El mal de todos

A Eugenio O’Neill

Cuán perfecto el incomparable refugio del profesor, escrupulosamente clásico. No ha agregado un solo libro durante años.

¿Qué edad tenía yo cuando vine aquí por primera vez? Seis. Con mi padre. Mi padre…

Olor a yodo en los frescos pasillos, aquel verano caluroso. Me acerqué. Su voz se había alejado tanto. No pude comprenderlo. ¿Qué hijo puede comprender? Siempre es demasiado cerca, demasiado lejos o demasiado tarde.

Cuántos recuerdos en esta hermosa tarde. Esta vieja y agradable ciudad después de tanto tiempo.

No volveré a Europa. Allí no podría escribir ni una sola línea. En cambio aquí… Un pretexto para anudar palabras. Mis novelas

No creo que tengan sentido cósmico, pero hay una piba que las estima, y yo sé escribir. Y eso ya es bastante.

¿Y Nina…? ¿Qué será de Nina? Era tan agresiva. Pobre profesor.

Nina también me dominó a mí.

Yo la hacía bailar sobre mis rodillas. Pero a veces… ¡El perfume de sus cabellos! Como una droga para el sueño.

El sueño… He ahí el mal de todos. Los sueños. Porque eran siempre aquí mis pensamientos.

En verdad, no tiene ninguna importancia.

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