Cuando te falte el pan,
el tuyo y el de tus hijos,
y veas el techo desplomarse,
sigue hablándole al aire.
Cuando la enfermedad apremie,
la tuya y la de tus hijos,
no pretendas ser realista.
Sigue rezándole al aire.
Cuando un problema global,
que afecta a padres e hijos,
quieras erradicar,
pídele ayuda al aire.
Cuando veas la muerte cerca
y empiecen a temblar las piernas,
las tuyas, las de tus hijos,
sigue gritándole al aire.
Cuando ya no estés aquí,
y tu cuerpo ya esté frío,
quizás comprendas (si es que puedes)
que aquel Dios al que le hablabas
eras tú.
Que solo hay aire.
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