Así solían ser mis inefables noches.
Algunas veces vacías, otras tristes.
Donde un lento jazz me violaba,
en cada recoveco, recóndito lugar.
Un whisky latente entre mis manos,
a oscuras en el sofá yacía mi alma.
Sonaba aquél saxo melancólico,
entre acordes disonantes el piano aún.
Y mi soledad abundaba el espacio infinito.
no contemplo más que la tristeza,
aquella tristeza inefable y rotunda.
Y caía a ciegas al vacío más inmenso.
Así eran mis noches. Paseando por las calles,
mientras la lluvia mojaba aquél jazz.
No solía ser obscuro, más quizá triste.
O bien quizá, más aún, melancólico.
Caminando paulatinamente, solitario.
Volver a casa, sólo, en la cruda monotonía.
Apagar las luces y mirar hacia el techo,
mientras Chet Baker invade todo mi ser.
Así eran mis días, después del trabajo.
Así pasaban los días y las horas, ¡Rápido!
La rutina estaba comiendo mi alma.
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