Entre peculiares cortinas de tafeta y organdí se encuentra ella, una mujer vieja de aspecto Nórdico con ese aire gitano en los ojos grandes de muchos colores ella entre encajes rosa tulipán, con enredijos y adorno dorados en el cabello, de grandes aretes que le cuelgan hasta los hombros con miles de collares en su pecho, colgantes de mucho brillo. Yo la octava en una larga lista de peregrinos que al igual que yo han ido en pos de ella para conocer su destino. Destino que cual fragilidad se pierde entre las estrellas y las cartas de una baraja siempre marcada por la decadencia final de una muerte un tanto dulce un tanto febril y otras veces holocaustico y perenne.

Después de que las horas se aguadaran en el minutero, entre el sopor y el insomnio es mi turno de entrar a la peculiar carpa de encantamientos y hechizos, sin antes obedecer a las reglas de quitarme los zapatos a la entrada y descubrir velo tras velo hasta llegar a la pequeña mesa de color caoba cubierta por 7 mantas brillantes, en su parte superior el tarot y varias velas, ella me señala con el dedo para que deje mis objetos de valor en una bandeja colocada en un pedestal con una charola en su parte superior. Después de despojarme de mi reloj, celular y otras cuantas cosas como anillos y aretes, me indica sentarme en cuclillas al nivel de la mesa.

Yo a la expectativa, ella sólo me mira, entonces puedo notar que es ciega, es una mujer de muy avanzada edad. Ella me sonríe como si supiera lo que estoy pensando de ella.

-Has vendió hasta aquí por una promesa. Tu nombre es Perla y te ha traído el señor de los Cielos, el buen camino de nuestro señor el pastor de los descarriados ante mí, Para que descifre tu andar. Lo que deseas lo conseguirás, tu afán será logrado. ¿Pero? He de advertirte que el precio de lo que deseas tendrá el costo esperado para tus seres amados, en los cuales caerá el peso de tu contubernio-

Después de algunos minutos de silencio, tomo mi mano izquierda y la coloco sobre el tarot, partiendo las cartas en tres partes iguales y comenzó a leerme las cartas una por una la fue señalando con el dedo indicándome mi pasado, mi presente y mi futuro.

Después de media hora de decirme lo que el destino me preparaba me dio una poción y me dijo que en las noches de luna llena me bañara con esa esencia durante 7 días con sus 7 noches.

Y así lo hice, durante 7 días y 7 noches me bañé con esa esencia. Y cada vez que lo hacía miraba al mar. El 7 día, el mar me devolvió lo que yo más amaba. A mi hijo de 12 años que había perecido en un naufragio. Yo era feliz, de nuevo había vuelto a sonreír, pero el precio como dijo la adivina de Ázimo fue fatal.

Después de que regreso Damián, una a una mis cabras fueron muriendo y por cada una de ellas mi hijo se fue tornando con mayor vitalidad. Después de algunos meses comprendí que lo que se han llevado los muertos siempre les pertenecerá aun que intentemos desesperada mente quitarles la vida de nuestros seres amados, lo que es de los muertos siempre lo será, siempre siempre lo será.

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