Alpedismo

De repente me caigo a mí, a un pozo de mi tamaño y mi forma, a un silencio como mis gritos, mis palabras y mi silencio.

Estoy bloqueado. Está bien. (Esto va para el sico.)

Pero metete tus términos en el culo, que bloqueado me siento las ganas de gritar; de una mano sofocada en el candado de un guante absurdo. Eso: enguantado. Envainado en mí. Como la tierra que se sienta ciega en un hormiguero.

Una realidad tan infinita que no alcancen los sentidos: qué ceguera de testimonialidad.

Todo debe ser finito. Numerable.


Definible

Yo nunca «hoy cobré». No laburo. Vivo del Viejo. Y no me jode.

Guardate los consejos en el bolsillo, y también el consultorio.

Bolsillo. Qué claustrofobia la moneda que queda en el pantalón de un muerto que nadie va a revisar (el mar clavado en un caracol), sonando. Pero el testigo sólo silencio hasta saber que el silencio no existe, que siempre hay algo que suena, donde sea, y que falta el testimonio, o la razón de alucinar y el espejismo. En fin, todo es respuesta, hasta esto, tal vez porque me siento contenido.

Un cuchillo que se seca como una raíz en la tierra envenenada del pecho de un muerto. ¿Cómo el asesino no va a tener reuma a los cuarenta? Si es que lo mató joven.

Peiname las manos con tu pelo.

Gracias buena. El arroyo y el musgo. Pensá.

Todo pasa. Nada es infinitamente quieto como la eternidad.

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