Mi viejo era un lunático y de chicos nos decía -en el futuro la gente va a pagar por vivir así. Como salvajes.- Like happy savages, decía. No era hippie ni antisistema. todo lo contrario. Era una persona más bien pragmática, expeditiva y segura, creyente y capitalista. Hizo buena plata en la industria de la fantasía y la incertidumbre como representante de Lloyds que fue originariamente una casa de café (y dicen un cabaret) que mantenía todos bien despiertos en 1680.

Mi papá no solo vendía seguros, también cantaba bien se acompañaba con la guitarra y cuando estaba inspirado era un digno storyteller como un enganche mediocre que de repente te desubicaba y con un jugada nos dejaba con la boca abierta, alucinados y ávidos de más cuentos. Un tusitala de quincho, de parrilla, de sobremesa.

La primera vez que dejó un trabajo o lo dejaron (bah, o lo estafaron) nos juntó a todo el equipo, madre, hermanos y nos dijo – Vamos a tener que ajustarnos, apretar un poco el cinturón. Van a ser meses de cierta turbulencia pero de a poquito nos vamos a estabilizar y llegar a un lugar mejor, vale?

Claro que antes todo esto lo debatía con mi mamá. Escuchábamos las discusiones. Mi mamá era el drama de la saga. Mi papá se reía y decía siempre que todo iba a salir bien. Lo decía siempre con una copita de vino en la mano. Nunca lo noté nervioso. Nunca lo ví con un cigarrillo en la mano.

Sabía adonde ir. Como si sólo se preocupara de mirar una estrella y con eso ya está, viejo, con seguir la estrella esa en el cielo llegás a Porto Seguro, puerto victoria, Port Zanahoria o Puerto Quesea. Eso, mi viejo era un apostador pero que recuerde él siempre supo adonde ir. Admiro mucho a las personas que tienen claro adonde van, como capitán de un barco o alguien que dirije algo y cuida a la gente a su cargo , a quiénes dependen de él. Aunque después pierdan, esa brújula mental y espiritual me tocaba el hombro, me maravillaba cálidamente. Respetando los espacios.

Esa noche noche que naufragó en el microcentro y perdió su empresa, llegó a las 9.

Recién nos juntó a todos unas horas después. tarde para nosotros. Aprovechamos y vimos Benny Hill o V invasión extraterrestre. -Se viene el ajuste, chicos- nos dijo. -Es como una misión, va ser divertido pero hay que pensar- y siguió compartiendo e imponiendo su estrategia de empezar a querer menos cosas pero para saber realmente lo que queríamos. Que las opciones nos marean, que fútbol o rugby o el surf. Que milanesas o los fideos. Que la huerta la cuidábamos entre todos. Que las camas se hacen a la mañana apenas nos levantamos. El desayuno seguía siendo porridge, avena Quaker, y la pileta también la limpiábamos nosotros. Que sólo eran unos meses, tal vez un año y después lo festejaríamos a lo grande con langostinos y camarao a la milanesa en esa Bahía secreta que decía conocer solo él. O nos mandaba a todos a Norfolk por Norwich con los abuelo mientras él solo dios sabe que hacía elaboraba planes para el regreso, el resurgimiento, el Ascenso, el regreso a La Liga.

Mientras en cartas a distancia o asaditos de araña o entraña nos pedía encarecidamente que no había que ir contando mucho. ¿Para qué?

Por unos meses nadie venía a dormir y no íbamos a dormir a la casa de ningún amigo. Comíamos todo el plato, usábamos hasta el último fondo de la pasta de dientes (lisito quedaba el tubo) y en el verano caluroso , duchas frías. Ahh, hasta el día de hoy hago eso porque me lleva a esos tiempos gloriosos donde las tostadas con manteca eran tu pan integral con avocado. La ducha fría y el pan con manteca.

De todas maneras hacíamos waffles y flapjacks y mamá sacaba buenos chipá que le enseñó a hacer Chela, la vieja que nos cuidaba a la que mi viejo dio de baja hasta que engordaran un poco las vacas, es decir hasta que surgieron nuevos negocios.

Y creo que todo esto de algo servía. Después cuando llegara la ola todo iba a ser más fácil. Todo tendría más gusto.

*

A los diecisiete o desde los diecisiete hasta los veinticuatro veintiseis más o menos me asustaba pensar que estaba derrochando mi tiempo. tenía mucha energía, un fuego adentro pero no sabía para donde ir ni qué hacer de mi vida. hacía todo a ciegas como errando sin rumbo por un laberinto con paredes de durlock. Miraba poco para arriba. Me había olvidado que existían estrellas o rumbos, puertos, posibilidades nuevas. Todos mis amigos ya estaban encaminados, algunos pensaban en famlias, en hijo que aprendería inglés para poder tener la opción de vivir en otra parte. Mis amigos del colegio estaban diseñando sus vidas: abogados, abogadas, administradores, arquitectos y peregrinaban de la mano hacia la adultez en un principado de herencias. Yo todavía era medio inútil. No se me caía una idea. me tendría que haber ido de viaje. Pero no me animé.

Mucho más adelante me fui. No viajé. Simplemente me fui.

Cada tanto años hay que patear el tablero porque sino viene y te lo patea otro, recordar que existe, desarmar el rompecabezas el puzzle el único lío que podemos controlar. .

Y un truco hay que saber hacer por lo menos para los sobrinos.

Pero sabía vivir con poco. Había aprendido.

Tenés que comer y tomar agua y dormir bien , claro. Después si hay cerveza y un paquete de cigarrillos , mejor.

A veces tengo este delirio de terminar en Escocia (después de un viaje que pienso hacer) y ser pintor de brocha gorda, pintarle todos los frentes , todas las casas a toda esta gente aparentemente estable, pudiente de North Berrick. Y me visualizo de overol blanco, con muchas historias para contar , storyteller, pintando paredes todas de blanco y por las noches ir por los bares del centro Edinburgo con mis amigos y amigas estonias, lituanas o escocesas.

Eso. Visualizo. Como cuando mi papá nos hacía jugar al ping pong casi a oscuras para que acostumbremos el ojo a la oscuridad y visualicemos la pelota, eye on the ball, blanca como visualizar un regreso, un siguiente.

*

ResponderReenviar

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS