Enriqueta y la visita al ayuntamiento

Enriqueta y la visita al ayuntamiento

anaessat

07/08/2019

En la entrada, detrás de un escritorio y un cristal, como protegiéndose de un atracador ficticio, se encontraba una funcionaria a la que Toni le calculó más años que a un diplodocus. Montañas de papel se amontonaban a su alrededor y carpetas de todo tipo. Desde modernos archivadores de plástico hasta carpetas de cartón azul con la gomilla a rayas. Algunas de ellas descascarilladas y descoloridas. La señora los miró por la parte superior de unas gafas, atadas a una cadenilla dorada, que le daban aspecto de haber estado allí siempre. En voz baja Alberto dijo a Toni:

– Igual si le preguntamos a ella sabe quién vivió en Los Cerezos. Esta señora tiene más años que la ciudad. – Y se le escapó una risilla -.

Toni le pisó un pie para que callara, no sin dificultad para aguantar también su propia risa. Menos mal, pensó Toni, que Marta y Rober cogieron la voz cantante.

– Buenos días señora, quisiéramos obtener algunos datos del Registro Civil. – Dijo Rober -.-

Sí, es que estamos buscando a una familia que, por lo visto, emigró en la Guerra Civil. – Le acompañó Marta -.

La señora carraspeó.

-¿Y cómo es eso que os interesan esas cosas? No vendréis a causar ningún estropicio, ¿verdad?

La señora los miraba con desconfianza.

La voz de la anciana funcionaria comenzaba a adoptar un tono grosero que a Toni no le gustaba nada. Al final no pudo evitar intervenir.

– No causaremos ningún estropicio, señora. Es que la abuelita de mi amigo, – dijo señalando a Alberto, – es mayor, y está muy enferma en el hospital, y la pobre se ha acordado de un amiguito que tuvo, que resulta que vivía en lo que ahora es mi casa. El caso, que se acuerda de que emigraron durante la guerra y le gustaría saber qué fue de ellos.

La funcionaria miró a Toni de arriba abajo.

– Bueno, en ese caso… No es lo normal que los chicos de hoy en día se preocupen de sus mayores. Sois todos una panda de gamberros. Vais a la vuestra sin respetar a nadie.

La señora no paraba de murmurar y encadenar insultos mientras abría un cajón todo lleno de llaves. Toni no supo muy bien cómo interpretar esas señales. ¿Iba a ayudarles o estaban a punto de echarles del ayuntamiento?

Después de hacer mucho ruido buscando llaves, por fin, la señora encontró un llavero que parecía que era de su interés.

Entonces descolgó el teléfono. Marcó unos cuantos dígitos y esperó a que alguien respondiera al otro lado.

La pandilla permanecía en silencio observando los movimientos de aquella señora. Su atuendo también era digno de ver. El pelo era completamente blanco y rizado. Corto, justo por debajo de las orejas, y una horquilla brillante con forma de libélula lo recogía parcialmente en la parte alta derecha de su cabeza. Llevaba un vestido abotonado de arriba abajo, con un estampado floral tirando a poco discreto. Por supuesto, el largo de la falda llegaba hasta la mitad de sus pantorrillas. Pantorrillas que parecían escuálidas, por lo poco que se veía de ellas. Y encima de los hombros una rebequita de punto sin abrochar.

Por fin, alguien contestó a la señora y ella respondió:

– Luís, hay aquí unos chicos que quieren buscar información en la parte antigua del Registro. Acompáñalos.

Después colgó. Sin despedirse ni dar las gracias.

– Esperad ahí sentados sin tocar nada. Ahora vendrán a por vosotros.

Los cinco se sentaron en unas incómodas sillas de plástico atornilladas a la pared. Se miraban entre sí, aguantando explotar en carcajadas, pero ninguno lo hizo. Igual les costaba que les echaran de la casa consistorial, y lo que iban a hacer era demasiado importante.

En unos pocos minutos llegó un chico joven. De unos veintipocos años.

– ¡Hola Enriqueta! ¿Cómo se encuentra hoy la chica más guapa del ayuntamiento?

La pandilla no pudo evitarlo. Estallaron en carcajadas. A Alberto le corrían unos enormes lagrimones por las mejillas, Toni casi cae de la silla, Rober se apretaba la barriga del dolor de haber aguantado tanto rato, y las chicas igual. Estela incluso, tuvo que levantarse de la silla porque literalmente se caía.

El chico, que por lo visto era Luis, se los quedó mirando y con el dedo índice de la mano derecha, les hizo la señal de que callaran.

Enriqueta, viendo la escena, miró a Luis con los ojos centelleantes de pura ira, y le contestó:

– Tú, tan estúpido como siempre. La juventud no servís para nada, sólo para cargaros todo lo que encontráis. Acompaña a estos estúpidos a la parte antigua del Registro. Que te expliquen ellos lo que quieren.

Como sigas comportándote así voy a hacer que te despidan.

– No te enfades, Enriqueta, ya sabes lo estúpidos que somos los jóvenes. Eso sólo se nos cura con edad. – Le contestó el tal Luís -.

Enriqueta murmuró algo en voz baja. Aparentemente otro insulto, y al final dijo:

– Desapareced de mi vista. Aquí la única que trabajo como una burra soy yo. Vosotros no tenéis ni idea de lo que hemos pasado aquí. Sólo quedo yo, a los otros os los cargasteis a todos. Juventud, juventud, para nada valéis.

La mujer les dio la espalda y se puso a ordenar papeles. ¿Cómo podía ser que tuviese papeles para ordenar todavía, habiendo pasado toda su vida ordenando esos papeles…?

Luís hizo un gesto con la mano para que le siguieran.

La pandilla se levantó y lo siguieron en silencio. Después de todos aquellos insultos vertidos por Enriqueta, no se atrevieron ni a toser.

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