En el deleite de los placeres de la oscuridad, en esa cueva dentada y hambrienta, en donde los murciélagos vuelan en su noctambulo de muerte y putrefacción, con su excremento de guano en el piso mojado y resbaladizo, se pierden las pisadas que conducen a un mundo en donde la luz es un sueño que rara vez ilumina a los que ahí gozan del anonimato.

Monstros de horripilante aspecto que solo en sueños pudieran imaginar, alargados pies que en tropel corren y se abalanzan para morder tus entrañas, de piernas largas y con la piel pegada al hueso, su hombros caídos y en decrepita mirada, la carne colgando de la cara y las comisuras de los brazos, en la cabeza de ojos unidos y rojizos como el sol, sus calvas renacen como escamas achatadas de las entradas del cráneo para después volverse ovoides alargados en piramidal estructura, con estas te casan como cuernos de toro o rinoceronte, seres amorfos de un perturbado mundo de sombras, en donde la magia es monstruosa y sus talentos más tórridos se muestran al caer la noche cuando en danza y depravación realizan sus rituales de muerte, sangre y tortura.

Cerca de la caverna cubierta por el follaje del espeso bosque que impide ver sus adentros hay un camino muy conocido por los corredores que todas las mañanas bajan de sus autos para emprender el camino en caminatas interminables, algunas sin retorno al hogar, es entonces que el guarda bosques se da cuenta de las desapariciones, cuando al pasar las horas, los autos continúan ahí en permanente inmovilidad a veces hasta días o semanas.

Ellos bajan desde la montaña por la noche, extienden sus alas cuando tienen mucha hambre y al sonido sordo de la oscuridad toman a los campistas desprevenidos, se los llevan en vuelo artero, les cortan la lengua con los dientes cuando intentan gritar y los meten a la cueva, en donde como aves de rapiñas los van deglutiendo lentamente, les quitan el cuero hasta dejaros en huesos.

Siempre es igual, a veces se llevan uno o varios, otros días hasta seis, los que encuentren ya que nunca es suficiente, la población de monstros crece constantemente y es necesario para ellos más y más comida. El día después de devorar a sus víctimas, suelen dormir colgados del techo sus largas garras se enganchan a las piedras y así duermen colgados de la caverna como lo hacen los murciélagos de la entrada, que son sus adornos y timbre.

Los murciélagos les avisan del peligro, ellos revolotean en la cueva cuando algo o alguien entra en ella, suelen pasearse los zorrillos a veces para su desventura entran a la cueva y son devorados por estos seres pálidos y enganchados en lo alto de la cueva.

Ese día entro un cuervo, un cuervo negro de aspecto extraño sus alas eran enormes y sus garras picudas y filosas, su pico una daga mortal y certera, se paseó por la cueva sin que los murciélagos pudieran hacer nada, estos comenzaron a revolotear en son de alarma, despertando a los monstros que hay habitaban.

Ya en el interior el cuervo comenzó a aumentar su tamaño, sus plumas se volvieron cuchillas de acero impenetrable y sus ojos brillantes como bolas de fuego. Así comenzó la masacre, uno a uno los monstros fueron cayendo en las garras del enorme animal.

Así pagaron su condena, el ave mandada desde inframundo decapito y bebió de la sangre de cada uno de los monstros de la cueva, hasta que ya no quedo ninguno. Ahora ella es la que secuestra a los transeúntes del viejo camino de la montaña. Ya no hay murciélagos colgados en el techo, sólo ella reina en la espesa penumbra. Es por eso, que sí, vez algún día un pequeño cuervo parado cerca de un árbol en la vereda, lo mejor amigo mío es correr, corre lo más rápido que puedas, pues si no ella te cazara, te tomara con sus enormes patas y en su cena tú te convertirás.

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