Los cinco sentidos

El viento empezó a soplar fuerte de cara, y le trajo los primeros efluvios de tierra mojada. Aumentaba el olor mientras caminaba y presagiaba tormenta. En el horizonte el cielo estaba azul, su línea era nítida en las pequeñas lomas lejanas, sin una nube, y el aire que respiraba era limpio y seco. Se agachó, tomó un terrón de aspecto húmedo y compacto, que se le escurrió como arena fina de playa entre los dedos. Tuvo sed, y se dirigió a un pozo con un cubo en el brocal. Al sacar el cubo lleno de agua, le vino un intenso olor a humo de encina. Extrañado probó el agua, que le dejó un picor creciente en la garganta, de aceite sin refinar. Arrojó el agua del cubo y en el suelo de cemento junto al pozo vio cómo se formaba un arco iris. Salió de debajo de una piedra una lagartija, haciendo con las pequeñas patitas un ruido sutilmente metálico y musical, que iba de grave a agudo, como si corriera por el teclado de un clavecín de izquierda a derecha.

De su ensimismamiento le sacó la enfermera, avisándole que la prueba del scanner cerebral había terminado. En el gesto amable y casi alegre, ella le quería transmitir complicidad, deseo de tranquilizarlo. Pero él supo que era solo un gesto profesional rutinario.

-Vamos, espabílese, ya se ha acabado la prueba. ¿A que no es molesta?

-No estaba dormido. Yo ya no duermo.

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