer joven, de unos quince años, gritó desesperada, metiendo entre sus manos, su hermoso rostro. Le siguieron en gritería, las demás. Yo me hice de piedra.

¡La dama permanecía incólume, con sus labios sellados! ¡Absorbiendo, minuto a minuto, lo acontecido, con el iris de sus profundas y negras pupilas!

Ante lo dantesco, y viéndose casi que descubiertos, abandonaron apresurados el vehículo, con sus bolsas llenas. ¡De mis dedos, no salió un anillo!

De forma rápida, mire al rostro de la dama. Se veía ¡cadavérico y sin una gota de sangre!

Siguiendo sus pasos, se bajó tras ellos.

¡Un manto de tranquilidad y dolor se extendió en el aire! El chofer aceleró en dirección a la clínica. ¡Una víctima clamaba misericordia!

* Imagen tomada de la página Shutterstock.
Luz Marina Méndez Carrillo/04102019/Derechos de autor reservados.

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