En la cálida placidez de la hora de la siesta, aprovechando que el frío todavía no se hace sentir y que el sol tibio de media tarde es casi una invitación al ocio contemplativo al aire libre, suele entregarse al deleite de observar la serena perfección del jardín de su casa, todavía rebosante de plantas y de flores que él mismo se encarga de cuidar con particular dedicación.-

Lo siente un espacio propio e íntimo, en el que el contacto directo con la tierra, con la fuerza de la vida que late en ella, lo sustraen por un momento de la mortal monotonía de su trabajo y le permiten evadirse hacia el recuerdo de los aromas de la bucólica vida campestre en la que transcurrió su primera infancia y que él todavía atesora intactos en su memoria.-

Una tarde de esas observaba con especial interés la uniformidad de la alfombra verde de césped recién cortado que cubre la mayor parte de la superficie del parque, solo interrumpida por una incipiente hojarasca proveniente de los árboles mayores que comienzan a desprenderse de sus hojas por lo ya avanzado del otoño; cuando de pronto toda su atención se vio atrapada y dirigida hacia lo que parecía ser el cuerpo de un sapo muerto que yacía inmóvil, todavía intacto, asomando por debajo del banco de plaza que se encuentra sobre el fondo de la casa.-

Con curiosidad se aproximó al hallazgo y durante un rato se entretuvo viendo cómo, por encima del cadaver del sapo, una legión de hormigas se habían lanzado ávidas y sin perdida de tiempo a la faena de obtener de él todo lo que a pesar de la incipiente corrupción del animal él supuso que les serviría de alimento, por aquello de que, pensó para sí mismo, en la naturaleza finalmente nada se pierde sino que todo se transforma para provecho de otros.-

Siempre lo había fascinado la exótica versatilidad de estos animales (de los sapos estamos hablando) pues, más allá de la repulsión que suelen causar por su aspecto, no solo son por completo inofensivos sino que además tienen la particularidad de poder vivir por igual tanto en el medio acuático como en la solidez de la tierra. A este pobre infeliz, al parecer, le había tocado en suerte acabar su corta vida en tierra firme y a su cuerpo servir para alimento de las hormigas.-

Poco le duraron estas reflexiones de rudimentaria filosofía natural puesto que su interés por lo que allí sucedía nunca hubiera ido más allá de una humana curiosidad pasajera si no fuera porque, además, el infortunio del cual estaba siendo testigo le hizo recordar que hacía apenas unos días, más precisamente un domingo por la noche, durante la cena, justo cuando la conversación transcurría por temas cotidianos y estaba próxima a concluir, la más chica del grupo familiar que es siempre la que gusta de prolongar la duración de la sobremesa con anécdotas y comentarios de la más variada índole que saca con arte de la galera, mencionó entre risas aquel episodio del sapo todavía vivo que Juan había extraído del agua sucia de la pileta, repleta por entonces de estos batracios, que una tarde de inocentes juegos se los había arrojado por el aire, a su madre y a ella, mientras las dos se alejaban despavoridas y él se divertía a costa de ambas.-

A él, que algo conocía de aquel capítulo trunco cuyo borrascoso final se había producido hacía apenas varios años, aunque no los suficientes todavía como para pasar por completo al olvido (ni la historia ni los personajes), la repentina evocación de ese episodio durante la sobremesa familiar no le hubiera suscitado ninguna afectación si no fuera porque además creyó percibir en ella, allí presente, un leve rubor en la cara que en vano trató de disimular cambiando de tema tan pronto como pudo, lo que él, siempre atento a esos detalles, interpretó como una señal inequívoca de incomodidad, de la incomodidad causada por la inocente pero inesperada mención apenas de un nombre que, a su pesar, imaginó que tal vez era algo más que solo un nombre, que seguía siendo el recuerdo aún vivo de alguien que había sido importante en su vida o que quizás y por alguna razón que ignoraba, de algún modo todavía lo siguiera siendo.-

Pensó en Homero y en los clásicos, en qué tal vez tuvieran razón al creer como creían que la verdadera muerte es el olvido, que perdurar a través del recuerdo que nos sobrevive en otros fuera una forma a la vez ingeniosa e instintiva de demorar la perentoria caducidad a la que el tiempo nos tiene condenados de antemano.-

Como tratando de sobreponerse a estos pensamientos que lo horadaban por dentro, todavía se demoró unos minutos más contemplando el cuerpo inerte y sin vida del sapo, o de lo que aún quedaba de él, admirando la prodigiosa y eficaz organización de las hormigas que, con la misma paciencia que el tiempo tiene para llevar a cabo sus menesteres, con el tiempo lo terminan reduciendo todo a casi nada, hasta que una llamada que recibió en el móvil lo obligó a volver a la rutinaria monotonía de su trabajo, dejando atrás este asunto del sapo muerto (o en proceso de estarlo), del tiempo y sus instrumentos y del inexorable destino de polvo y olvido que a todos los mortales más tarde o más temprano el temible Cronos nos tiene reservados.-

Pero unos días después, movido por un deseo ciego y pertinaz, ajeno a las precauciones que la prudencia y el buen sentido aconsejan tomar cuando de husmear en los asuntos del pasado se trata, decidió regresar al mismo lugar. Para sorpresa suya allí se lo volvió a encontrar, intacto todavía, como si el tiempo no hubiera transcurrido. Las hormigas le habían dado tregua.-

F. Munduteguy

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