Viaje junto a la Luna

Viaje junto a la Luna

Dani Garcia

28/08/2019

Iniciaba el fin de semana y la ansiedad iba en aumento por el arribo del evento más

grande nunca antes visto en aquella ciudad. Un viernes otoñal, se exhibía el clima

como había sido pronosticado. El cielo despejado con la temperatura a 10°C, vientos

del sur rondando los 10km/h aproximadamente, acompañaba el radiante sol

iluminando las calles cubiertas de las hojas secas de los árboles y en cuanto a estos,

exhibiendo sus estructuras, sus ramas; suponiendo desmembrar el cuerpo humano y

dejarlo al descubierto como un esqueleto. A todo esto, los niños insistentes con sus

padres, buscaban con imploro acudir a este parque de diversiones, extraño

acontecimiento por la recóndita ciudad.

Era el parque de diversiones jamás visto, con diversos juegos a elegir. Montaña rusa no

rusa, el tren del terror, un par de norias – era el juego más atractivo y concurrido en

otras ocasiones por la imponente circunferencia junto a la montaña rusa – tiro al

blanco con rifle de aire comprimido, un juego también atractivo por la necesaria

atención requerida con el fin de lograr acertar el punto medio y ganarse algún premio.

Variedades en cuanto a los juegos, llaman a conocer “El Parque de Diversiones

Dynamo”.

Dynamo, un parque de diversiones del país vecino, Argentina. Con una ya reconocida

fama a nivel sudamericano por el impresionismo de sus eventos, el trabajo logístico y

el grado de adrenalina del cual se dividen de acuerdo a los juegos por jugar. Llegaban

por primera vez a nuestro país y en esta ciudad no acostumbrada a incidentes de

tamaña magnitud. Llegaban a la ciudad de Lambaré, localidad vecina de la capital del

Paraguay. Con los preparativos a flor de piel, los habitantes ansiosos aguardaban el

inicio de lo que sería una experiencia única para ellos de acuerdo al año que

transcurría, íbamos por abril del 89’.

Diversión que ya desconocía Augusto. Un hombre mayor, padre de una familia

incompleta por el desenlace repentino de su esposa Luna. Y su hija Paula, a meses de recibir

para siempre el nombre de Madre, todavía no había recurrido al conocimiento del

sexo de su descendiente de cuatro meses de gestación. Habían acordado en silencio

padre e hija no acudir a ningún tipo de evento que hubiere haciendo siempre caso

omiso a las propuestas planteadas por Paula pero en esta ocasión sería la excepción.

Esta vez, Augusto sintió un deseo fugaz por ser parte del show que iba a tener lugar a

cuadras de su casa. De todos modos, seguía siendo un adulto que con los cuarenta y

nueve años vividos siempre había participado de obras teatrales, conciertos y eventos

de la misma sintonía. Era seguidor del arte en sus diversos campos. Nunca había ido a

un parque de diversiones pero pronto marcaría como cumplida una nueva misión de

esa lista invisible.

En cambio Paula, de niña fue siempre partidaria de los circos y del parque de diversión.

Recuerda ella cuando por su cumpleaños número quince, sus padres, que todavía con

vida su madre Luna, le obsequiaron un pasaje a Disney para presenciar en carne propia

la experiencia única de conocer uno de los parques temáticos más grande del mundo,

con una cantidad inmensa de personas asistidas a lo largo de su existencia.

Frecuentaba en estos eventos, ya a nivel local con el hermano mayor; Gonzalo, que lo

acompañaba siempre y desde pequeña era apasionada por estos acontecimientos y al

enterarse por boca de su propio padre que sentía un pequeño deseo de acudir, había

sentido una enorme emoción de felicidad debido a que en los últimos dos meses

permanecía encerrado en la casa, entre la habitación y una sala de estar permanecía

en silencio sin siquiera asomarse a la puerta que da a la calle para disfrutar del día, de

la noche, de las lluvias.

Ya en horas de la noche, a las veinte horas para ser exactos partieron rumbo al evento

que abrieron las puertas a las diecinueve horas. A dos cuadras del lugar, advirtió

Augusto la gran cantidad de personas formando fila a la espera de poder ingresar y

dedujo la magnitud de esa aventura que estaba por vivir. Inconvenientes para ingresar

no tuvieron, debido al buen manejo organizativo de los miembros encargados del

ingreso de la muchedumbre. Luego de unos cortos cinco minutos que avanzaban a

paso de tortuga ingresaron y quedan impactados, con las pupilas dilatadas por las

luces que encandilaban en compañía de tres hombres con los zancos puestos y los

pantalones de color blanco con rayas horizontales de color rojo – de unos diez

centímetros de grosor cada raya aproximadamente – suficientemente largas para

cubrir las piernas falsas de madera les recibían realizando malabares con clavas.

Puesto tenían un traje brilloso de color rojo, como bañado en purpurina y unos gorros

de color blanco y las rayas horizontales bastante llamativas.

Augusto volvía a experimentar emociones que había dejado atrás por cuestiones

personales, aferrándose tanto al luto hizo que pareciese un niño anonadado por las

luces, los malabares, los diversos juegos y la enorme concurrencia de personas.

Intrigado por experimentar todos los juegos, dio aviso a si mismo que hacerlo sería un

tanto imposible. Muchas personas en cada juego formaban filas para tener sus propias

comprobaciones. Mientras Paula tanteaba alguna suerte con el tiro al blanco – un

juego dividido por medio de circunferencias concéntricas enumeradas

descendentemente del cinco al uno – Augusto aprovechó los puestos de comidas y

gastó diez guaraníes entre dos vasos de unos riquísimos jugos de pomelo y dos

sándwich de pollo con jamón de pavo, queso holandés y dos hojas pequeñas de

albahaca. Paula insistiendo con el tiro al blanco, eran tres tiros por pago de ficha, los

dos primeros habían impactado en la circunferencia número tres y todavía le quedaba

otro tiro. Contuvo la atención por unos segundos, manteniendo la posición adecuada

apoyando la culata al hombro derecho y con la mano derecha en la garganta del rifle,

con el dedo índice apoyado en el disparador y la mano izquierda en el guardamanos,

clavó los ojos en el punto de mira que a través del pequeño orificio daba directo al

número uno, el punto medio. Suelta un suspiro seco y dispara. Augusto levanta los

brazos de la alegría derramando la mitad del jugo por el piso y por el jeans que llevaba

puesto. Paula había sido tan certera en su disparo que hasta ella misma había quedado

sorprendida. Se extendieron sus labios de un extremo a otro dibujando una gran

sonrisa de felicidad. Retiró el merecido premio, un juego de herramientas básicas que

había pedido para que su padre busque entretenimiento en ellos y evitar que caiga de

nuevo en la tentación de esconderse reiteradamente en la habitación. Al cabo era este

el fin, lograr despejarle de todo tipo de recuerdos que le pudieran aprisionar nuevamente.

Es entendible el terrible dolor que sentía Augusto, su pareja de toda la vida había

sufrido un accidente automovilístico y dejó un esposo viudo y dos hijos huérfanos de

madre. Cargar con tanto dolor era algo del cual no tenía en los planes, porque la vida

se vive de esa manera, sin saber qué nos depara el día de mañana, si hoy puede; sin

saberlo, ser la última vez que miremos a alguien, o que abracemos, o a quien

escuchemos, o a quien besemos.

Augusto estaba muy feliz por estar viviendo la experiencia de ser parte de un parque

de diversiones y como no podía irse del lugar sin participar de alguno, tomó iniciativa y

se vuelve a la fila de una de las norias donde aguardaban turno. Era una bola redonda

de más de sesenta metros de altura, algo imponente para la época. Divididas en

góndolas con espacio para dos personas pero esta vez Paula iba a quedar fuera del

juego dejando que su padre ensayase este juego sin compañía. Tampoco fue un

desagrado para Augusto que con complacencia aceptó subir en la rueda giratoria. Se

pone en marcha el rugido del motor que da inicio al juego que permite a la rueda

realizar los giros necesarios – eran tres vueltas y por cada vuelta que daba transcurrían

dos minutos – y Paula siente un pequeño susto por el del arranque del motor y la

sacudida que generó en las cabinas.

Desde el primer momento Augusto palideció, mirando la tierra a sus pies, las personas

que se deslizaban por el parque tenían el tamaño de un minúsculo punto negro debido

a la altura que se encontraba en ese momento. Las luces de toda la ciudad regalaron

una postal para el recuerdo en las retinas. Algunos que ocupaban las otras cabinas

fotografiaban el imponente marco, algunos gritando por la sensación de salir

expulsados de ellas, otros con los ojos como platos y con la boca a boca de jarro,

impresionados por tamaña envergadura que ofrecía esto, el impresionismo a flor de

piel y con mucha más razón para ellos debido al debutante evento en la ciudad.

Augusto teniendo mezcolanzas de emociones, siente una brisa fresca a su costado

izquierdo y de repente encuentra el asiento ocupado por una persona. Quedando

paralizado y con los pelos de punta, no se animaba aun a girar del todo la cabeza. Ya

había percibido observando de reojo que la figura era un tanto familiar; se trataba de

su esposa. Por quien seguía con el luto interior pero que había decidido por fin conocer

la realidad, conocer el mundo luego de meses postrado en su dormitorio. Sin entender

lo que sucedía intentaba emitir comentarios pero le resultaba inútil, debido al shock

no hacía más que tartamudear.

¿¡Q… qu… que… que haces!? ¿¡Cómo es posible!? – Augusto soltó delirante algunas

palabras y deseaba saltar desde la góndola a sesenta metros de altura, deseaba intentar

comunicarse de alguna forma con su esposa que había aparecido sin tener explicación a esto,

deseaba poder abrazarla debido a que la noche de su desenlace; él aguardaba ansioso en

un restaurante debido al aniversario de su matrimonio y no había tenido la oportunidad

de siquiera despedirse de ella, Augusto deseaba morir.

Ella le sonríe tiernamente, alardeando una caricia en el brazo izquierdo de Augusto

pero que no siente, como traspasando un cuerpo irreal, sigue con la vista todo

movimiento mientras que sus ojos acumulan lágrimas de desconcierto, estallando

dentro suyo queda consternado y sin ganas de volver a la realidad, sin ganas de volver

junto a su hija que desde abajo no advierte la peripecia a lo alto. Con emociones de

alegría, Paula espera el minuto seis de la tercera vuelta de la noria y observar la cara

de felicidad de su padre, víctima de una experiencia única pero todo acabaría cuando

Augusto, entra en pánico y del desespero extiende las piernas y deslizándose para

abajo logra salir de la barra de seguridad de la cabina y se pone de pie al borde de esta.

Paula entiende la figura que visualiza desde lo bajo y lanzando gritos de desesperación

consigue que la multitud forme parte del suceso que estaba por ocurrir. Con las

piernas temblorosas debido a lo lejos que se encontraba del suelo, apoyándose con la

mano derecha de una baranda que sobresalía de la cabina, soltando suspiros leves y

apretando los dientes se despide. Al intentar impulsarse resbala y las piernas; las

canillas en realidad, impactan con el borde y da giros leves en el aire cuando se

perciben gritos desde las otras cabinas y de las personas presentes en el parque.

No supo reaccionar ante el breve encuentro con su esposa que lo último que tendría

para ofrecer a la multitud sería el impacto de su cuerpo con el suelo. Desde el aire,

Augusto pensaba en Paula, pensaba en Gonzalo, pensaba en el nieto que nunca iba a

conocer. Busco de la desesperación volver a encontrarse con su esposa pero vaya a

saber que pasa de nosotros en nuestro desenlace. Lo último que pudo realizar en este

injusto mundo, fue decir un adiós bajando el telón de sus pestañas.

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