Quizás es el calor, me digo hoy de nuevo como todo el resto de los días en que, sentado en mi escritorio envejecido por mugre difícil de eliminar, busco alguna oferta de trabajo en un portal Online que francamente jamás me ha producido confianza. Quizás es el calor, quizás no estoy mirando lo suficientemente bien, quizás, simplemente quizás, no hay empleos. Empleos, trabajo, compras, ventas, la foto de un atardecer contrastado, selfies en la playa, trabajo, empleos, compras, ventas. Me sorprende que haya gente que encuentre el relajo de sus escasos minutos ociosos en la observación desinteresada de dichos menesteres, sin embargo, como rito, como manda, lo hacemos todos. Yo nunca he podido encontrar relajo en ello, de cada cincuenta “posteos” habrá unos cuarenta y ocho que me desatan algún tipo de ansiedad reconocida o peor aún, me recuerdan lo que no estoy haciendo. Necesito encontrar una forma de ganar dinero, si ellos pueden….

Con mis colegas y amigos resuena cada vez más la idea de monetizar tu pasión, emprender, tener el control de tu propia jornada laboral, la ocasión de oír a alguien hablar de su pasión sin sacar a relucir las estadísticas probables de su sustentabilidad se hacen más escasas y así mismo, mi interés por escucharlas se ve solapado por la sombra del deber. Hay algo que no estoy haciendo. Comento lo que me gusta hacer, me culpo a mí mismo un poco por no ser algo sobre lo que se pueda consumar un ingreso, nos burlamos un poco del asunto y pasamos a una anécdota de un oficio progresista que ayudó a quien se yo a escapar de su jornada laboral tormentosa, que la llevo al éxito, que la hizo crecer. “Debo dejar de prestarle mi tiempo a labores que no me hagan crecer”, pienso y me quedo en silencio. Hacer arte y vivir de ello, ¿no?, que más se puede pedir en un mundo como este. “Esa es felicidad, trabajar haciendo lo que uno ama.”, la frase que no me deja dormir por las noches.

Necesito encontrar un trabajo, necesito comprender que es lo que amo y necesito monetizarlo, solo así seré feliz. Ya rara vez me dan ganas de escribir, me fuerzo en un duelo absurdo conmigo mismo y me lamento de su baja utilidad al terminar cada párrafo. Pobre posmoderno absurdo, quien leerá tus historias inocuas, relatadas ya seis mil veces, salidas de tus manos lentas y tu cabeza agobiada, de tus insomnios irresponsables, de tus ojos a media ceguera, de tu incapacidad de crecer. No hay tiempo para escuchar a nadie que no tenga algo que ofrecer con inmediatez. Postulo a tres trabajaos más, navego quince minutos entre el éxito ajeno para buscar al demonio siniestro de la motivación, saco mis manos del teclado sucio, cierro la pestaña de mi texto a medio procesar. Hay algo que no estoy haciendo.

En una hoja de oficio maltrecha comienzo a escribir una lista de posibles emprendimientos, algo que creo amar, algo que creo saber, algo que creo me dará monedas suficientes, algo que creo revolucionará al mundo. Muerdo mis manos como las felinas muerden a sus críos desatados, debe haber alguna manera de transformar mis habilidades, de hacerlas bastardas de mi propia autoría, volverlas consumibles, adaptables, comerciables, ser feliz, ser feliz, ser feliz, ser feliz, ser feliz, ser feliz, ser feliz. Llega la noche y yo aún en vela, en esas horas que se chorrearon junto al sudor de mi frente se levantaron una infinidad de microempresas de gente feliz, se agregaron miles de “likes” a imágenes de gente en crecimiento constante, se elevaron infinitos discursos en pos de la autovalencia, de la proactividad. Escribo una vez más con culpa. Hay algo que no estoy haciendo.

Me siento como un padre que les reprocha a sus hijos su poca valía, ¿Qué tan difícil puede ser generar una posibilidad de éxito con estas obras?, me pregunto admirándolas con desprecio, reconociendo en ellos la obviedad de su dulzor insuficiente, sabiéndome parte de su fracaso. Ha todas mis obras, a todos mis personajes, a todos mis dolores, mis cantos, mis risas y llantos, a mi prosa, a mis párrafos, a mis ideas circundantes, les pido perdón ante su mediocridad innata, a su incapacidad de progreso, a su inocuo y fatídico destino en la memoria de nadie, a su sinrazón y su falta de influencia, a su pobreza, a su miseria, a su libertad. Sigo desperdiciando mi vida haciendo cosas por el puro amor de hacerlas, otorgando lo que puedo a quien quisiera alguna vez oírlas, odiándolas desde mi sucuchodel deber ser, buscando como un enfermo esa felicidad, esa hermosa felicidad de la gente que solo vive para seguir creciendo, que solo crea para seguir apareciendo, para sobrevivir ante una vida que no le promete nada, que jamás le otorgará nada y que espera que en los cadáveres pútridos de sus más puros sueños crezca las hojas verdes de nuestra vida emprendedora. He de ser feliz ante las miradas en cascada de brillos pálidos, entre los escombros de mi propia entereza, entre mi ego y mi producto, ante la ventana que todo lo muestra. Heme aquí, lacra del sistema, heme aquí hombre en busca de la bendición de la sobrevivencia, abro mi pecho y ofrezco cada una de las partes que conforman mi esencia, ojalá así por fin pueda hallar esa felicidad de la que tanto me hablan mis colegas cuesta arriba. He sido por demasiado tiempo un pecador del accionar sincero, de la labor autocomplaciente, de la creación sobre la producción. Perdónenme todos, no he sabido crecer, no he comprendido el porqué de mis angustias más profundas, seguramente se solucionarán tras mi primer ingreso.

Veo la hora, he perdido cerca de cincuenta y siete minutos escribiendo esto, no he aprendido nada, no he emprendido nada. Quizás es el calor, pero hay algo que no estoy haciendo.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS