El de las manos grandes

El de las manos grandes

pame

24/09/2019

Mi padre siempre fue un tipo rudo, un ser extrañamente grande y hermoso, como una montaña se venía encima de una, con la mano en alto, pero se regresaba rumiando la rabia golpeando muros con el puño a la pasada. Nunca fui la niña de sus ojos, era un poco enfermiza, demasiado blanca , de piel delicada, a pesar de aquello siempre fui la más fuerte y rebelde , tenía un carácter hosco , era torpe y malhumorada, carecía de la femineidad de las mujeres del resto de la casa.

Me gustaba encaramarme a los arboles, destrozando los vestidos marineros con cintas de raso, las pantis de algodón y los calcetines con encaje, estropeaba de adrede los zapatos de charol, con sus correas y hebillas plateadas, arrastrando los pies por la tierra. Mi madre me tironeaba el cabello dejándome una trenza rubia muy ajustada, que a media tarde era una maraña enredada, mi padre no me tocaba, un par de veces se perdía mi mano en aquella enorme y áspera, cuando salíamos a pasear o me cargaba en brazos un par de cuadras hasta que ya no se lo permitía la espalda.

Mi madre regañaba que no había caso conmigo que era imposible hacerme una dama, cuando me descubría jugando a las polcas, o a la pelota en la plaza,jugando a los empujones con los muchachos, era brusca y a pesar de los moretones siempre era la que mejor aguantaba.

En ese tiempo mi casa era un hervidero de actividad, mis hermanos corrían por la casa trasladando cajas, mi padre martillaba, mi madre amasaba, yo subida en un piso de madera de tres patas donde mis piernas colgaban, cortaba las servilletas y limpiaba los servicios

En las tardes de verano mi madre preparaba afanosa frascos con mermeladas, cuajaba queso, hacia colgajos de ajo y cebollas y ahumaba costillares y piernas colgados de un gancho.

Mi padre dedicado a sus negocios vigilaba que todos en casa hicieran algo, se empezaba a las 6:30 y no se paraba hasta entrada la noche cerca de las 22:00, los más pequeños éramos despachados antes, pero nos levantábamos a hurtadillas para ver los juegos de cartas , los botellones con vino bermellón y las risotadas de los contertulios; comiendo charqui, jamón curado, conejo ahumado, o algún estofado que hervía incesante en el fogón .Cuando éramos descubiertos, me tironeaban de las trenzas con fuerza, pero no aprendía jamás la lección , crecí entre bastidores observando juegos de adultos, en la línea justa entre el vicio y el pecado.

Nunca tuve miedo a nada, ni siquiera a la voz potente de aquel hombre enorme y amargo, me paraba frente a él sosteniendo la mirada, sin importarme la bofetada que vendría por sin respeto, sabía que su alma era violenta y viciosa , sabía que se controlaba apenas, aún así le desafiaba .

La casa siempre era un constante zumbido de voces y trajines, los olores poblaban los ambientes, en el comedor los gladiolos y los nardos, en el living las violetas, en el dormitorio las flores de azahar, en la cocina el aroma a comino y ajo, a carne asada. Al salir al patio el frescor de los limoneros y los duraznos. Aquella fruta colgando madura de los árboles, en cantidades inauditas chorreando su jugo entre nuestras manos inexpertas y pequeñas. De todo aquello, el hombrón, fue lo único que se me ha olvidado, guerreo con un recuerdo difuso, de unas manos enormes, un cuerpo alto fuerte y delgado, en contraste con un viejecillo enjuto que visitaba en el hogar de ancianos, aquellos severos ojos grises ,transformados en una tela celeste, sumergidos entre gruesas y abundantes arrugas, una barba rala, un bigote escaso y blanco; la antes mandíbula firme y cuadrada, trasmutada en un rostro chupado y cadavérico, solo las manos permanecían intactas ,como en los recuerdos, unas manos grandes, pesadas, huesudas, de amplias falanges , de dedos gruesos y piel dura. Ahora pasado el tiempo, con aquel recuerdo desvanecido en mi memoria, solo puedo pensar en aquellas manos, arrastrada por ellas entre las plantas de tomates y papas, sosteniéndome cerca de la rama del nogal alcanzando nueces o montándome en la higuera , tapándome el paso hacia el pozo, levantándome en vilo para evitar los charcos, esas de la caricia torpe, como un manotazo, de un tirón de trenzas como caricia mal interpretada , un palmazo en la mejilla como reconocimiento, Cuando miro atrás, los besos recibidos están plagados de halito a vino , y una que otra vez, cuando era el cumpleaños. mezclado con pellizcos y apretones parecidos a los abrazos. Ahora siento nostalgia de aquellos días, porque a su manera me amaba, sin duda de manera rudimentaria, pero me amaba.

Por eso, yo nunca salgo con alguien que tenga las manos demasiado grandes o ásperas .

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