Quiero irme muy lejos a un lugar muy lejano, tal vez a una montaña, tal vez a una pradera, no lo sé, tal vez no tan lejos, pero sin duda irme; ojalá fuese un lugar bello al que llegue y si no, al menos, ojalá pueda darse, sea un lugar desolado, sin gente o con la gente necesaria.

Tal vez tenga un camino terroso y una subida empinada en la cual pueda subirme sin saber lo que hubiese en su otro lado hasta llegar a su cima y quizás, además de deducir esto por el cansancio de la subida, me solazaría con la vista encontrada, pues estoy en lo más alto de una gran montaña; esto no es lo que esperaba, aunque bien estaba considerado, pero aun así es inesperado. Es por eso que no puedo entender el porqué de mi presencia allí y, sin embargo, me asombro; no por esto, sino, como descubro al llenarme de cielo los ojos, de la vista desde esta cima.

Esto sin duda es muy hermoso, por eso mismo paso mucho tiempo allí, oteando, divisando; el tiempo pasa atroz, pese a que a mí, así me sucede, me parezca que sobre. Y cuando este estupor inicial termina, mientras aún paseo los ojos por el horizonte, sin duda todavía hermoso, recuerdo que no sé por qué estoy allí, así que me voy.

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