El reloj

Estoy delante de este cuento que todavía es duda. Silvia también está tratando de escribir. Debajo del afán de descubrir la posibilidad de un nombre, un hombre, un lugar y un hecho, nos azuza un afán de encontrar primero que el otro de los dos, el cuento que buscamos. Yo no tengo idea de cómo será o es. Por eso tengo miedo de pasar de largo, sin reconocerlo, cuando lo tenga ante los ojos. Silvia ha tachado algo. Mis hermanas se cagan de risa de no sé qué cosa y yo no encuentro el hilo de no sé qué cuestión. ¡Carajo! Voy a sacar la leche del fuego para tomar el remedio. Estoy ronco; claro, en la caligrafía no se nota.

El reloj late con la parsimonia de los | tacho | no sé con la parsimonia de los qué, tacho parsimonia | El reloj late con la | no sé con la qué late ese reloj de mierda | Con la qué de los no sé qué.

Esto no sirve como cuento. El reloj no late un carajo. Son las 8 y 10 y hace 10 que estoy con ese reloj de las 8 y 10.

Silvia ya lleva media página. Tomo el remedio. La mierda, la leche estaba muy caliente y dije mierda. Además, la pastilla es tan amarga.

Estaba predestinado mi fracaso como cuentista. Aunque, pensándolo bien, mi personaje tal vez está llamando desde la nada para ser, y yo bruto que no sé escribirlo.

¿Quién será?

Éste es un cuento sobre un cuento que no es. Por eso éste es un cuento que no es. Y no les cuento nada. ¡Qué carajo!

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Lo que Silvia «a» tachado es la A sin H.

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