A veces un viento de soledad me pasa

entre las manos.
y recoge de mis oquedades
esa larga espera y sueño
de aunque sea hacer buches
con las hebras de la brisa.
Es una manera de vejez.
Todo ha quedado
y el polvo
tiene en las cosas olvidadas
la extensión del más acá
después de una última vez.
¡Si las últimas veces se supieran
de verdad
dimitiendo sueños
y cerrando eternamente ventanas
de vigilia!…
Pero es una como todas,
con una espera infinita
que no espera.
Ya nada llegará.
El viento ha muerto
y las manos como hélices
de molinos acalambrados
están tendidas
, árboles mutilados
con rictus dolorosos y de asombro
en las ramas detenidas.
El mar ha bajado
aquí sobre mi arena
de playa con recuerdos que parecen
fantasía
los barcos secos
—que nunca echaron anclas
de renuncia y paz
pero que no auscultarán ya el
pulso de las olas—
los barcos muertos,
las manos
de tanto olvido
que casi ignoran los senderos
de la piel
las manos untadas de silencio y
delirio
que ya no podrán acariciar
que tienen para la caricia
la carraspera hostil
del pan viejo y la madera
y que sin embargo
revolotearán otras frentes
austeras como las vasijas
y aprendidas como la ternura
que mienten
los que ya no pero que deben
amar todavía.

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