Por fin, sus doloridos huesos se hundían en el agua caliente.

Por fin, después de tantos años, había conseguido tener la mente en blanco. Ahora no sufría. La bola de angustia de su estómago se había disipado.

No podía decir que se sintiera feliz, tampoco sentía miedo…

Sólo sentía lo que hacía tiempo quería sentir, nada.

Sólo paz, silencio, calma.

Volvía a sentirse parte del universo, parte de todo y parte de nada.

Su alma dolorida y cansada flotaba en el agua, un agua clara, que la conectaba con todo y con ella misma.

Todo estaba bien, por fin cada cosa en su lugar. Ya no importaba el polvo, ni el tiempo, sólo flotaba.

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