Hay quienes van a la guerra seguros y cubiertos con lanzas y caballos, con tanques y granadas, con hachas y con flechas. Con armaduras blindadas que intimidan con sus formas estrambóticas… Supongo que es más fácil ser valiente cuando se tiene el corazón a resguardo bajo kilos de hojalata. Yo por el contrario, he venido al campo sin saber muy bien si llegaría. Siguiendo tu rastro como un sabueso que olfatea, hipnotizado por el aroma dulce de tu recuerdo. Embelesado por el timbre de tu voz que regresa y se acurruca en mis oidos. Por tu sonrisa franca que me limpia la mirada. Deslumbrado por la mujer que germinó a partir de aquella muchachita que me grabó sus formas con cincel y martillo.

Hay quienes van a la guerra con escudos y metralletas. Yo, ingenuo y desubicado, he venido con el pecho descubierto en lugar de uniforme y aunque debí ceñirme al menos un fusil apenas si tuve tiempo de embolsar un ramillete de palabras. Nisiquiera las violentas, sino aquellas suavecitas que solo saben hablar para ti.

Y en esta inesperada confrontación he sido emboscado y sorprendido de forma consecuente con una estrategia que ya raya en la rutina. Un mounstro de garras afiladas me apunta a los ojos tratando de arrancar mis párpados, para que mis ojos no se cierren mientras derrama chorros de realidad hirviente como llorando hacia adentro de mi. Raíces de árboles malditos brotan desde el barro y se aferran a mis tobillos para mantenerme con el pie en la tierra, tratando de robarme el derecho de ir volando a soñarte. Pájaros oscuros aferran sus garras desde mis hombros y meten sus picos por mis oidos, para aturdirme con gritos de verdades puntiagudas.

Cualquier general experto en el arte de la guerra estaría desgarrándose la garganta con el grito de retirada, porque a los ojos de los sabios, esta batalla tiene fuertes matices de derrota. Pero este aprendiz de guerrero no conoce otra ruta distinta a la que me lleva contigo. Quizá mi gesta suene heroica y valiente, aunque la única verdad es que soy demasiado cobarde para volver otra vez a ese oscuro lugar en el que no estas y esta jauría de bestias y fenómenos no son tan tenebrosos como lo es el mundo cuando tu voz no aparece para iluminarlo.

Te Amo (y es algo tan real como la silla en la que descansas o el teléfono que sostienes en este momento), con un amor tan palpable y observable como ese presente tuyo o el mío. Lo sé porque puedo sentirlo brincar de alegría cada vez que te asomas a saludarme y dejas ver por la rendija de tus ojos que hay un poco de mí guardado allá adentro. También lo se porque lo he sentido arder de nostalgia cuando me siento en desventaja y me atraganto de kilómetros.

No tengo la certeza de que seamos para siempre. Tampoco se si algún día tendremos valor y condiciones para tomarle las riendas a este sueño. Pero ante la ausencia de saber siempre queda la posibilidad de creer. Algunos invierten su fe en la vida eterna, yo creo con total convicción en el milagro de sentirme morir y renacer mil veces en tu cuerpo. En la resurrección de los besos que nos dimos hace tantos años. Y desde mi fe afirmo que va a suceder.

Por eso, de este lado de la realidad que intenta ser cercana a pesar de la distancia, anudo palabras, despliego mis más convincentes verbos y sustantivos tratando de construir una cuerda que burle los muros para llegar hasta ti.

Siempre que quieras, permite que este puñado de letras te contagien mi convicción. Recíbelas, agárrate fuerte de ellas y siente el impulso magnético que quiere traerte a mi lado. Y como una extensión de mi mano deja que te abracen, te recorran, te inunden y te posean en mi nombre.

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