Hace tiempo, antes de que ustedes, yo y nuestros ancestros tuviesen memoria, cuando los dioses caminaban por la tierra y la luna tenía una sola cara, estas islas grandes y pequeñas eran solo una sola, aun unida al continente. Sobre esta gran tierra vivían tres hermanas, de piel tersa y blanca como la nieve más pura, sus cabellos eran plateados como la luna. Las hermanas vivían tranquilas, cosechaban el fruto del bosque y las criaturas del mar, el cielo y la tierra se ofrecían a sí mismas como sacrificio para alimentarlas y venerarlas. Su belleza era como la luz de luna en la noche más oscura.

Historias recorrían el continente llegando al oído de los pueblos, sacerdotes y reyes, y luego a sus dioses. Estos viajaron desde los rincones más alejados del mundo, viajaron desde el inframundo, desde las profundidades de los mares y más allá del cielo, llegaron hombres, reyes y dioses con regalos, pidiendo la mano de las hermanas en matrimonio. Los hombres hacían demostraciones de valor, fuerza y belleza ante la Gran Matriarca por la mano de sus hijas y trajeron regalos de frutos, pieles y perfumes, más ella los rechazó con una mirada fría y les dijo que lo único que le podrían ofrecer a sus hijas sería un bello cuerpo, descendientes y juventud; pero tanto el cuerpo como la juventud se marchitan, la belleza se apaga y los descendientes se olvidan de sus ancestros los cuales no recuerdan nada más allá de sus propios abuelos. Luego llegaron los reyes, que trajeron consigo riquezas, oro, joyas, seda e incienso. Los reyes le prometieron a la matriarca tierras y un lugar en la corte. Todos los reinos soñaban con tener hijos con ojos y cabello como la plata y piel de mármol, todos etéreos y bañados por la divinidad. Ella ni lo consideró y vio a los reyes con desprecio, su voz se enturbio con desdén y les respondió que de nada le servía a ella un lugar en sus reinos en guerra, ni un lugar en sus sucias cortes, que aquel tesoro que a ella le regalaban así como las tierras pronto serian robadas por uno u otro rey, y que no le interesaban sus lujos si por ellos tendría que vivir como una prisionera bajo leyes ajenas, los vio con ojos de fiera, y los reyes la vieron con miedo y odio, pues una simple campesina a la cual tenian por hechicera no tenía miedo de decirles la verdad, y como hacen los reyes en secreto y a traición juraron venganza por tal atrevido rechazo.

Después de estos llegaron los dioses, empapados en un aura de luz dorada, como un rayo que cayó del cielo nocturno, tres dioses hermanos para las tres hermanas, se arrodillaron ante la madre y besaron su mano al mismo tiempo. Sabían lo que ella quería; el dios del cielo le prometió poder, el dios del mar le prometió la profecía, y el dios del inframundo le prometió la inmortalidad. También le prometieron hacer a sus hijas diosas, además le prometieron algo más, porque ellos querían que las jóvenes de plata los amaran, y les ofrecieron a cada una un deseo. Se presentaron ante las hermanas, uno era el dios del cielo que vigila a los hombres, el otro el dios de los mares y las tempestades, el ultimo era el dios que habita en el reino de los muertos, bajo el suelo. Las hermanas estaban emocionadas en un principio, hasta que comprendieron que nunca volverían a verse, cada una estaría separada de la otra, en un reino lejano más allá de estas tierras, de sus animales y sus bosques. Cuando los dioses les dieron su deseo ya las tres hermanas habían decidido, querían estar siempre juntas, desearon no poder ser separadas. Los dioses sabiendo que no las podrían llevar con ellos en su ira agarraron a cada una de las jóvenes esposas por sus plateadas cabelleras y las lanzaron a las alturas del cielo nocturno mientras la madre miraba horrorizada, y con un rayo y un grito parecieron haber sido echas polvo mientras la madre lloraba de terror e ira. Esa noche la luna parecio quebrarse, se volvió negra y oscura, los animales, los insectos y los peces se lamentaron, así como todo el país, que fue separado por el mar, arrojado y descuartizado entre fuego y ceniza en incontables islas, alejado de la tierra madre. Hubo un gran luto y la humanidad horrorizada pensó que la luna jamás volvería a salir, pero a la noche siguiente se vio en el cielo un fragmento de la luna, y unas noches después otro y otro, hasta que por fin se veía una sola y gran luna. Los dioses habían cumplido su promesa, y volvieron a las jóvenes diosas, y también cumplieron su deseo, estarían por siempre juntas y no podrían ser separadas, más solo se verían una vez al mes, y en el resto del tiempo las otras estarían en la oscuridad, sin poder ver a las otras. Pero aquel día cuando las hermanas son una la luna está llena esta brilla dorada como una diosa, todos los animales miran al cielo y se regocijan en su belleza y sus terrores, los hombres aprecian su mística aura de plata y los espíritus se alborotan mientras que los dioses con amor y desdén alzan la tierra, los mares y los vientos un poco más a las alturas, todo para poder observar la belleza que jamás pudieron poseer.

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