La lluvia de abril

La lluvia de abril

Andrea Pereira

13/08/2019

Miro a Guido sonreír, ayudar a servir la mesa, incluso hacer bromas sobre mi relación con Ale, me incomoda fingir que no siento nada por él, pero tengo que actuar como si fuera nada más que mi padrastro.

Se sienta al lado de mi madre, le acaricia el cabello, y la llama mi amor con la misma ternura que lo hace cuando estamos solos.

Llevamos tres años juntos, comenta mamá y le besa los labios, él sonríe, me mira con disimulo, parece que el número tres es importante para él, fue tres meses después de mudarse a mi casa que nos acercamos por primera vez, pienso en silencio, mientras Ale toma mi mano.

Era abril, mamá había viajado a visitar a tía Marta, Guido y yo nos quedamos solos, pedimos pizzas, compramos algunas cervezas, y hablamos durante horas, de Ale, de mis planes futuros, de mi madre, de política, fútbol, y hasta opiniones religiosas, ya a esa altura hablaba más el alcohol que nosotros.

Puso su mano sobre mi pierna, y preguntó repentinamente si había estado alguna vez con un hombre, la verdad me incomodé, pero simplemente confesé un par de experiencias sin importancia anteriores a Ale, entonces me besó, y me dijo que nunca pensó que haría algo así.

Yo lo besé, recuerdo que sentía un hormigueo en la cabeza, y me costaba abrir los ojos, pero de todos modos fui yo quien lo desnudó, y lo incitó a seguir sobre el sofá que había comprado mamá.

Ale pregunta si hay postre, yo me encojo de hombros y mamá se levanta asintiendo con la cabeza y sonriendo. Guido nos cuenta lo buena repostera que es su mujer, nos reímos y brindamos.

Veo hacia la ventana, el sonido de la lluvia repentina me hace voltear la cabeza, Ale con sorpresa señala que no parecía que fuera a llover.

Aquella tarde de abril también llovía, y no fue la única tarde, ni la única mañana, ni la única noche, pero fue la primera de tantas con o sin lluvia de abril.

Si mamá salía, nos buscábamos, sino nos encontrábamos fuera de casa con diferentes excusas.

Nuestros encuentros eran apasionados e intensos, en un principio, pero con el tiempo se volvieron tiernos, románticos y algunas veces complejos, por las discusiones que teníamos cuando yo iba con la seguridad de dejarlo por miedo a que mi madre sufriera, y porque ya me había enamorado, pero Guido volvía a convencerme, y me decía que si nos amábamos esa era la peor excusa para separarnos.

Hoy ellos cumplen tres años, Ale y yo llevamos cinco ya.

Mamá llega con el postre, y comienza a servir. Guido chasquea los dedos y señalando a mi pareja pregunta:

-Ale, ¿Cómo es tu nombre? Porque siempre te digo así y si alguna vez se casan no van a decir, Ale acepta por esposo a Emilio.

-Alexia, no es la primera vez que te lo digo Guido- responde mi novia entre risas.

-Sí, disculpa son los años, de todos modos después de que te cases con mi hijo vas a seguir siendo Ale para todos ¿Verdad?- comenta él se ríe, come una cucharada del postre, Ale y mamá se burlan de la memoria de Guido, y por un instante él me mira a los ojos fijamente, como lo hace siempre que sabe que nadie lo nota.

(Cuento seleccionado por revista literaria LadoBerlin, Alemania)

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