A mi amada S.
A un año de la creación de Notas al alma.

Así como la luna, aprendí a seguir tu descalzo andar y tras haber seguido tus pasos por días y noches, atravesando montañas y valles, me encontré caminando por una costa a la hora en que los arreboles anunciaban de otra tarde el ocaso; de pronto, con gran algarabía de ver mi ilusión cumplida, te vi, en un camastro, recostada, con los rayos de la luna besando con ternura tus rodillas, viendo el mar.

Aunque ignorante e incapaz de entender las razones del destino, o tal vez del azar, que nos pusieron ahí me acerqué, cauto y meditabundo -tratando de recordar tu nombre-, a ti. Cuando estuvimos con los rostros enfrentados comenzó a sonar una música sortílega y familiar que invitaba a nuestras manos a tomarse, mas antes te dije, mientras te besaba con los ojos: Quizá no lo recuerdes o quizá no lo sepas, pero ya tus pies han bailado este ritmo de mar y mis manos han escrito largas prosas y amorosos versos que de ti dan cuenta.

Pedí entonces tu mano, y sin decir más, bailamos con el mar besando tus plantas y la arena rozando las mías; a medio son vi en tus ojos a la luna reflejada, hecha una perla en tus pupilas de la cual salia un beso del alma.

Terminó la música. Nos quedamos por las manos sujetos viendo el mar toda la noche; y sobre el mar los rayos, tras los rayos los truenos y sobre los truenos la tormenta. Antes de que el blanco satélite principiara su caída dijiste (ojos firmes, labios tiernos): Te amo, más de lo que aman a los escollos las olas que, aunque se van con la corriente, siempre regresan. Te amo, más de lo que ama a la luna el mar que siempre, inquieto, la busca cada noche y la espera cada día.

De pronto a caminar empezaste, te vi andar tras el horizonte y perderte bajo el rudo rugir de las olas del mar.

Salía el sol por el oriente para que sus rayos alumbrasen mi soledad, pero su luz trajo sólo a mi conciencia una extraña certeza de que en otra existencia, más impúdica y secreta, te hallaré.

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