Nuestras carnes son trémulas, temerosas viven en asilos de vergüenza.
Ahí cohabitan con las cobijas que llamamos ropas, aun que siempre viven
su desnudes a escondidas, como la sexualidad.
Así se esconden tras las prendas, todas arregladas aun que desnudas,
desnudas siempre entre telas blancas de algodón o nailon.
Viven nuestros cuerpos con todo lo que los embellece y afea.
Nuestra piel vive ahí oculta como nuestro sexo, encubierto de envoltorios,
tapizados de colores que no dejan ver la belleza que se esconde detrás
del telón.
Pieles blancas y aterciopeladas, otras color canela o apiño nadas,
oscuras como el café. hermosas todas ellas recubiertas como caramelos,
así son nuestros cuerpos, cubiertos, guardan el emblema de lo que somos
al desnudo, sin tapujos, sin brebajes, o maquillajes que nos encubran.
Desnudos nos mostramos en este mundo de lentejuelas, cuando cae el telón
al caer la noche y nos desnudamos al placer de vernos así, desnudos,
tan simples como la vida misma, tan eróticos como el amor.
sexos desnudos, brillantes emblemáticos, apoderados de su ser.
Como nuestros cuerpos que florean como campos de primavera,
enverdecen el pueblo de nuestra cama, cuando en ella reposan los ruiseñores,
o silban las aves cantoras.
Así nuestra piel es la confortable vaina de nuestra esencia.
cuerpos desnudos, frágiles y bellos, pigmentados de un sin fin de colores
que se mezclan, verdes, rojos, amarillos, naranjas, turquesas y carmín,
todos en armonía y compendio de pixeles amontonados, estrujados, labrados,
cromados de tantos pliegues, de tanta magia que es difícil, difícil
decir, lo que son.
Cuerpos. Solo eso cuerpos al desnudo del mundo, desnudo des de Dios,
desnudos de Ángeles o demonios, se dejan tocar, se dejan pasear,
se dejan ruborizar por la belleza de mirar, mirar lo admirable en estos
cuerpos que se miran al desnudo, en desnudo, al desnudo de ser
hombre y mujer.
amantes, sonantes, consonantes, esenciales, empotradas, engarzadas,
en ese ser… ser en desnudes.
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