Con las barcas rotas y en medio de la noche, el empedrado en el piso basalto de mi corazón, viejas cañerías con ruidos, roídos por ratas que al pasar los hacen crujir en sus escaños, de un viejo españolizado francés que se sumerge entre el altibajo del amanecer.

Mientras aun suenan las castañuelas del bar nocturno de noche, entre pestañas de mujer pintadas de negro y con el correr del negro basto de la muerte pendiente entre sus ojos y piernas.

Con las medias de red quelas representan en este cancán interminable de piezas en movimiento y psicodelia de carteles de art déco que decoran sus paredes y cortinas de terciopelo apolillados. Pasajes de una vieja gloria pasajera de teatros y cabarets nocturnos que como gatos hambrientos se llenan de vida al caer la noche y levantarse el glamur de sus escombros.

En las penumbras de un trago. La barra de un cantinero añejo que limpia los vasos y las garrafas de alcohol, con un abrillantador carmín, que no dejas de deslumbrar mis ojos como las lentejuelas multicolor de tus vestuarios de ninfómana, aferrada a una época de plumas y belleza.

¡Oh plena juventud de tus carnes!

Que se fueron consumiendo entre los sueños de miles amores que entre tus piernas tejieron los idilios a veces no tan placenteros de tu elixir, otras por el contario sedientas de caricias enrojecidas por tus labios de carmín antiguo. en este Paris que me cierra los ojos y me guiñe con su pequeña voz ebria y latiente.

«Poeta de costumbrismo eróticos y paisajes de peregrinares.»

Me mezclo entre el tumulto sin mirar el rojo ambarino de las notas musicales; que se fugan entre trago y trago te escribo las líneas de esta paga a media luz, en busca de una caricia placentera.

¡Pero no esta noche! ¡Oh no, esta noche no!

Esta noche necesita febril mente de otro de tus placeres, de otro que no tiene que ver con la leona que ruje entre tus piernas, sino con algo mucho más amable, mucho más infantil. El de que escuches mis amargas penas, mis poesías de lustros de plumas terminadas y tiradas en basureros de hojas y borradores que no terminan de ser escritos.

«Así amor, cobíjame con tus dulces oídos.

A los cuales hoy les are el amor con palabras.

Palabras de mi dulce y roja pluma.

De mis pastas de textos inacabados

y chorreantes de lamentaciones.”


Y tú ahí, sentada en la cama me miras como un demente, ¿Porque los dementes somos los que no te pagamos por tus carnes? Los que te pagamos, por otra clase de caricias, caricias que no tienen que ver con tus filamentos de bello y pubis, o tus entrañas de luz y miel adoloridas por tanta usanza. ¡No amor! hoy no quiero tus placeres, quiero sólo sentir esa sensación que mi dinero no puede pagarte, esa sensación infinita que se llama amor. El amor más loco, el más demente de todos.

El más febril, el que sólo me puede ofrecer este bar, esta gente, esta vista, en tus ojos plagados de tantas lagrimas secas y encontradas en tus adentros.

Que como hiel se escurren mi palpitar deseo por descifrar tu vida, por descifrar tus existenciales hundidos en este bar de terciopelos y diamantinas, de chaquiras y chiquirines interminables, de perlas de fantasías y conejos mágicos que algún mago dejo aquí, por falta de pago y aquí ahora forman parte de tu acervo personal.

Y mientras la luz tintinee en las farolas, de focos mal puestos o apunto de fundirse, yo muerdo tu figura de fantasmas y de recuerdos y cobijo tu esencia con la pluma de poetas gráficos esculpidos en tu cuerpo que vacila en el entregarme el ultimo fragmento de alma lucida que te cobija y te premia en esta noche de glamur a media luz tejido por la hibrides de mí.

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