Bea había tenido ataques de catalepsia cuando joven, y ahora estaba siendo acosada por un ex celoso y posesivo, que no aceptaba la ruptura.

El médico le recomendó tranquilidad, y un cambio de paisaje, y fué así que decidió telefonear a su amiga de la infancia que tenía una casa en la montaña, lejos de la ciudad.

Estaba nevando. Así que Irma, asi se llamaba su amiga, le colocó al viejo Mustang las cadenas para el hielo en las cuatro cubiertas, y, con el tanque lleno, pasó a buscar a Bea por su casa.

La encontró muy nerviosa y temerosa de su ex, pensaba que no había lugar en el que no pudiera llegar a encontrarla.

Irma la tranquilizó, la casa estaba a unos cinco km de la ciudad, que también era pequeña, alejada de todo y con muy pocos habitantes.

Emprendieron el viaje por la carretera principal, una hora conduciendo, luego el camino comenzó a revelarse desolado y un tanto inhóspito, hasta llegar, por un camino secundario, a la casa.

El lugar había estado durante mucho tiempo cerrado, en ese lapso no había entrado ningún intruso, a juzgar por la perfección de las telarañas, que se encontraban con su perfecta arquitectura en el lugar preciso donde fueron tejidas.

Hacía frío. Encendieron el hogar con la leña que quedaba desde la última vez que Irma había estado allí.

Irma preparó un estofado caliente, destapó una botella de vino, y trató con éxito que su amiga comenzara a relajarse.

Llegando a la medianoche, ya no quedaba mucho por hacer, la casa no tenía electricidad, y la batería que alimentaba el pequeño televisor estaba descargada. De igual modo, solo sintonizaba un canal infantil.

Irma preparó las cama de Bea, y luego la suya. Se quedó a los pies de la cama hablando con su amiga, que ya estaba de buen humor, con un ligero malestar, seguramente por el cansancio del viaje y su estado nervioso.

Irma habló con su amiga hasta que esta cerró los ojos, luego se metió en su cama y se durmió.

A la mañana siguiente Irma fué a despertar a su amiga. La encontró sin pulso y sin respiración. Hubiera pensado que estaba muerta, si no supiera lo de la catalepsia. Telefoneó al médico, arreciaba la tormenta de nieve y los caminos estaban cerrados, no obstante le dió instrucciones precisas para corroborar la muerte de su amiga. El test era simple, pinchar con un alfiler la planta del pie. Lo hizo, pero sin respuesta vital, tomó dos palos de la leña, improvisó una cruz, salió y cavó con sus propias manos una tumba poco profunda, y la sepultó en la nieve.

Irma pasó el resto del día mirando por la ventana nevar. Oscureció, y se metió en su cama y durmió.

Al despertar vió con horror que Bea estaba acostada en su cama. Volvió a hacer el test del pinchazo con el mismo resultado que el anterior. Volvió a llamar al médico, y al escuchar el mismo diagnóstico, salió y la volvió a sepultar. La tormenta de nieve había cesado y el médico visitaría la casa al otro día.

La consternación de Irma fué tan grande. que pasó el día en blanco, y a la noche se acostó, y durmió un sueño perturbado y tenso.

Por la mañana, pensó que lo mejor era salir a caminar por la montaña aprovechando que el tiempo había mejorado. Cuando abrió la puerta Bea estaba tirada en la nieve fuera de su tumba.

Al llegar el médico encontró ambos cadáveres sobre la nieve. Bea estaba muerta desde hacía ya más de dos días, a Irma le había dado un infarto al volverse a encontrar con el cuerpo de su amiga.

Irna sufría de sonambulismo, y las crisis nerviosas que había sufrido en esos días, fueron el detonante de los dos episodios, en que, sonámbula, la había desenterrado de noche, y vuelto a enterrar de día, para volverla a desenterrar a la noche siguiente.

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