Miro a mi alrededor, todos los anaqueles con polvo y tiempo, siempre en encumbrados y arremolinados recuerdos que el tiempo no perdona, no detiene más que en mi memoria…
Y a veces…

Sólo a veces…
Me entra el recuerdo nostálgico de lo que se miró por primera vez en una infancia que aun cuelga diáfana en los ojos.

¡Vaya si era sólo hace unos minutos! Que me columpiaba mi padre en el árbol de naranjos en flor, en esa mitad de llanta pintada con coloreadas formas de pintura de aceite y que ahora sólo se esboza en un recuerdo fortuito.


Y vuelvo de nuevo aquí, en este empacar maletas sin detenimiento. Sin detenimiento alguno más que el de estar comprensivamente endulzando la vida con pequeños trozos de sueños, algunos más polvosos que otros. Es entonces que por error disipado de mis pupilas me encuentro con mis propios ojos en un jarrón de metal en polveado.

Y cierro mi mirada al reflejo que retoma una figura que no existe en mi mente más que en ciertos instantes como este en donde me veo con los ojos cansados y la mirada perdida en un sin fin de pensares, que como mariposas aun vuelan sobre de mí.

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