En el pueblo la llaman Evita

Miro las fotografías de la mujer.

Asomada a un balcón,
saluda con gesto de muñeca

mientras a sus espaldas el hombre la sostiene.

Se la ve pálida, casi transparente.

De porcelana, dicen los que la conocieron.

Puedo adivinar a la multitud aclamando.

¿Sabrán mis grasitas todo lo que yo los quiero?

En la segunda fotografía,

el ademán de la mujer se requiebra en llanto.

La noche de sus ojos hundidos
traduce la fiera que se agita dentro,

embozada.

El hombre, el constructor de poder,

sonríe y es casi una mueca porque presiente la muerte vaciándole las manos.

el fuego de mi fanatismo me quema y me consume

Hay una tercera fotografía que la revela altiva en la denuncia,

severa la palabra que la historia registra

trazando una frontera para dividir las aguas.

Como pueblo, yo no he podido vencer nuestro resentimiento

con la oligarquía que nos explotó.

Pero existe otra foto,
la de la plenitud y el cielo en la mirada,

el amor presente que la llevó a cambiar

la seducción de las lentejuelas

por la de las muchedumbres celebrando su paso.

yo quería estar con él los días y las noches

Y aún otra más,

la de los sueños de adolescente

que se aventura en la gran ciudad

y busca en la ficción de otras vidas su destino

alumbrado con temblores de gloria y de tragedia.

Dios me llevó por los caminos de mi pueblo.

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