El inevitable viaje I

El inevitable viaje

Ahora que estoy pisando los setenta me doy cuenta, quizás un poco tarde, que es mejor no hablar de ciertos temas con algunas personas. En este caso es ventajoso hacerlo con las que tengan más o menos mi misma edad y afinidad de ideas, porque conversar con un desconocido sobre el viaje que realizaré a la mal llamada “última morada”, en la que nadie mora, no sería benéfico porque el otro podría tomarlo para el lado de la parapsicología, las ciencias ocultas, la metafísica o vaya uno a saber adónde se dispararía; con alguien más joven tampoco es conveniente, puesto que al minuto me tildara de nefasto, tétrico o en síntesis de viejo loco. Por eso si no encuentro la persona adecuada a quien transmitir mi opinión, es mejor escribir lo que siento o pienso, así nadie se entera, y de paso hago catarsis o terapia personal que siempre vienen bien.

Yo creo que sin opción, cuando entienda el mecanismo de los dogmas o me conquiste la fe y esté listo y convencido porque mi cuerpo y mi mente agonicen, hare ese viaje que siempre evité hacer. Pensaré en tal momento, obligado por la circunstancia y porque seré un flojo y miedoso ateo esperanzado o un recién inaugurado creyente, que después todo será mejor, entonces con esa perspectiva será un viaje con boleto solo de ida dado que: ¿para qué volver?, salvo que haya programado un reingreso a la tierra por decisión de la superioridad. No será necesario llevar equipaje ni pasaporte, con lo puesto es suficiente y sin lo puesto también. Según dicen los viajados que ya han ido y vuelto, algunos en más de una ocasión, se trata de un recorrido corto pero muy excitante, dentro de un túnel en cuyo final se ve una luz. Nadie asegura que hay más allá de la claridad, puesto que quienes la alcanzaron jamás retornaron.

Todo ello sucederá mientras aquí abajo mi vieja osamenta, desprovista de mí y despreocupado yo de ella, será ostentada dentro de un cajón de madera lustrosa, rodeada de coronas, cuyas cantidades y calidades, enumerarán los afectos que supe conseguir o el legado monetario que pude dejar para alegría o no, de los que quedan. A continuación y no muy después de doce horas, subirán el cofre a un automóvil muy bonito y último modelo con caja techada e inútiles ventanillas de vidrio, el que partirá a velocidad moderada hacia el cementerio, acompañado a la distancia por familiares y amigos, los que rezarán murmurando la popular plegaria “anda vos primero y cualquier cosa avisa”. Una vez llegados al camposanto todos se quedarán respetuosamente, del lado de afuera de la puerta del centenario panteón familiar, mientras el féretro es acumulado en compañía de vaya saber de quienes primeros depositados. La otra posibilidad es recurrir, por solicitud propia, a la cremación, pero yo no me lo recomiendo porque siempre me sentí más cómodo en lugares de bajas temperaturas.

No obstante y a pesar de lo dicho quiero advertir a quien pueda interesarle presentes y no presentes, en el más acá o en el más allá, que me siento muy cómodo y feliz disfrutando mi actual situación vital y por las muy terrenales dudas, por el momento no me interesa en lo más mínimo realizar ese viaje que algún día deberé hacer.

FIN

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