Yo vivo solo

Yo vivo solo. Siempre (siempre es el tiempo que importa) he vivido solo.

Había salido esa mañana. Ahora todavía tenía la llave en la mano. El infinito se adivina en un segundo.

Ya el golpe había sido, el dolor, no lo había calculado.

Yo era un asesinato más.

Los lapsos se comprenden al final, nunca sabré cuánto, pero no me importan los números, me desperté y supe que había estado dormido, luego todo lo demás, las llaves, la puerta abierta todavía.

El ruido gutural del ascensor, tuve miedo, otro golpe, la sorpresa me tensaba el acecho y me asustaba la duda.

El golpe no llegaba. Yo gritaba por adentro.

El ascensor había parado hacía un minuto y la puerta había hecho su chapoteo de metal.

Mi corazón era un buche enorme.

Me levanté, el miedo estaba a todas partes, cerré los ojos y tuve más miedo, miedo de dejarme solo.

La impresión, la calma, dudé de si a los ruidos los agregaba mi obsesión o estaban allá, allá en el primer dormitorio. Entonces corrí, me levanté y corrí, y cerré la última puerta y el baño y el pasillo y…

El ruido fue feroz, levantó el palomar de un gong despavorido en mis entrañas.

Había sido la puerta. ¿La puerta y quién? ¿Quién o qué? Volví a cerrar sin mirar atrás y cerré la última que quedaba a mis espaldas y me apoyé fatigado.

Era un cuarto con cinco puertas.

Yo tenía un teléfono allí, y otro en el dormitorio, el interruptor estaba en el dormitorio, yo había cerrado la puerta, la primera.

Rogué que estuviera hacia mi lado, pero no me animé a comprobarlo.

De repente recordé la puerta a mi espalda y me apoyé con una mano para darme vuelta, al girar sentí que se movía el picaporte detrás de mí y me inundé de una música caliente, un brutal orgasmo de presagio y terror. Ya no me pregunté si había sido yo contra el picaporte o el picaporte contra mí, el miedo estaba desatado como un veneno lento e irreversible.

Tranqué todas las puertas, ese sistema americano de llaves, sentí cierto alivio de aquella sugerencia del constructor.

Allí estaba yo entre cinco cerraduras.

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