Chichén Itzá, a cada momento que te observo
te desconozco y te vuelvo a reconocer, como si acaso conocer
no fuese lo que quiero decir.
Verte implica introducir nuevos conocimientos
sobre mi ser, y, a partir de allí, reincorporar o reivindicar tu sol
en mi amanecer.
¿Chichén Itzá, cómo hacer para no quererte, si cuando bajo
mi mirada observo que en un dedo de tus pies (siempre descalzos)
tenés colocado un anillo, que indica la ofrenda matrimonial
que existe entre vos y el planeta tierra?
Esa sensación de magia que denota tu unión con la naturaleza,
queda específicamente aclarada, con los colores que escoges
para las prendas (que fueron tejidas por tus propias manos)
con las que abrigas tu cuerpo.
Chichén Itzá, al verte quedo adormecido por el latir de tus ojos de zafiro
Y en cada ocasión que eso sucede vuela a mí el deseo de hablarte de amor,
pero no como lo hace todo el mundo,
sino del único modo que mereces que te lo hagan.
Quiero ofrendar y colocarte un collar de Tumbaga,
para luego declararte u-wach ulew.
Así, en la lengua incorrupta, que merece ser bien tratada,
porque es raíz de tus antepasados .
Y porque ésta, mi lengua, es extranjera, invasora y asesina.
Es por eso que busco hablar en tu lengua natal.
También quiero declarar que tu belleza y tu grandeza
es mucho más que la de Balankú y Kukulkan.
Y que, a causa de esta inagotable verdad, Chichén Itzá,
deseo arrodillarme (admirado y rendido), apoyar mi cabeza
sobre tu vientre para luego poder besar tus manos.
Como así, también, algún día atreverme a besar tus labios,
y, entonces, sentiré que he ingerido Psilocybe cubensis
o Lophophora williamsii.
Porque ya no estaré sobre la tierra, ni sobre el mar,
ni sobre las montañas, ni siquiera sobre el mar
sino que estaré delirando de amor.
Porque tus besos, Chichén Itzá, producirá eso en mí:
efectos psicodélicos.
Símil circunstancia será, entonces, atreverse a ingresar a tus cuevas,
profanar tu santuario, conquistar tu inframundo y dejarme morir allí.
Pero yo, Chichén Itzá, de momento tan solo deseo besar tus manos,
rogar de rodillas que me des de beber tu agua de lluvia,
(que conlleva sabiduría, amor y compasión)
Y que me bautices con tu inmortalidad.
Chichén Itzá; quiero perder mi identidad, como una ofrenda
de mi amor por vos; quiero dejar de reconocer mi historia,
como una majestuosa disculpa por el daño que te ha hecho
mi antepasado; quiero dejar de amar como lo hacen
aquellos que confunden la pasión con la conquista,
y despiertan en ellos la inseguridad de los celos
(que todo lo corrompen y lastiman).
Quiero querer, como vos queres, Chichén Itzá.
Quiero quererte con el amor de madre tierra,
que vos predicas,
y no como hombre mortal e ingenuo.
Enseñame a amar, Chichén Itzá, y no me dejes
poner en pie, hasta que haya aprendido a respetarte
con la misma prudencia con la que se debe tratar
al piso por donde descalza acostumbras caminar.
OPINIONES Y COMENTARIOS