«Et in diis eorum sententias tuum mundabitur. Et libri medio effodienda patrio sepulchro carceribus fracta uenit.»

En la cama tendido entre dos sábanas blancas y un par de buros de madera antiguo, en lo alto de la cabecera una cruz tallada de madera con un enorme cristo crucificado contemplando impalpable el dolor y la agonía de un moribundo que en palidez constante; febril mirada levantaba los ojos al cielo sintiendo como el halito vital de sus entrañas se escabullía lentamente por las entre piernas de su babeante y pálido rostro sumido en la hoscamente craneal que recubría su calva infantil cesara, que un día de adviento en calma jugo el juego interminable de la inmortalidad divina, sumido entre las carnes materiales de pasiones inmemoriales de un juego que se perdía serenó entre textos marginales escritos en tinta china de color pictográfico rojo y negro encriptado en epitafios crípticos griegos.

Y mientras el medico del hospicio para dementes Carls Michigan se paseaba mirando las celdas de los condenados como tahúr de entre capas y lentejuelas. El santo sepulcro aguardaba a los fantasmas aun sin morir de la sala principal, fue ahí donde esta historia renació como un pequeño toro de lidia que se paseaba por los jardines de aquel nosocomio de fe agonizante y monjas que aletargadas contemplaban a la dulce muerte deambular entre los tejados.

Así en la contemplación de una ventana de ocho dinteles y medio, surgió esta historia tras humana de un ser que envuelto en la culpa de pecados ajenos decidió encontrar a Dios en un sereno de poética mirada taciturna, de ojos rojos y pelaje suave el minotauro esperaba entre el laberinto de pasillos puertas y corredores en donde la muerte se escondía cobijada como enfermera del mismo hospital.

Yo era interno en aquel lugar y mi padecimiento era tan simple como mi vida sin fructífero renombre, empotrado en una silla de ruedas sin ansias de contemplar más que con lo poco que mi ceguera me dejó atrás de los ojos imaginarios de un esbozo de letras empañadas mire a aquel ser tan magnifico, en su cuatro patas y pesuñas empotrado en la entrada del pasaje de mis propios escapes infructuosos.

Esa noche en particular e intentando empacar mis sueños para navegar por aguas más tranquilas fuera de los gritos y los remansos de dolor. Me monté en su lomo de cuernos retorcidos y engrosados con la esencia fundamental de mi propia pluma y me dirigí a la biblioteca de sus adentros, en donde encontré las secuelas de mi propio laberinto interior.

Ahí contemple mis ojeras apergaminadas en un sentir de lecturas interminables tratando de descifrar y encontrar aquel sentido primordial de vida que me hacia sentir tan especial cuando era pequeño y en medio de los remolinos de los paisajes de ventiscas y turbulencias por fin logre ver mi ser.

Y ¿Cuál sería mi mágica imaginación? Que sonreí por lo simple de sus adentros fragilidad e rosas en botón que se abren para desojarse y caer al piso después de tantas elucubraciones, mire dentro de aquel animal mi propio estadio, pues era evidente que el minotauro mi demonio de persecución y laberinto de construcción interminable era mi propio ser perdido en un hospital de tercer nivel para mojes en ancianidad como yo que despertaron un día de lluvias inmersos en la no existencia de un Dios y un Demonio creados solo por el placer de propiciar el dolor y el sufrimiento humano. Condenado a la extinción de mi propio amor me perdí en la pasión de una predica infructuoso que me condujo por ende a este terrible final, en donde lo único tácito de mi memoria era ver a la muerte acercándose lentamente a la base de mi propia soledad interminable. Entonces con un beso de frío hielo ella, por fin logro darle el punto final a esta historia interminable de mi propia flaqueza humana.

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