Ha llegado a su hogar el sabio del bosque, las aves le visitan, comen el alpiste que les deja y se alzan al vuelo, las ardillas hurtan las nueces que coloca para ellas en un canasto cerca de sus libros antiguos. El anciano nunca conoció el amor de la mujer a la que amaba con locura, desde muy joven reconoció que él no podía protegerla, un individuo biológicamente inepto para tal fin, su amada inclino su corazón a un fornido leñador más eficiente cerca de los Alpes, un bebedor serio y amante de los festines, que pudo darles la descendencia que la hermosa mujer ansiaba, niños fuertes y preciosos. Merlin decidió desde muy temprano ante este rechazo normal del mundo natural, irse al bosque, amar la vida, tocarla más allá de donde el arcoíris descubre el cielo. Sus libros los escribía con singular peculiaridad, si la estética superaba su expectativa aquel débil señor lloraba amargamente de alegría, en las tardes luego de hacer los nidos para las aves, cercana a su casa de árbol. El mago viajaba en secreto a los Alpes a ver a su gran amor, como estaba, eso era lo que importaba. Cuando se enfermaban ella o los niños, dejaba cercano a las ventanas leche con miel y galletas de jengibre. Siempre lo hacía el viejito loco y considerado. Era su menester ver en buenas condiciones aquello que amaba, de forma sobrenatural cuando alguna enfermedad hacía estragos al leñador, un abracadabra era suficiente para desearle curación, él sabía que, sin la fuerza de su adversa competencia, era imposible ver retoñar el aliento de su corazón. Cuando Merlín escribía y cocía sus libros, un vapor salía de su diafragma, entraba a un espacio tiempo detenido, todas las imágenes creadoras alentaban su ideal y dejaba impregnado el lugar, colores mezclados rozaban lo increíble en la visión eléctrica precisa de su arte. Tenía su propio paraíso, se cuenta inclusive que cada vez que ese espíritu elevado desarrollaba una obra nueva, lloviznaba con brisa muy fuerte, refrescando todo el ambiente, entre luciérnagas, ranas, y bichos que postrados en el árbol le daban relieve, el árbol tenía el rostro de un abuelo feliz. El lugar estaba embrujado por la maravillosa magia del genio, todo el que se acercaba de los pueblos al lugar, les brindaba propiedades curativas. Una noche el anciano se hizo energía, elevándose desde el suelo, y un fuerte viento le impulsaba, para convertirse en cometa mientras se diluía en el cielo. Sin antes despedirse pasando por la casa de su amada, que ese día había fallecido por senectud, los hijos de la señora y el ahora viejo leñador sin músculos, erguido y lento, divisaba con sus muchachos aquel fenómeno, y pidieron un deseo a la cometa. El anciano mago tomo ese gesto como un agradecimiento. Al irse para siempre detrás de su amada por toda la eternidad, el árbol se entristeció, introdujo sus ramas a la ventana del hogar y abrazo sus libros con fuerza, sellando para siempre con cuidado los logros de su preciado amigo. Los animales continuaron su vida, y a veces extrañados observaban el lugar mágico y maravilloso, como si recordasen algo que había sido importante en sus vidas.

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