Susana esperaba que llegara su primo Bernardo, a quien llamaba Bernard desde que se había ido a trabajar a los Estados Unidos. Era psicólogo laboral y nunca tenía tiempo libre porque estaba obsesionado con sus investigaciones. Cuando se enteró de que Susy, a quién no había visto desde que era una guapa adolescente, tenía problemas de depresión ocasionados por el trabajo; que, además, había tenido recaídas por ineficiencia cardiaca; que le habían aparecido alergias; y la atormentaban los problemas estomacales y la falta de sueño, tomó el primer avión que encontró y se fue a reunir con ella.

“!Qué cabrones! —fue lo único que pudo decir cuando Susy terminó de contarle las condiciones bajo las que se encontraba en su oficina—. No te preocupes, prima, lo vamos a solucionar de una forma bastante efectiva. Primero, tengo que explicarte en qué consiste este sistema bajo el cual han tratado de afectarte. Se empieza con un aislamiento por parte de tus compañeros, luego se critica cualquier error que cometas, se te dan tareas degradantes o que anticipadamente contienen un error. En segundo lugar, las cosas tan simples como el saludo y los comentarios agradables se te niegan. En tercer lugar, se critica tu entorno, se burlan de tus amigos, de tu familia, se te hace sentir inferior en la sociedad, por dicha razón sufres una presión y te presionan a través de llamadas tu jefe o los compañeros en horarios no laborables. En cuarto lugar, hay agresión sexual directa o psicológica, espero que el puto jefe no te haya tocado”. No, no me ha hecho nada —responde Susana con la mirada baja y las mejillas rojas.

Bernardo busca a la camarera que no les ha traído unos pastelillos y cuando la chica muy alegre se acerca, le pregunta por qué no les ha dado el agua con gas que le han pedido. La muchacha se extraña porque no recuerda haber oído que se la pidieran. Bernardo le echa una bronca y ve cómo se aleja la empleada muy desconcertada.

—¿Te has dado cuenta, Susy?

—Sí, pobre chica, venía tan alegre y le has borrado la sonrisa de los labios.

—¿Lo ves? Esa es la estrategia que te están aplicando, pero de una forma más sofisticada, así que tramemos un plan.

—Y ¿si me echan? ¿qué voy a hacer?

—No te preocupes, ya encontrarás algo mejor y si lo hacen tendrán que darte una jugosa indemnización, yo me encargo de eso. Cálmate, estás en buenas manos.

Durante dos horas Bernard le dio las instrucciones a Susy para que anotara las cosas que hacían sus compañeros, sus hábitos, las conversaciones, sus gustos, las relaciones personales, y le pidió que estuviera a atenta a cualquier forma de agresión. Lo más importante era identificar el ataque y no reaccionar, más bien evitarlo. Sería como llevar una partida de ajedrez. El segundo paso sería descubrir los puntos débiles de los compañeros y el jefe, para lo que tendría memorizar su actitud ante problemas éticos, la moral, la autoestima y otros aspectos de la personalidad. Por último, aplicaría la técnica del tercer paso, es decir, que debía esperar la agresión, evitar la reacción y, sólo después, dar la respuesta. Ese vació intermedio sería como “La no violencia” o filosofía de Gandhi para crear remordimientos entre sus atacantes y, por último, les daría consejos sobre la vida personal o laboral que ellos rechazarían sin duda.

Pasó un mes y Susy le envió la información a Bernard para que la analizara. Resultó que:

El jefe no podía superar algunas deficiencias sexuales y su mujer lo engañaba, su compañera Luisa tenía complejo de inferioridad, sus compañeros estaban frustrados por haber realizado mal los estudios y no soportaban que una secretaría bilingüe les corrigiera su trabajo.

Cuando Susy comprendió los problemas de sus compañeros, se compadeció y les fue señalando de forma indirecta la manera de superar sus traumas. Ella, por su lado comenzó a practicar deportes, cambió su forma de alimentación, se matriculó en unos cursos y, sobre todo, revisó su trabajo concienzudamente para engañar a sus compañeros. Éstos le aseguraban al jefe que habían hecho las cosas tal y como se las había pedido, pero surgió la discordia entre ellos y todo dio un giro inesperado causando que desconfiaran unos de otros. Por las tardes, antes de salir, Susana se ponía su abrigo, se paseaba un poco por la oficina despidiéndose de sus compañeros. Esperaba en silencio la respuesta que siempre le negaban, se reía y salía feliz.

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