Las tulpas demoníacas robaron del alma, el amor de un hombre.

Las tulpas demoníacas robaron del alma, el amor de un hombre.

Reinhardt Magnus

07/06/2019

Desde la antigüedad, los pueblos orientales han tenido una gran superstición y un encuentro posible con seres que deambulan de la mente al mundo material, criaturas infalibles a la hora de agotar el alma de un hombre, con el objeto de quitársela, de darle muerte.El nido de estas aberraciones son el miedo que es proporcional a la maldad que hay en los corazones de cualquier ser humano, su mayor acto es el suicidio, y se consuma a quienes ya no soportan como se proyectan los seres nauseabundos, oscuros y grotescos distorsionando la realidad. Estas perversidades ganan vida independientemente de sus creadores y se advierte de que surgen de lo más profundo de la psique, más si esta atormentada.El odio, el celo y todas las bajas pasiones, parecen darle forma a lo desconocido.De nuestro mundo sagrado, actualmente profanado, los reveses y las abominables sombras, discurren entre las alcantarillas, en la suciedad, entre lugares contaminados y abandonados. Como si más bien nos quisieran dar un mensaje, aconsejándonos de que cambiemos, o el mundo será de ellos, y nuestros lamentos y padecimientos para el próximo siglo serán de abundante locura. Ni los diablos y toda falacia sobrenatural en las religiones podrán contra el poder que se le está dando a la oscuridad en todas las regiones del mundo.Y así contemplamos a las malditas tulpas de la que tanto hablan los monjes budistas del Tibet. Un día lluvioso, gris y gélido acariciaba las ventanas del psiquiátrico Sagradas Escrituras. Radames un enfermo mental de 41 años de edad, abraza sus rodillas, y con mucho frió por los baños helados del sanatorio, tiembla mientras derrama gotas por todo su rostro, ojos de contornos rojos, tristeza que empalidece el corazón de cualquier ser humano, y una mirada a lo lejos desde la ventana de aquella cárcel. Radamés antes de todo ese padecimiento, tenía una familia, desde muy joven siempre fue rechazado por su peculiar comportamiento de hombre muy existencial, de vivida correspondencia en abrazar todas las emociones humanas. Su familia decía apreciarlo, cuando traía obsequios para todos, parecía que amaban más sus regalos que a su persona, pero bueno así son los que desconocen el alma.Radamés empieza hablar solo unas semanas después de que le dicen, que han embarcado todos sus bienes, luego de que sus hijos los jugaran en una apuesta, pero como avispados al fin, nunca colocaron en riesgo los suyos.Su mujer lo odiaba, decía que era un pendejo que solo servía para hacer el trabajo de un burro, en una fábrica de chocolates.En la misma ciudad donde esperaba su lamentable destino.Su esposa nunca habló bien de él, en muchas oportunidades, mientras hablaba de estupideces y superficialidades con sus amigas, les comentaba que el abnegado padre de familia, era de mal sexo, que tantas fueron las veces que tenía que acostarse con trogloditas para lograr estar satisfecha. Radamés soporto tanto, desconociendo lo que sucedía; en su expediente, siempre hablaban los que le conocían, que se le escuchaba recitar poemas tristes, mientras empaquetaba los manjares de cacao. Es como si su inconsciente, estuviera al tanto del entorno hostil en el que habitaba, y como a todo el que es víctima jamás podrían decírselo, los cobardes parásitos que lo frecuentaban.A finales de otoño, Radamés tiene sus primeras crisis, se toma varias pastillas para el sueño, intentando colocar fin a su pesadilla que ya pesaba en su cuerpo.Y nadie jamás supo del acto, los siguientes días el pobre hombre no va a su trabajo, y cae en la soledad mientras delira de ansias y nervios sin saber que le sucede, en el hogar sentía como le consumía toda esa situación.

Una noche mientras se asoma por la ventana, se lamenta de su vida, observa una sombra que a lo lejos desde la pared al frente de su casa, lo acecha y sin mediar se le abalanza, tocándole el pecho, Radamés siente dolor, como si alguien le arrancará el corazón, evitándole un infarto de tan colosal estrés que experimentaba. Pareciera como si su mente hubiera creado tal criatura para proteger su propio organismo, ya próximo a un desenlace fatal.En el tormento de tantos años conviviendo con la gente equivocada. Radames llora y se calma, balbuceando se afirma: no tengo corazón, me han quitado mi amor, mi alma es transparente, ya estoy muerto.Se sienta sobre un sillón acerca sus rodillas a la barbilla mientras dice: estoy muerto. estoy muerto.Su mujer entra y observa la escena, y con una maliciosa sonrisa, se jacta de decir: lo que me faltaba ahora se ha vuelto loco, este inútil.El shock del demente no le inquieta para nada las palabras de la víbora que le llevo a la ruina y la muerte psíquica.Y entonces la desalmada mujer llama al psiquiátrico cristiano evangélico por nombre, y les comenta: Recojan a este loco de mierda.

Llegan los enfermeros, lo amarran, el pálido hombre, no pone resistencia como quien dice, desde hace cuánto ya la he perdido. Le inyectan una droga, dos de sus más lejanos amigos le lloran, le llaman y aquella despreciable mujer no contesta.Los hijos, se fueron de rumba y apagaron el celular. Los amigos cercanos, se decían mientras charlaban: Tarde o temprano tenía que pasar, Radamés era un rarito. Nadie fue auxiliarle.Y así volvemos a ver a Radamés que viendo las tulpas bailar frente de la ventana en el psiquiátrico, escucha una voz profunda, salida de sus entrañas, como un leve destello de cordura. Radamés escúchame soy tu yo “el amor no se pierde, siempre nace uno nuevo cuando lo expresas, y no estás muerto, tienes más alma de lo que crees, cuando empieces a expresar tu amor, sin pregonar que lo es, empezarás a entender de qué trata tener alma”. No escuches a las bestias de la sociedad, ellos no pueden crear nada nuevo, ni saben que tienen alma, son solo imbéciles, que no se pueden burlar de ellos mismos. Porque tienen miedo de sentirse imbéciles.A lo que Radamés sonríe y piensa: No hay nada más loco que escuchar la consciencia, pero no existe nada más sano que hacer de uso de sus consejos. Pues ella es cordura entre locos. Y los locos no pueden apreciarla. Se levanta del sillón y sin pensar agarra el teléfono del lúgubre cuarto de hospital en el que se encuentra recluido y llama a su doctor. Diciéndole: ¡Yo a usted no lo conozco, pero quiero irme de aquí, no sé qué hago aquí, este es el número de mis mejores amigos! ¡Llámales que quiero verle!A lo que el doctor dice a las enfermeras: parece haber progresado con las drogas. Seguro tiene lapsos de esquizofrenias, que se pueden tratar con medicación. Vamos a verle.Al entrar al cuarto pueden ver a Radamés peinándose y llorando frente al espejo. ¡Qué feo estoy! El doctor empezó a sentir que era verdad su progreso, que había que tratársele, para evitar recaídas.Dos años pasan y el hombre triste de Radamés ya no existía, era más contentó y contaba historias y chistes entre las enfermeras.Una primavera después de este suceso, Radamés se montaba en un tren para verse con sus amigos. El doctor había declarado ante sus otros colegas, que él no cree en milagros, pero que ese hombre había dejado de ser la sombra de lo que el observó, y ante el concejo medico explico:Ese individuo no necesita medicación, el resiliente con toda su voluntad dejo de tomar las pastillas y no necesita más medicamentos, parece que se ha curado así mismo, tuvo un año sin recaídas. Que mente tan poderosa la de aquél sujeto. Espero verle de nuevo.

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