Sus ojos eran el reflejo puro del averno.
Sus gélidas manos destruían todo a su paso,
donde cada flor silvestre le daba una oportunidad.
Pero su ego era una masa infinita de materia condensada,
y fue, entonces, absorbido por su propio ego.
Fue así, entonces, que se hundió en su propia miseria
y destrucción. Dejando su alma,
en lo más descomunal de la inmensidad.
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