Acababan de entrar en el histórico “Musso & Frank Grill” restaurante en el que había reservado mesa para cenar con ella, cuando Anael vio el nerviosismo que la invadía cuando aquel hombre sentado con algunos de los más importantes productores de Hollywood se levantó de su mesa y acercándose a ella la saludó entre sonrisas y bromas. Apenas hablaron un minuto, pero reconoció que le había sorprendido y molestado a partes iguales.
Había planeado minuciosamente como sería aquel encuentro y no quería que nadie pudiera entrometerse y hacerlo fracasar. Notó el interés de ese hombre por la mujer. No dejaba de observarla. Y no le cupo la menor duda de que algo habría habido entre ellos.
Pese a que intentó sonsacarle a la mujer quien era aquel hombre, solo obtuvo una sonrisa traviesa y un lacónico «un buen amigo».
Pero a Anael, aquel hombre, instintivamente, le había despertado recelo y una ira fría y sin querer contenerse, decidió provocarle.
Como un adolescente, empezó a utilizar un volumen de voz inconvenientemente elevado intentando que las palabras que le decía a ella llegaran también a los oídos del otro hombre. Pero ella bromeando le dijo que prefería los susurros y le pidió que cambiara su asiento en la mesa y se pusiera a su lado.
Y siguió la farsa.
El guion lo había practicado tantas veces que, aunque la atención se le desviaba una y otra vez hacía el otro hombre, no tuvo que esforzarse demasiado para que sus frases brotaran con naturalidad y con una patina de sinceridad que lograba ocultar por completo que detrás de su cara de niño bueno, solo había un depredador humano, un psicópata adicto a causar dolor que necesitaba adrenalina oscura para sentirse vivo.
La impaciencia por llegar al loft de la mujer lo estaba consumiendo. Y deseando que ella terminara rápido la cena, cogió la copa de vino y clavando su mirada en los ojos de la mujer le dijo:-» Necesito decirte un montón de cosas y me gustaría pedirte que me dejes hacerlo sin interrumpirme … Así que tú solamente come, disfruta de la comida y escúchame. Verás, lo primero es que quería pedirte disculpas. … “
Sus frases se fueron encadenando una tras otra, encajando en un puzle perfecto.
Llegado cierto momento, el hombre de la otra mesa se levantó y tras acercarse hasta ella para despedirse, abandonó el restaurante con sus amigos.
Por fin empezó a sentirse más relajado. Aquel hombre le había puesto en guardia. Su instinto le había prevenido contra él. Desde siempre había sido muy observador, lo había tenido que aprender desde pequeño para sobrevivir, porque sus defectos le delataban muy rápido y podía ser una presa fácil en el submundo en el que se movía.
Ya solo quedaba el postre y mientras se ofrecía juguetón a dárselo de comer, añadió entre risas, metiendo su cara en el hueco de su cuello:-“ Bueno y ahora que ya me he sincerado, déjame pedirte algo. Llevas un perfume súper sexy. ¿Me dejas olerte.?”.
Terminada la cena se dirigieron al apartamento que la mujer tenía en 10601 Wilshire Boulevard. Y allí, se bajaron del todoterreno BMW para dejar que el portero lo aparcara en el garaje, pero antes él abrió el maletero y sacó una mochila negra.
Ya en el ascensor que les subiría al ático del vigésimo piso, él volvió a referirse al hombre del restaurante.
-«No sé porqué te ha llamado tanto la atención ese hombre. Está bien, te diré quién es. Es mi «ex» – le confesó ella. Y Anael estupefacto repitió ¿Tu ex-marido.?
– “Si” – confirmó ella
-“¿Pero … Por qué no me lo has dicho antes.?”, preguntó Anael, todavía sorprendido.

– Porque no he creído que fuera relevante. Has visto que tenemos una relación excelente y lleva perfectamente bien que yo pueda conocer a otro hombre.»

El ascensor les dejó directamente en el hall del lujoso ático y él notó como su respiración se aceleraba de pronto al imaginar lo que estaba a punto de suceder. La atracción desmedida que sentía hacia el dolor que iba a causar a la mujer hizo que la piel se le erizara y empezaran a sudarle las manos y la nuca.
Ella le ofreció tomar una copa y dándole la espalda, se dirigió al mueble-bar. Fue entonces cuando él, sin poder reprimir por más tiempo su impaciencia, le golpeó en la cabeza haciéndole perder la consciencia.
Abrió su mochila negra y sacó unas bridas de color rosa. «No he olvidado tu color favorito», se mofó mientras la cogía de los brazos y la arrastraba por el suelo buscando el dormitorio donde la esposaría a la cama y donde utilizaría sobre su aterciopelada piel dorada el instrumental de precisión quirúrgico que ocultaba en su mochila.
Pero antes debía esperar a que despertara porque necesitaba ver su rostro desfigurado por el terror y la desesperación; y oler el sudor que cargado de catecolaminas se escaparía despavorido entre los poros de su piel. Ese olor que primero le llevaría a una excitación salvaje y que después, tras la lenta tortura que le infligiría a ella, arrastraría a Anael a un éxtasis más brutal que la más potente de las drogas conocidas.
Sacó, a continuación, de la mochila negra la cámara GoPro Hero7 Black que sujeta a su frente grabaría el sufrimiento de la mujer. Activó el Protune, ajustó el ratio de frames a 120 fps y por último limpió, con una gamuza, el visor. Sabía que las imágenes a cámara lenta estimulaban la excitación de sus seguidores en la Dark Web. Cada vez eran más los adictos a la violencia sexual visionada, y él se había convertido en todo un artista plasmando en el cuerpo de las mujeres las más atroces perversiones jamás imaginadas.
Se sentía feliz, a sus superados cincuenta años había encontrado un trabajo que no solo le entusiasmaba, sino que, además, le estaba haciendo rico.
Estaba tan absorto que no percibió un amortiguado ruido.
De pronto sintió un picotazo en la espalda y vió, sin llegar a comprender que estaba pasando, como la punta de acero de un estilete salía por su pecho a la altura del esternón. La luz y el aire desaparecieron al mismo tiempo de su vida. Y cayó, muerto.
El otro hombre se sentó en la cama junto a la mujer todavía desvanecida, y aunque no podía oírle, le musitó: – «Ya ha pasado todo, princesa. Espero que puedas perdonar esta intromisión en tu intimidad. Pero es que me dio muy mala pinta el tipo. Para bien o para mal reconozco la expresión de un yonqui cuando se relame pensando en que está a punto de chutarse. Y este cerdo, además, iba a grabar su infamia. Pero ya lo he hecho yo por él. Y también yo lo subiré a la red.»

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