El cuida coches ( Entre ego y fantasma)

El cuida coches ( Entre ego y fantasma)

Ruben Ielmini

15/04/2019

Sinopsis:

En un estacionamiento ocurre un encuentro casual entre una mujer de un importante cargo en una empresa y un cuida coches, ambos se conocían diecinueve años antes, a medida que conversan fluyen situaciones y recuerdos que molestan a la mujer. Una llamada y un siniestro personaje hará que esos recuerdos queden marcados para siempre.


Un coche estacionado en la cuadra de Brown y Balcarce es abordado por su dueña. El cuida coches se acerca a la ventanilla y cuando le va a entregar la propina…

— ¡Muchas gracias no hace falta, es una gentileza doctora Carvajal!

La mujer mira con sorpresa al hombre

—Disculpe, ¿Nos conocemos de algún lado?

—Creo que si doctora, ¿No se acuerda de mí?— La mujer se acomoda los multifocales lo mira detenidamente, pero no recuerda haber visto ese rostro tan particular, delgado de mirada triste con marcadas arrugas .

—Soy Ricardo Acosta, doctora, trabajé en la empresa textil donde usted es jefa de personal.

— ¿Acosta…Acosta? Si puede ser, no lo recuerdo muy bien, ¿Y en qué sector trabajaba usted?— El hombre leía en los ojos de esa mujer que estaba mintiendo, se acordaba perfectamente quien era y de porque lo había dejado cesante.

—Sector depósito, doctora, fecha de ingreso dos de agosto de dos mil , fecha de egreso veintinueve de noviembre de dos mil diez, me acuerdo como si fuera hoy.

— ¡Ah bueno lo felicito por su buena memoria! La verdad que…le vuelvo a repetir, no lo recuerdo, pasó mucho tiempo si me voy a acordar de…—

—Dígalo, no se quede con la frase cortada. Iba a decir …» Si me voy a acordar de toda la gente que contrato y despido, sería muy larga la lista » ¿No es así doctora?

La mujer cambió el semblante, y presintiendo que algo no estaba bien en esa conversación, encendió el motor.

—Bueno, fue un gusto saludarlo señor… ¿Acosta me dijo no?

—Ricardo Acosta doctora, ex empleado de la textil, al que acusaron injustamente de participar en un robo que no había cometido; como necesitaban un chivo expiatorio…me eligieron y el verdadero ladrón sigue en la empresa, lógicamente a quien le iban a creer ¿a mí? un empleado raso con diez años de antigüedad o al hijo del gerente que de noche sacaba mercadería sin declarar…— la mujer interrumpe.

— ¡Pasaron mas de diez años de ese incidente señor Acosta!…no podemos revolver asuntos viejos; usted firmó un acuerdo de partes, y tuvo una suma de dinero extra…

— ¡Caramba con la doctora!… ¿Qué pasó?…se acordó de todo así, de repente, la felicito si así fue, yo quede como un… ¿Cómo decía en el escrito? Ah sí, “Persona no confiable”. Fue un despido científicamente organizado. Así está el mundo, de un lado los que trabajamos y del otro, los que para brillar le apagan la luz a los demás…¡Que tarea ingrata la suya!…pero, alguien tiene que hacerlo. Me cuesta entender porque su sector de llama recursos humanos, lo me que hicieron…fue de bajo recurso y nada humano.

­— ¿Ya terminó? ¿Se despachó a gusto, o tiene algo más para decirme?

—No señora, no tengo nada más que agregar

—Entonces ¿Me puedo retirar?­

—En ningún momento le pedí quedarse señora , que siga bien y que tenga una buena vida, adiós. — Acosta retrocede y le indica que puede salir; mientras el auto se aleja, la imagen del cuida coches queda retenida en el retrovisor y en la pupila de la conductora.

Esa noche Elena Carbajal no puede descansar, se levanta, camina por el comedor…por el living, va a la cocina, hace un té, vuelve al dormitorio se acuesta … en su mente da vueltas una y otra vez la figura del cuida coches diciéndole…-¡Fue un despido científicamente organizado!…¡Que tarea ingrata la suya!…pero alguien tiene que hacerlo…alguien tiene que hacerlo…alguien tiene que hacerlo!- Despierta sobresaltada, mira el celular, las tres de la mañana, abre el cajón de la mesa de luz y saca de un tubo unas pastillas para dormir.

Suena la alarma del celular, y despierta recostada en un sillón, no recuerda en que momento caminó hasta el living.

Ya se encuentra rumbo al trabajo en la avenida colmada de tráfico por la hora pico, se desvía por una calle lateral, y en el cruce con Balcarce, ve nuevamente parado al cuida coches que levanta su mano derecha saludándola muy amablemente. Elena vuelve a recordar el momento previo al despido de Ricardo Acosta, y esas frases que suenan como latigazos –¡Me acusan injustamente…no quiero firmar…esto es una mentira…yo no robé nada…yo no hice nada!-

Luego de un intenso día con reuniones y entrevistas, vuelve a su oficina, abre la notebook y busca en el archivo de personal un apellido ­—Acosta Ricardo, Encargado de depósito-ingreso 02/08/2000- egreso 29/11/2010 aquí está— agenda un número fijo y llama.

— ¿Hola?—

—Hola buenos días, mi nombre es Elena Carvajal, quisiera hablar con el señor Ricardo Acosta.

— ¿Ricardo Acosta? ¿Por qué asunto?

—Es algo personal, ¿es usted familiar?

—Soy el hijo—

—¡Ah! mucho gusto, mire señor, ayer haciendo diligencias en el centro me encontré con su padre, tuvimos una breve conversación, me hizo un comentario que no fue de mi agrado, quisiera disculparme con él y aclararle algunos puntos, porque… yo no tuve nada que ver con lo que pasó en la textil, fui presionada por la superioridad a prescindir de su servicio…

—Señora, disculpe que la interrumpa ¿Cuándo habló con mi padre?—

—Ayer a las cuatro de la tarde en la cuadra del estacionamiento de Brown y Balcarce, él está trabajando de cuida coches ¿no?

—Señora creo que está en un error…mi padre falleció hace un mes, estaba internado en un geriátrico. Cuando lo despidieron buscó empleo pero por la edad, nadie lo contrataba, hizo un par de trabajos temporarios, después tuvo un a.c.v que lo llevó a una crisis depresiva y no se pudo recuperar…¡Hola…hola…señora ¿me escucha?….hola!


Mientras transcurre este suceso…desde otra dimensión, en un amplia sala, hay varias pantallas; un hombre bien vestido, fuma un habano; un anillo de gran topacio rojo se destaca en su mano izquierda. Está sentado frente a un escritorio, siguiendo atentamente la conversación, un golpe en la puerta interrumpe.

— ¡Adelante pase!— mira a la persona que acaba de entrar — ¡Ricardo Acosta!… ¿Como esta?…acérquese por favor.

— ¿Qué tal señor? me avisaron que quería verme…¿como esta usted?

— ¡Bien, muy bien…divirtiéndome con mis clientes y justo atendiendo su caso, por eso lo mandé a llamar, mire a la doctora Carvajal sentada, sin hablar, celular en mano, de ahora en más…tiene un cargo de consciencia por el resto de su vida, le cuesta reaccionar por la noticia de la muerte de Ricardo Acosta…

El cuida coches mira la pantalla, vuelve su vista al hombre del escritorio y le dice

— ¿No se le fue un poco la mano? ¿no se siente culpable?…digo por la situación que ha generado en esta mujer

— ¿Culpable de qué?..No Acosta para nada, yo no llamo a nadie, son ellos los me buscan y les doy lo que me piden…quieren arrogancia y poder…pues les doy arrogancia y poder, quieren riquezas…les doy riquezas; los llevo a lo más alto y ahí se quedan…solos. Ese es el pacto. Mire la pantalla de la izquierda…¿ que es lo que ve?

— Un hombre parado en la cornisa de un edificio

—Es un exitoso abogado, este también llenó su planilla solicitando arrogancia, poder y riqueza. Cometió actos de corrupción y estafas quedándose con grandes vueltos, lo descubrieron; tiene una orden de detención y ahí está… a punto de suicidarse.

Vuelve su mirada a Ricardo Acosta— Usted en vida fue una muy buena persona y si me traía una solicitud de arrogancia poder y riqueza, seguramente se la hubiera rechazado…no reúne las condiciones, no tiene aspecto de codicia…bien merece esta revancha, vaya tranquilo, vuelva al túnel y dele mis saludos a su amigo el «de allá arriba».

— ¡Muchas gracias señor Ego!

— ¡No hay de que…señor Fantasma!

Fin

Ruben Ielmini

ISBN 978-987-3657-22-1

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