¡Ya soy un hombre!

¡Ya soy un hombre!

Serafín Cruz

30/07/2019

En el justo momento que su soplido apagó las dieciocho velas que decoraban su tarta, Santiago, Santi para todo quisqui, decidió que ya era todo un hombre. Atrás quedaba pues la fresca y vivaz lozanía de la adolescencia, donde en todo momento había una persona responsable de todas las meteduras de pata que cometía. Tal persona siempre estuvo presente en el cuerpo de su madre o de su padre. Exhalar de modo estrepitoso aquella exagerada bocanada de aire y soltarlo luego aún con más estrépito le supuso un placer inusitado, placer que llevaba esperando mucho tiempo. Adolfo, su padre, sabía que para su hijo había llegado el día deseado, el día que el recién estrenado adulto cruzaba la linde del amparo y se libraba del engorroso paraguas en el que había vivido hasta ahora. Se hacía, por fin, para su gozo y para todo los efectos, un hombre. A partir de mañana gestionaría su vida a su única manera y le respondería a sus padres «déjame, ya soy un hombre» si en adelante osaban llamarle la atención, fuera cual fuese el motivo. El chico inmaduro acababa de perecer y, como Ave Fénix, de las cenizas brotaba una savia nueva más aguerrida y hercúlea, más arrojadiza y valiente y más madura y responsable. Todos en casa disfrutaron de la buena nueva viendo cómo el anfitrión de la fiesta🎈se jactaba de haber alcanzado la mayoría de edad y lo gozoso que se mostraba abriendo los regalos que uno y otro le daban. Los amigos fueron unos pícaros, pues uno de ellos incluso osó regalarle una caja de preservativos, dádiva nada aceptable por parte de su madre que, prudentemente y haciendo un gran esfuerzo por no ser aguafiestas, se dio un punto en la boca mientras los demás reían a carcajadas. Regalo 🎁 tras regalo, el salón cada vez podía albergar a menos gente entre cajas y papel de regalo que se amontonaban en el suelo, motivo por el cual Josefa, la madre del nuevo hombre,👨 creyó oportuno pedirle a su hijo que desahogara el salón llevando los envoltorios de los regalos a su habitación o directamente, pero temiendo ser aguafiestas se abstuvo. Santi había recibido regalos de sus tres hermanos, 👦👦👦 dos mayores que él —el primogénito ya era padre de un zagal de cuatro años— y el Benjamín de la casa, que contaba con quince años; le llegaron más regalos de sus primos y primas, que eran unos cuantos, y le comenzaron a parecer exagerados los que recibió por parte de sus tíos y sus abuelos. 👵👴Jamás pensó Santi el regalo que les tenían preparado sus padres, por eso puso los ojos como platos cuando abrió un sobre que le entregó su padre en el cual figuraba «Feliz año, hijo, te queremos» que apenas leyó. Nunca antes había visto un billete de cien euros, 🤑y menos aún dos juntos.

—¿Esto es para mí? No será una broma, ¿verdad?

—Claro que no, «hombre»—ironizó el padre—. Anda, cógelos que son tuyos.

—Ya —dijo Santi incrédulo—, y ahora viene el reto, ¿no? Si llega fin de año y te has gastado un billete, habrás aprendido que en tres meses has gastado cien 💯 euros, y si…

—¡Anda, hijo, calla! Pero,¿qué mosca te ha picado? Este dinero es tuyo y tú sabrás qué hacer con él.

Conforme con la aclaración de su padre, Santi pasó la mejor tarde-noche de fiesta de toda su vida.

Había pasado Santi solo dos días desde que comenzara a contar con sus dieciocho años y, como era sábado, llamó a sus amigos y quedaron para salir esa noche. Había que seguir celebrando su nueva etapa en la vida. Los dos billetes de cien euros fue lo primero que cogió cuando comenzó a vestirse.👔 Eran cuatro los amigos y uno de ellos, destacado por ser más pillo que un monaguillo, instó inteligentemente a los demás para que fuera Santi quien pagara las copas, pues, no en vano, era su cumpleaños. Santi, por no quedar mal con sus mejores amigos, pagó toda ronda que se fue terciando, dejando en poco tiempo su capital en un solo billete. Con un estado de embriaguez ya notorio, otro de los amigos de Santi propuso que, para demostrar que era todo un hombre, tenía que joder con una puta y, ni corto ni perezoso, el envalentonado Santi, aceptó el reto. En el Club Los Conejitos,🐰🐇 una joven de pelo castaño, pestañas postizas que hacían honor a la exageración y labios carnosos embadurnados de rojo carmín, 👄se acercó hasta el chico mostrando oficio andando de forma sensual embutida en una minúscula falda negra y montada en unos zapatos de tacón de aguja sujeto al tobillo por una estrecha tira.

—Hola, guapetón. ¿Me invitas a una copa?

—Nada de copas, he venido a echar un quiqui y voy a echar un quiqui.

—¡Qué lanzado! ¿Te valgo yo para «quiquiar»?

Los amigos, que no tenían entre todos ni para comprar churros, no se pronunciaron, aunque dos prostitutas más y un travesti que servía tras el mostrador intentaron hacer con ellos lo mismo que la primera con Santi.

—Pues eso va a depender. ¿Cuánto quieres?

—Cien y la cama.

—Cincuenta y vas que chutas; la cama la pones tú… o la pagas tú, que no sé ni lo que digo.

—Ochenta y la cama, ¿O.K?

—Que no, hostias, cincuenta y punto, ni un céntimo más. ¿Ves esto? —preguntó sacando el billete de cien euros que le quedaba—, pues la mitad, y sanseacabó.

—Venga, va —aceptó la de la minúscula minifalda tan pronto vio el billete.

En un par de minutos se vio Santi en una habitación donde predominaba el color rojo. 🔴

—Es por adelantado, bombón —dijo la chica apenas se hubo desprendido de una blusa blanca y transparente que no le sobrepasaba del ombligo y dejada al descubierto parte de sus pechos.

—Con algo de torpeza, Santi consiguió volver a tener su billete de cien entre sus dedos, pero le duró un segundo, pues la avispada chica se lo arrebató con un hábil movimiento.

—¡Papi! —llamó y un brazo 💪 hercúleo apareció por entre la cortina —roja, por supuesto— para hacerse con el billete.

La chica se desnudó, aunque no se descalzó de sus zapatos de tacón de aguja, y ayudó a Santi a hacer lo propio. En un minuto los muelles de la cama comenzaron a rechinar.

—Si te das la vuelta, te la chupo —incitó la profesional.

Santi se quitó de encima de la chica y se giró, quedando así boca arriba. La del antiguo oficio no tardó en usar su boca para hacerle a Santi una felación que llevó al chico a su más álgido momento de placer en dos minutos. Tan pronto el esperma apareció por la punta del pene, la que había estado succiónando con tanta maestría dejó de hacerlo y se apresuró a vestirse. Algo más lento y torpe lo hizo también Santi, mientras oía las prisas que la otra le exigía.

—Tranqui, joder, que me tienes que devolver cincuenta euros.

En ese instante, el dueño del brazo hercúleo que había asomado por entre la cortina se dejó ver tal cual era, haciendo sentir a Santi un pigmeo. Pero no fue el gigante musculoso quien apuntilló, sino la pícara chica que, sabiéndose ganadora, asestó:

—¿Qué cincuenta euros dices, niño? Te dije que «si te dabas la vuelta» te la chupaba.

😩

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