El niño que la llevaba dentro de una caja de zapatos camino al contenedor de basura, dijo compungido, que en casa no le permitían quedarse con ella y había salido a la calle a buscarle casa, pero nadie la quería.

Apenas tendría unos días de haber nacido; portaba un simpático antifaz como mapache, que al paso de los años se le fue desvaneciendo; conquisto a mis hijos y se ganó su lugar en la familia; desde pequeña siempre demostró fortaleza, le dio parvo virus, ya la daba por muerta, pero que esperanzas, en unos días se sobrepuso, al poco tiempo adoptamos otra perrita entre labrador y otra mezcla desconocida, la líder era la Yada  y por intentar imponerse, sobrevivió de milagro a tremenda mordida en su cuello, que por varios días lave y cuide, la ocasión que la vio más cerca fue cuando en el terreno campestre, que mas tarde fuera nuestra casa; sina causa aparente se desplomó sin sentido. La veterinaria daba pocas esperanzas tendida en la mesa se desangraba por el hocico y el ano, con suero y acariciando su cabeza, diagnosticaba que una picadura o mordedura de insecto ponía ser el responsable de tal situación. Esa noche quedó internada, al siguiente día salió de peligro y nos recibió moviendo su cola alegremente. No nos enteramos que bicho fue el causante.  En mi estudio, absorto en mis diseños, jugueteando entre mis dedos mi lápiz de dibujo. yada ladraba insistentemente desde la puerta, aunque está abierta, no se metía a la habitación; ladraba desde ahí.

–¡¡Cállate yada!! ¡¡Cállate yada!! –Le grito desde mi escritorio.

Es muy molesto estar escuchando ladridos, mientras intentas concentrarte en un proyecto; logra sacarme de quicio y, lanzo hacia ella lo primero que tengo a la mano, mi lápiz de dibujo. Corre tras el objeto lanzado, ni esperanzas de que me lo traiga, a cambio lo muerde como si quisiera triturarlo, finalmente lo suelta y me levanto de mi silla para recogerlo.

Al ver que me acercó a ella, mueve la cola en señal de alegría, qué digo la cola, tiene la manía de mover toda la cadera, y el hocico abierto como si sonriera; es como si bailara; sin embargo me limito a recoger mi lápiz totalmente mordisqueado y babeado y a ella no le presto ninguna importancia; dejó de ladrar.

–Qué bueno, por fin se calmó. –Digo en voz alta.

De pronto escuchó el tamborileo de su plato metálico caer al suelo, fue por él y me lo trajo hasta aquí.

– «ay yada», qué forma de pedir comida. –Nuevamente lo digo en voz alta; según yo, no acostumbro platicar con mis mascotas.

Y, claro se sale con la suya, le sirvo de comer y, ¿cómo no voy a hacerlo?, si solo comida y caricias es su sustento.

Es una anciana, cuenta con más de diez y seis años; esta consentida en exceso, pero también es mi compañía cuando me en mi trabajo me sorprende la madrugada; ahí está quietecita recostada a mis pies.

Algunas veces intenta detener mi trabajo; se levanta y con su bailoteo convencional da un ladrido y se mueve en dirección de la salida del estudio, pero me basta con decirle –»aún no yada», para que regrese a su lugar y, resignada se quede en espera.

Cuando el sueño me vencía me levantaba de la silla, al instante saltaba como resorte y a mover la cola dirigiendo su paso a nuestra recamara.

Nunca permití a mis hijos dormir con sus mascotas, pero con esta me rendí; con toda la desfachatez se acurruca entre los pies de mi mujer y los míos.

Últimamente continuaba acompañándome en mis desvelos, pero ya no escuchaba cuando me levantaba de la silla, así que tenía que despertarla y hasta cargarla, pues ya no podía subir la escalera por sí misma.

Hace ya algunos meses, mis hijos; enterados de su padecimiento de cáncer, sugirieron que la lleve al veterinario para que la duerman. La pobre se cae continuamente y sus patitas se le resbalan al caminar, pero no deja de demostrar su lealtad y alegría cuando me ve llegar.

«Es una guerrera»

Ahora estoy en mi despacho, escribiendo este relato; jugueteando entre mis dedos ese lápiz mordisqueado que conservo con cariño.

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