Me siento apoyada la espalda en un tronco rugoso, con el libro en la falda,
Hay un sol tibio y el aire fresco, así que me he venido a leer a esta plaza,
Está desierta, Solo yo he llegado a sentarme en el mullido colchón de pasto,
Acomodada, leo varias páginas, concentrada, mordiendo mis uñas por las hazañas,
No te veo avanzar, pero al llegar y verte, me saltan sin explicación las lágrimas,
Y eso que no te pareces a ninguno de los personajes de la historia aquí contada,
Aun así, no contengo las emociones que como un péndulo suben y bajan
Me miras perplejo, sin decir palabra, miras el título del libro, para entender que pasa,
Yo ahogo un suspiro y las dejo fluir sin control, del todo resignada
Me tiendes tembloroso un pañuelo, yo lanzo una sonora carcajada,
– Es una linda historia al parecer – me comentas, la ironía instalada
– No es tan buena la historia, pero está bien contada – mientras me seco la cara,
Sostengo un suspiro cuando me ayudas a levantar, de donde estoy sentada,
– Ahora me da miedo leer a este autor que te provoca tanta lágrima,
Camino cabizbaja con el libro cerrado, sin marcar la página recién acabada,
“Nosotros Los Parias”, reza la caratula mojada y salobre, un poco despegada,
– ¿Vienes seguido a llorar a esta plaza?
– Lanzo otra carcajada – las voy variando y así aprovecho de regarlas,
-hoy saqué a mi perro a pasear más lejos de lo que acostumbraba,
-Te he visto a la distancia y pensé que si llorabas, algo grave te pasaba,
– Y me pasa, me pasa, es que no puedo mantener a raya las lágrimas,
-Se me agolpan en los ojos y caen, haga yo lo que haga; Sea por alegría,
Angustia, pasión, desesperanza, algarabía o rabia
– Tengo varios pañuelos, de hecho, creo que incluso me sobraban
– Qué bueno, los necesitaré todos, cuando nos despidamos al cruzar la plaza
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