Hardboiled (La última ginebra)

Hardboiled (La última ginebra)

1

Oyó que la puerta se abría lentamente. ¿Había vuelto? No. Una voz varonil se escuchó desde la entrada.

—¿Cuánta ginebra puede beber? –Eln se alzó de hombros y miró extrañado. El hombre era un total desconocido.

—¿Quién es usted? –preguntó.

—Qué importa. Respóndame, ¿cuánta ginebra es capaz de beber. ¿Un vaso? ¿Dos?

—Un litro.

—¿Puede beber un litro de ginebra sin morir en el intento? Lo dudo.

—Dude lo que quiera. Dudar en ocasiones es prudencia y otras, cobardía. Cuando termine este porrón de ginebra su duda se habrá evaporado. ¿Quiere apostar?

—Nunca apuesto.

—Yo sólo al póker. Le aseguro que la ginebra no quemará mis intestinos. No voy a morir de una hemorragia gástrica ni de cirrosis. Moriré cuando la conjunción de los astros lo diga. Está escrito. Lo dice mi carta astral, infarto de coronarias, moriré una tarde después de trabajar como una bestia.

—¿Tan seguro está de eso? –Eln hizo como que no escuchó lo que el hombre dijo.

—Morir será pasar de un estado de decepción a otro.

—¿Signo?

—Escorpio.

—¿Ascendiente?

—Capricornio.

—Los escorpianos son peligrosos y vengativos. Los capricornianos, controlados y obstinados.

—Parece Horangel, el del peluquín. ¿Lo conoce? –Eln escupió una risita– ¿No quedamos ridículos los hombres con peluquín?

El hombre rio con desparpajo. También creía que los hombres quedaban ridículos con peluquín.

Volvió sobre la astrología.

— Escorpio en capricornio. Venganza y obstinación: una combinación peligrosa, potente veneno. ¿Usted es un ejemplo de ello? Escorpio fermenta el maíz que capricornio destila como aguardiente.

—Bla, bla, bla… Usted no quiere aceptar que yo puedo beber un litro de ginebra antes del mediodía, sereno como aquella mañana. Me observa como a un espécimen de laboratorio.

—Le falta media botella.

—Todo en su medida y armoniosamente. Escucho la radio entre trago y trago.

—¿Música?

—No. Palabras, muchas palabras. Necesito oír muchas palabras. Este charlatán es ideal para disfrutar la ginebra. –Eln encendió un cigarrillo, cerró los ojos, inclinó su cabeza hacia atrás y permaneció escuchando el discurso del locutor.

—Le he mentido –dijo echando el humo por la boca.

—¿En qué?

—No sólo apuesto al póker. También apuesto cuando juego al ajedrez. Siempre hay un palurdo que se cree Kaspárov. Lo dejo ganar una partida, quizás dos, luego apuesto a todo o nada y lo dejo seco.

—¿Dónde juega ajedrez por plata?

—En “La Academia”.

—Callao y Corrientes.

—¿Conoce?

—Quién no pasó noches pendejeando en “La Academia”.

El hombre miró a Eln con curiosidad.

—¿Aparecerá su esposa?

—¿Mi esposa?

—Sí, ella. –No pudo contener una risita cínica.

—No tengo esposa.

—Qué extraño.

—¿Qué tiene de extraño? Está lleno de hombres sin esposa.

—Dijeron que tiene una.

—Tuve.

—Hábleme de ella.

—Aburrida como la santa misa. Aunque en una misa uno puede dormir plácidamente y soñar que Dios le habla a uno y a ningún otro. Se la puede pasar bien en una misa. Siempre hay una falsa puritana que espera conseguir un alivio para su entrepierna o algo más que una hostia que llevarse a la boca.

2

Eln no deseaba hablar de mujeres.

—¿Aparecerá la mujer? –preguntó el visitante.

—¿Quién?

—Su esposa.

—Hace años que no la veo.

—Qué extraño. Dijeron que en esta casa había una joven mujer.

—Le han mentido, amigo. Como a una sirvienta.

—¿Cómo se llama su esposa?

Eln vaciló.

—Llamaba.

—Murió…

—Creo que no.

—Cree que no.

—Eso dije –Eln silabeó–, cre-o-que-no.

—Necesito conocerla. Verla.

—¿Por?

—Para hablarle.

—Búsquela.

—Deme una pista.

—No tengo relación con ella desde su último aborto y eso fue hace mucho.

—¿Cómo va con su ginebra?

—Mejor que usted con su búsqueda.

El hombre sonrió.

—Cuénteme algo de su esposa. Lo que quiera, bueno o malo, no importa.

—Le cuento una anécdota. Cierta vez, no interesa cuándo, yo estaba con varias mujeres disfrutando una jornada amorosa. Todos éramos feligreses de la Iglesia del Nuevo Mundo. Religión y política tercermundista, sabe. Era el mediodía, horario en que ella debía estar trabajando. En medio de la fiesta, caricia va, caricia viene, se apareció como un fantasma. Estaba parada a la puerta de la habitación con un arma en la mano. No escuché cuando entró a la casa. No hizo un solo ruido.

A punta de pistola echó desnudas a las mujeres a la calle. Ellas corrieron como Dios las trajo al mundo por el barrio ante la vista de todos los vecinos. Obviamente les arruinó la vida. Perdieron sus matrimonios, sus trabajos, sus amigos, sus hijos. Hasta las expulsaron de la Iglesia del Nuevo Mundo, pero que practicaba los viejos prejuicios inquisidores. “¡Pecadoras! ¡Pecadoras!” Gritaba el cura. Gordo hipócrita envidioso.

Me encerró durante una semana. Me dejó a oscuras (cortó la luz), me daba un poco de agua de beber para que no me deshidratara, de comer sólo polenta guacha, y para mis necesidades una lata que se llenó a la primera meada. No me pida que le dé otros detalles porque son nauseabundos.

—Lo castigó.

—Así fue, me castigó sin contemplaciones.

—¿La fiestita fue en la casa que compartían?

—Y en nuestra cama matrimonial. No había mejor lugar para cuatro personas. ¿Dónde podíamos ir?

—Usted la humilló.

—¿Humillar? No, se trataba de otro asunto.

—¿De qué otro asunto?

Eln suspiró hasta exhalar el aire de sus pulmones por completo.

—¡Bah! Ya lo olvidé.

—No quiere hablar de ello.

—Bebo para olvidar a mi padre y a esa mujer. Por ellos me hice alcohólico.

Mi padre, un déspota. Todos lo conocían por “el coronel”.

—¿Militar?

—¡Qué iba a ser militar! Un civil hijo de puta. Me decía sólo tres palabras por día. “¡Hijo de puta!”, o “¡Tarado de mierda!”, o “¡Para qué naciste!” Nada más.

Ella, en cambio, nunca insultaba; reptaba sigilosa, esperaba tu distracción para clavarte los colmillos e inocular su veneno; morías retorciéndote de dolor.

No era de fiar. Sólo alguien que no sabe con quién se mete podría interesarse en hablar con ella. ¿Todavía quiere conocerla?

—Al menos ver su foto.

—Las quemé hace mucho. Brujería.

—Esperaré, soy paciente.

—Amigo: el que espera no desespera.

3

Otros hombres ingresaron a la casa. Eln estaba algo molesto con las ataduras en las piernas. Lo amarraron a la silla por los tobillos y la cintura. No podía levantarse. Tenía sus manos libres. Estaba a sólo un vaso de acabar con la ginebra y encendía un cigarrillo tras otro.

—¿Cuál es su nombre? –preguntó el interrogador.

—Eln.

—No. Ese es su apodo.

—Emérito. Mamá decía “El Enmérito”. Luego toda la familia empezó a llamarme “elenmérito”. Hasta que alguien se cansó y me llamó “Eln”. Desde entonces todos me conocen por “Eln”.

—Emérito, quiero que recobre la memoria.

—¿Sobre qué asunto?

—Su esposa, o la mujer que estaba con usted.

—Ya le dije que no tengo esposa. Me corrijo, la tuve, pero hace mucho tiempo. Me separé de ella después de sexto aborto. Yo quería un hijo, ella no. Causal de divorcio. Aquí no vive ninguna mujer. Se lo juro.

Un hombre que entró sin llamar se acercó al interrogador y la entregó un papel. Parecía una hoja de cuaderno, escrita en ambas carillas.

El interrogador fue hasta una ventana para poder leer la nota con buena luz. Cuando acabó su lectura golpeó la hoja con los nudillos y sonrió. “Esperaba esta información”, dijo y volvió donde Eln.

—Emérito Arrizabal. Ese es su nombre.

—¿Se lo dijo ese papelito?

—Entre otras cosas. Si me habla de la mujer que estuvo hasta hoy aquí, con usted, no lo voy a hacer torturar.

—Como buen interrogador a Dios orando y con el mazo dando. –Eln rio nervioso.

—Soy interrogador, rastreador, torturador y asesino. Todavía puede elegir cuál de todas mis profesiones prefiere. En todas soy experto.

Yo interrogo, usted responde con la verdad. Me ayuda a encontrar a la mujer que busco, no lo torturo y menos lo asesino. Esta sería su mejor elección.

—No creo que pueda ayudarlo.

—El que mal elige se queda con lo peor.

—¿Qué remedio hay?

Los hombres lo llevaron atado a la silla a la habitación contigua. Le sellaron la boca con una cinta industrial luego de introducirle una pelota de golf en la boca y amarrar sus manos a la espalda. El interrogador permaneció en su lugar mirando el cielorraso como si ahí estuviera escrito el secreto que necesitaba revelar.

La tortura duró algo más de una hora. Eln no intentó gritar. ¿De qué le serviría? Los matones, mientras duró el suplicio, no hicieron preguntas. “Una sesión de ablande” ¸ se dijo Eln para sí.

Volvió donde el interrogador.

—Le voy a dar una ayuda –le dijo–. Si me entiende, mueva su cabeza afirmativamente. –Eln obedeció.

Si no colabora, lo devuelvo a la otra habitación y pasamos a otro tratamiento de belleza. Podemos quemarlo, filetearlo, amputarle los testículos. Usted elije. Recuerde que el que mal elige se queda con lo peor. También que nosotros, los que estamos aquí, tenemos todo el tiempo del mundo. Todo. Nos pagan por servicio y por adelantado. De aquí usted no va a salir sin decirnos lo que queremos.

4

—En este papel está escrito un nombre. Usted sabe cuál. Se lo voy a decir de todos modos para que aprecie mi actitud amistosa. El nombre es Briseida. ¿Comprende?

Eln, volvió a mover su cabeza afirmativamente.

—Bien. Ahora: ¿conoce a la mujer que se llama o le dicen Briseida?

Eln movió su cabeza negativamente.

El interrogador se puso de pie y empezó a caminar de un lado al otro de la habitación.

—Nombre raro –dijo–. Nunca conocí a nadie que ese nombre. Me informan que de niña se escapó de su casa. Parece que era huérfana. La encontraron por el Camino Negro, viviendo con cirujas que la adoptaron como a una hija.

Dicen que era bonita, así que el juez le echó el ojo, pero no fue el único. Había varios compradores que la querían para gozarla. Todos dispuestos a pagar buen dinero.

Se ve que la chica estaba avivada, se escapó. No hubo noticias de ella durante años. ¿A quién podía interesarle la suerte de una huérfana? Los pederastas habrán dicho “se fue una, vendrá otra”. Nada extraordinario. Ahora debe rondar los cuarenta años. Hasta aquí no le digo nada que usted no sepa. ¿Me entiende?

Eln movió apenas su cabeza de abajo a arriba. Estaba algo cansado.

—Sigamos. La mujer se fue a vivir a un barrio humilde, capas medias un poco venido a menos. Hasta ahí, usted me dirá “qué tiene de malo que una mujer sola se vaya a vivir a un barrio de capas medias”. Coincido con usted, no tiene nada de malo. Pero (siempre hay un pero), la tipa se metió en un quilombo con muchos muertos. Muchos. Cuando hay muchos cadáveres todo se complica. Interviene la policía, el juez, todos piden coimas, todos quieren ventajas.

Murió mucha gente importante. Desapareció mucha merca, desapareció mucha guita y desapareció la mina con la merca y con la guita. ¿Se da cuenta que complicación? Supongo que se da cuenta. Un hombre inteligente como usted, jugador de póker, de ajedrez, de vaya a saber de cuántos juegos más, debe comprender perfectamente mis palabras.

Así que le ruego, volvamos al nombre, Briseida.

—¿Quiere decirme algo? ¿Ha recuperado su memoria? –Eln hizo un gesto como si quisiera decir algo.

—Lo escucho con atención –dijo el hombre.

—Sólo sé que no estuve en la guerra de Troya, no me da la edad.

—No conviene hacerse el boludo en estos casos. No es sano.

El Interrogador hizo una seña, los matones lo trasladaron nuevamente a la habitación de al lado y recomenzaron las torturas. La sesión duró algo más de una hora. Eln estaba satisfecho porque no había perdido sus testículos.

El hombre le hablaba, pero él ya no lo escuchaba. Estaba aturdido por la paliza.

El nombre Briseida rebotaba por toda la habitación y se le presentaba atractiva, madura. Hasta podía oler su sexo, imaginarla con su desabillé un poco entreabierto dejando ver algo de su delicada entrepierna. Iba y venía de los senos redondos a la cadera curvilínea.

5

¿De vuelta a la tortura? El interrogador esperó como meditando. Eln aprovechó para tomarse un respiro entre tanto dolor.

—¿A usted le gusta apostar? –le preguntó el interrogador.

Eln movió su cabeza afirmativamente.

—¿Quiere apostar contra mí?

Eln se alzó de hombros. ¿Qué podía perder?

—Yo también juego ajedrez. Soy aficionado, pero me defiendo. Si me promete que no va a gritar, que no va a hacer un escándalo hago que le quiten la mordaza. ¿Lo promete?

Eln movió su cabeza afirmativamente.

Un matón lo liberó de la cinta que lo amordazaba y retiró la bola de su boca.

—¿Está mejor?

—Me estaba asfixiando.

Reclamó algo de un matón. El hombre, atento a la seña, buscó una tenaza que lucía manchas de sangre.

—Hagamos un trato. Jugamos una partida. Si usted gana, lo libero. Yo me la banco. A mis clientes les digo que usted no sabía nada, que le arrancamos las bolas, murió, y no nos dijo nada. Si yo gano, usted me dice todo de la tal BRiseida, si no lo hace –el interrogador esgrimió la tenaza– yo mismo, aquí mismo, le arranco las bolas y el pito. Mientras se desangra todos los que están acá, lo violan. ¿Qué le parece mi oferta?

—Voy a ganarle, estoy seguro.

—¿Y por qué está tan seguro?

—Mi carta astral. Voy a morir de un infarto de coronarias. Ni de hemorragia intestinal, cirrosis o castrado y violado por una banda de torturadores.

—¡Su carta astral! ¡La astrología! Pseudociencia de un charlatán con peluquín. Eln, la astrología no es una ciencia. Es una chantada para giles. Y usted no es ningún gil.

Para que vea que mi oferta es sincera y generosa, yo voy a jugar a ciegas. Usted verá el tablero y yo jugaré de espaldas. Estos que lo vigilan no tienen ni idea de cómo se juega al ajedrez. Más no puedo ofrecerle.

—Acepto –dijo Eln entre moribundo y aburrido–. Pero pongo una condición.

—¿Usted pone una condición? ¡Qué extraordinario! ¿Y cuál es esa condición?

—Si gano quiero la mejor ginebra del mundo. La mejor.

—Hecho. ¿Cuál prefiere? ¿William Chase, Aviation Gin, Martin Millers, Monkey 47, Gin Hendrick’s o Bombay Sapphire London Dry Gin?

—La William Chase, sin duda.

—Gran elección.

Y dirigiéndose a los matones el interrogador exclamó:

—¡Aprendan lo que es saber elegir una buena ginebra! ¡Este hombre tiene estilo! Busquen el tablero.

—Está en el mueble de la pieza donde me torturaron. Tendrá que liberar mis manos.

—Una. Elija cuál.

—La derecha.

—Vos –ordenó a un matón–, liberá la mano izquierda.

Otro matón trajo el tablero y en una caja, las piezas.

El interrogador dispuso las fichas sobre el tablero.

—¿Sorteo o prefiere elegir?

—¿Quiere jugar con tiempo? Tengo los relojes.

—¡Maravilloso! ¿Dónde los tiene?

—En el estante superior del mueble donde encontraron el ajedrez.

Otro matón fue por ellos.

—¿Fischer? ¿Karpov? Kaspárov? –preguntó el interrogador.

—No, ¡más quisiera! Soy apenas un jugador de cabotaje.

—No le creo. Veremos. Hoy juega por su vida. Esmérese.

6

—Como estoy generoso, no sólo voy a jugar a ciegas, sino que le sedo las blancas.

—Señor, debería estar mi premio aquí, junto al tablero –reclamó Eln–. Apenas gane quiero beber mi litro de ginebra William Chase. Espero sea usted un buen perdedor.

—No lo dude.

Mandó a un esbirro a comprar la bebida. En un trozo de papel anotó la dirección de la mejor vinoteca de Buenos Aires. Allí encontraría la ginebra elegida por Eln quien estaba completamente seguro de que triunfaría. En lo que no creía era que quedaría con vida terminada la partida. Especulaba que, al menos, lo dejarían beber un trago de la exquisita ginebra antes de asesinarlo.

El tiempo que el matón tardó en regresar Eln lo aprovechó para tomarse un descanso. Luchar en esas condiciones era desventajoso, pero no tenía opción. Tal vez nunca la tuvo, desde hacía años todo lo suyo era encaminarse a una muerte poco piadosa.

Se durmió. Soñó con su esposa. Hasta en sueños sabía que ese matrimonio fue un error. Sencillamente un desatino.

Ella, joven con ambiciones de buena vida. Él, un borracho, fumador, apostador compulsivo, poeta mediocre, pseudo religioso. Ella lo abandonó a los dos años.

—Debo salvar mi matrimonio –le dijo a una novia ocasional después de fornicar con ella a escondidas en la alacena de la casa de los padres de la muchacha.

—Es un sacramento divino.

Ella creyó que se burlaba. Incrédula le pidió que repitiera lo que había dicho, mientras acomodaba su ropa interior.

—Debo salvar mi matrimonio, es un sacramento divino.

—¡Qué estupidez! –exclamó la mujer. Debió abofetearlo por el viraje religioso en que había devenido el coito.

La jovencita odiaba la religión. Por obligación concurría a misa los domingos. Lo hacía para coquetear con un monaguillo que, cuando la veía, se olvidaba sus obligaciones en la misa.

Le encantaba que el muchacho le lamiera su sexo diciendo “este es el cuerpo de Cristo”. Y eso podía durar largos minutos, hasta que la lengua del joven se acalambraba y ella simulaba un orgasmo. El sexo furtivo lo hacían en un confesionario desvencijado que estaba en desuso.

Nadie se atrevía a confesarse con el cura, viejo libidinoso que divulgaba las intimidades de los feligreses en las noches de lujuria, en el antro prostibulario en el que todos los hombres del pueblo (no importaba la edad), matizaban largas horas de aburrimiento con sexo por dinero con unas prostitutas enfermizas.

—Debo salvar mi matrimonio, es un sacramento divino. Quiero estar en paz con Dios.

—¡No tenés nada mejor que decir apenas acabás de eyacular dentro mío?

—Pero ella me necesita.

—Ella te odia –le gritó–. Abortó cinco veces para no tener un hijo tuyo.

—Seis –la corrigió.

—No quiere nada tuyo. Ni plata, ni poemas y menos hijos. Quiere que desaparezcas de su vida para siempre.

—Vos no la conocés.

—¡Lo único que me falta!

—Ella es muy hermosa, mucho.

—Vos muy pelotudo, mucho.

—No me comprendés.

—Comprendo por qué te echó al carajo.

7

El interrogador lo despertó. Le mostró la botella de la exquisita ginebra.

—Lamento decepcionarlo, pero este envase apenas contiene setecientos mililitros. No un litro como usted esperaba. ¿Alcanzará para saciar su sed?

—Seguro.

—¿Jugamos?

—Juguemos.

Eln se sentía cada vez más confiado.

El hombre le dio la espalda, permaneció mirando a la ventana como si allí estuviera el secreto de la partida de ajedrez. Eln se mantuvo atento y concentrado.

Los matones escuchaban letras y números dichos como al azar. Primero Eln, luego el Interrogador, sin detenerse, como si una fuerza ajena los guiara por los casilleros del tablero.

—d4 e6.

—Cf3 f5.

—g3 Cf6.

—Ag2 Ae7.

—0-0 0-0.

—c4 Ce4.

—Db3 Af6.

—Td1 De8.

—Cc3 Cc6.

—Cb5 Ad8.

—Dc2 d6.

—d5.

—Db3.

—dxe6 Cac5.

—Dc2 Cxe6.

—Cfd4 Cxd4.

—Cxd4 Af6.

—Cb5 De7.

—Ae3 a6.

—Cd4 Ad7.

—Tac1 Tae8.

—b4 b6.

Al promediar el juego Eln comprendió que jugaban una partida que no les pertenecía. Los dos parecían posesos y se excitaban cada vez más mientras gritaban sus movimientos. Los relojes eran sacudidos por los golpes que Eln les propinaba luego de que cada uno gritara su jugada.

—Cf3.

—Td3 f4.

—gxf4 Af5.

—Dd2 Axd3.

—exd3 c5.

—Txc3 Axc3.

—Dxc3 Df6.

—Dxf6 gxf6.

—Cd2 f5.

—b5 a5.

—Cf1 Rf7.

—Cg3 Rg6.

—Af3 Te7.

—Rf1 Rf6.

Hubo un largo silencio. El Interrogador abandonó su posición, miró a Eln quien acariciaba la botella de ginebra como se acaricia a una hermosa mujer. Se oyó “Ad2 Rg6 1-0”

Las negras abandonaron. Eln supo que había llegado su hora. Vio la muerte señorona, entre los trebejos, deslizándose por los casilleros del tablero.

El interrogador dijo:

—La ginebra, toda para usted. Lo prometido es deuda.

—Ese fue nuestro trato.

—Pero antes, por última vez, dígame de la mujer, hábleme de Briseida.

—Ese no fue el trato.

—Usted no puede creer en mi palabra, no es tan ingenuo.

En efecto, Eln nunca creyó en sus promesas.

—No la conozco, no sé nada de Briseida.

El interrogador no pudo evitar su sonrisa.

No sé si usted es su socio o la mina lo hipnotizó. Pero sabemos que estuvo aquí, con usted, varios días.

—No sé de qué me habla.

—Hay mucha guita en juego.

Hizo un gesto a todos los matones. Cortaron las amarras que sujetaban a Eln a la silla. Lo acomodaron sobre la mesa, le bajaron pantalón y calzoncillo.

—Lo prometido es deuda. Setecientos mililitros de la mejor ginebra, sólo para usted.

Uno de los matones vació el envase en el intestino grueso de Eln quien no pudo resistirse, estaba listo para morir.

El interrogador susurró:

—No debió confiar en su carta astral. Le dije que la astrología no era ciencia.

Eln convulsionó brevemente. Con los temblores adquirió una última lucidez. Recordó la partida que habían librado y en la que triunfó, aunque el triunfo no le pertenecía. Antes de morir, oyó recitar:

“Así pues, Capablanca
no está en su trono, sino que anda,
camina, ejerce su gobierno
en las calles del mundo.” [1]


[1] Nicolás Guillén.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS